– Pero me han contratado para quedarme hasta el día de Navidad -dijo ella entonces-. Sé que todo esto es un poco raro, pero quiero hacerlo bien y para eso necesito más de tres días.
– ¿Cuánto se tarda en adornar un árbol de Navidad? -preguntó Alex.
Ella lo miró como si le hubiera pedido que construyese el Titanic de la noche a la mañana.
– Señor Marrin, este trabajo necesita tiempo. No ha puesto ningún adorno de Navidad y, por lo que me ha dicho su padre, no tiene ninguno. Entre el exterior y el interior, necesito tres días solo para planificar lo que voy a hacer. Y con el presupuesto que tengo puedo hacer cosas preciosas. Además, quiero organizar los menús de Nochebuena y Navidad… Si quiere hacer una fiesta, también puedo organizarla. Estoy acostumbrada a organizar fiestas multitudinarias y…
– Un momento, señorita Bennett. ¿Por qué no esperamos tres días? Después decidiremos si su angelical presencia es necesaria o no. Pero antes me gustaría saber quién financia todo esto.
Holly se encogió de hombros.
– Ya le he dicho que no lo sé.
– ¿No lo sabe o no puede decírmelo?
– Ambas cosas.
Alex la miró durante unos segundos, en silencio. Y ella cruzó las piernas, incómoda.
– Mi mujer se fue hace dos años, dos días antes de Navidad. Era eso lo que quería preguntar, ¿no?
– Eso no es asunto mío, señor Marrin -replicó Holly-. No creo que sea necesario que me involucre personalmente con su familia. Estoy aquí para crear un ambiente navideño perfecto y soy muy buena en mi trabajo. No lo defraudaré.
– Esto es para mi hijo, no para mí.
– A él me refería, señor Marrin -replicó ella.
Alex carraspeó, incómodo.
– Eric echa de menos a su madre. Sobre todo en Navidad. Las cosas no han sido fáciles para él… la ve muy poco.
El significado de esas palabras estaba muy claro. No estaba buscando otra esposa y no quería que ella ocupase el lugar de la madre de Eric.
– Si no le importa, me voy a dormir. Mañana tengo muchas cosas que hacer.
– ¿Dónde están sus cosas?
– ¿Mis cosas?
– Las alas y todo eso -sonrió Alex.
Holly sonrió también.
– No tengo alas, pero sí una maleta. Está en el coche que me ha traído aquí.
– Muy bien. Venga conmigo, la llevaré a la casa de invitados.
– Señor Marrin…
– Alex -la interrumpió él, ayudándola a ponerse el abrigo.
Al hacerlo, rozó su pelo con los dedos. El sentido común le decía que apartase la mano, pero había pasado tanto tiempo desde la última vez que tocó a una mujer…
Nervioso, salió al pasillo y abrió la puerta, esperando que el frío le aclarase un poco la cabeza. Desde luego, era muy guapa. Pero lo último que necesitaba en su vida era una mujer y todos los problemas que llevaba consigo una relación sentimental.
No, mantendría las distancias con aquel ángel. Por muy guapa que fuese.
– ¡Es un ángel, te lo juro!
Por un momento, Holly pensó que era un sueño. Pero luego recordó que estaba en la casa de invitados de Alex Marrin. Era un edificio de madera con un dormitorio, cuarto de baño y un saloncito con chimenea y cocina francesa. La decoración consistía en fotografías de caballos, arneses y aperos de montar. En realidad, era un sitio muy agradable.
– Pero no tiene alas -dijo una voz que no le resultaba familiar.
Holly abrió los ojos y se encontró con dos caritas que la miraban muy de cerca. Una de ellas era la de Eric Marrin. La otra, de un niño con pecas que la observaba como si ella fuese un insecto al que estuviera examinando bajo el microscopio.
– ¿Puede volar? -preguntó.
– ¡No es ese tipo de ángel, Kenny! Es un ángel de Navidad. Son diferentes.
Sonriendo, Holly se incorporó.
– Buenos días.
Kenny se asustó, pero Eric se tumbó tranquilamente sobre el edredón.
– Hola, ángel. Este es mi amigo Kenny. Vamos