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El viaje de vuelta a Nueva York le pareció eterno. Intentaba entusiasmarse por volver a Manhattan, a su vida normal. Pero no podía hacerlo. Cada kilómetro que pasaba era un puñal en su corazón.

Durante dos semanas había vivido otra vida, rodeada de cariño, de afecto, de sueños de futuro… ¿Qué la esperaba en la ciudad sino caros adornos navideños? Una chica no puede meterse en la cama con un adorno de Navidad, por muy clásico o elegante que sea.

Mirando el paisaje, recordó su noche con Alex, recordó la carita de Eric, las bromas de Jed…

Después de vivir en Stony Creek, su vida en la ciudad le parecía banal, vacía, sin sentido. ¿De verdad le importaba el muérdago más fresco, el adorno más exclusivo? ¿Le importaba que estuvieran hechos de maderas nobles o de plástico? Y si tenía que convencer a otro cliente de que el espumillón estaba pasado de moda… se pondría a gritar.

Angustiada, dejó escapar un suspiro.

– Las navidades son difíciles para todos, querida.

Holly miró a la anciana que iba sentada a su lado. Había subido en Schenectady y olía a uno de esos perfumes antiguos, típicos de las abuelas.

– Estoy bien, solo un poco cansada.

– ¿Vas a visitar a tus parientes? Yo voy a ver a mi hija. Vive en Brooklyn. A lo mejor la conoces, se llama Selma Godwin.

Ella negó con la cabeza.

– No, no la conozco.

– Lleva una vida muy emocionante en Nueva York. Siempre trabajando y cuidando de su familia. A veces creo que no tiene tiempo de vivir de verdad. ¿Y tú?

– ¿Si tengo una familia?

– Si vives de verdad.

– No -contestó Holly-. No lo creo. De hecho, por eso viajo en este tren. Si viviese de verdad estaría cenando con la familia Marrin, no tomando una cena fría en Manhattan. Y si pasar la Nochebuena sola no fuera suficientemente patético, mañana tengo el premio doble: Navidad y mi cumpleaños.

– Tómate una copa de coñac, querida. No te sentirás tan sola. En mis tiempos no usábamos antidepresivos cuando estábamos tristes. Sencillamente, tomábamos una copita de coñac -rió la mujer-. ¿Por qué no me cuentas qué te pasa? A lo mejor te ayuda.

De repente, Holly sintió la necesidad de contarle su vida. Además, quizá un punto de vista objetivo la ayudaría, ya que ella era incapaz de tomar una decisión.

– Todo empezó cuando me ofrecieron un trabajo como… bueno, algo así como un ángel de Navidad.

Le contó la historia mientras el tren recorría los kilómetros que la separaban de Nueva York, con la anciana asintiendo sin hacer comentarios.

– Al principio no nos llevábamos bien, pero luego todo cambió. ¿Usted cree en el amor a primera vista?

La mujer se encogió de hombros.

– Si es amor, es amor. Sea a primera vista o no. Lo que sé del amor es que debes escuchar a tu corazón, cariño. Cuando yo conocí a Harold me volví loca, pero él ni siquiera se había fijado en mí. Cuando por fin se molestó en mirar… se enamoró. Más tarde me enteré de que me ignoraba porque me tenía miedo. ¿Te lo puedes creer? Miedo de mí. Pero yo siempre supe que me quería.

– ¿Y de qué tenía miedo?

– Supongo que de no tener lo que hacía falta para hacerme feliz. Pero estar con él me daba toda la felicidad que necesitaba -suspiró la anciana-. ¿Estás enamorada de ese hombre?

– Sí. Y él también de mí. Pero, ¿eso es suficiente? ¿Cómo voy a saber si el amor durará? Tengo tantas preguntas… y ninguna respuesta.

El tren se detuvo entonces y Holly se dio cuenta de que habían llegado a Nueva York.

– Solo tú sabes cómo hacer realidad tus sueños -sonrió su acompañante, levantándose-. Si escuchas a tu corazón, no te equivocarás. Bueno, querida, ha sido un placer conocerte. Que tengas unas felices fiestas.

– Espere -dijo Holly. Después de una conversación tan íntima, no podía marcharse así como así-. Ni siquiera me he presentado. Me llamo Holly Bennett. ¿Y usted? Podríamos tomar un café…

No quería ir a su solitario y frío apartamento. Ni siquiera había puesto un árbol de Navidad.

La anciana le guiñó un ojo.

– Me llamo Louise, pero puedes llamarme… tu ángel de Navidad.

La enigmática Louise bajó del tren y, antes de que Holly pudiera reaccionar, se había perdido entre los pasajeros que llenaban el andén.

– Solo tú sabes cómo hacer tus sueños realidad -repitió en voz baja-. Podría hacer mis sueños realidad ahora mismo si no fuera tan cobarde… Podría escuchar a mi corazón y cambiar el curso de mi vida.

De repente, su corazón se inundó de alegría. Era como si hubiesen encendido todas las luces de Nueva York. Holly bajó al andén y corrió hacia la taquilla. Si no había billete de vuelta a Schuyler Falls, alquilaría un coche… iría andando si hiciera falta. Aquellas podrían ser las mejores navidades de su vida, sin preguntas, sin presiones, sencillamente haciendo lo que le dictaba el corazón.

– ¡Holly!

– ¡Meg! ¿Qué haces aquí?

– He llamado a la granja y Alex Marrin me ha dicho que habías tomado el tren -contestó su ayudante, metiéndose las manos en los bolsillos del abrigo.

– ¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo?

– No, es que… he hecho algo que no debería haber hecho, pero ha sido con la mejor intención. La verdad, no esperaba que volvieses. Pensé que te darías cuenta de que estás enamorada de él y te quedarías en la granja, pero me ha salido mal.

– Meg, ¿qué has hecho?

– Yo envié las rosas -contestó su ayudante, mirando al suelo-. Soy una mala amiga y entiendo que quieras despedirme inmediatamente. Pero pensé que si te veías obligada a elegir…

Holly soltó una carcajada.

– ¿Tú enviaste las flores? Gracias a Dios… ¿Sabes lo que eso significa?

– ¿Que estoy sin trabajo?

– No, tonta. Significa que no tengo que ver a Stephan para decirle que nunca he querido casarme con él.

– Entonces, ¿sigo teniendo trabajo?

– No podría despedirte. Además, a partir de ahora te asciendo a la categoría de directora general…

– ¿Cómo?

– Me voy a Schuyler Falls, Meg. Voy a vivir con el hombre del que estoy enamorada.

– ¿Vas a casarte con Alex Marrin?

– Bueno, aún no me lo ha pedido, pero pienso convencerlo de que seré una esposa fantástica. Debería haberme quedado, pero el viaje en tren me ha hecho ver que estaba cometiendo un error.

– ¿Y eso?

– Es una larga historia… Pero cuanto más me alejo de los Marrin, más necesito verlos. Estoy enamorada de Alex y quiero vivir con él. Y pienso volver a Schuyler Falls ahora mismo para ser parte de su familia.

– ¿A qué hora sale el tren? ¿Tú crees que Holly se alegrará de que vayamos a verla? ¿Puedo sentarme al lado de la ventanilla?

Alex observó a su hijo paseando de un lado a otro del andén, nervioso. Tan nervioso como él.

En cuanto la furgoneta desapareció por la carretera, Alex maldijo su orgullo y su cobardía por no pedirle que se casara con él. Pero todo eso iba a cambiar, pensó entonces, tocando la bolsita que llevaba en el bolsillo. Afortunadamente Eric lo había desobedecido, yendo a la estación sin su permiso. De modo que los dos acabaron allí, esperando el siguiente tren a Nueva York.

– ¿Cómo has podido dejarla ir, papá?

– Fue un momento de locura -suspiró él-. Como tú, cuando viniste a la estación sin pedirme permiso -añadió, mirándolo con expresión severa.

– Pero me encontraste. Aunque no te dije dónde iba, sabías que estaría aquí.

– Tus viajecitos a los almacenes Dalton y la estación van a terminarse, amigo. O estarás castigado hasta que cumplas los quince años.

– Es que merecía la pena, papá. Vamos a buscar a mi ángel de Navidad… Puedes devolver todos mis juguetes si quieres. Y puedes quedarte con el coche que el abuelo pensaba regalarme cuando cumpliera los dieciséis.

– ¿Tanto deseas que vuelva Holly?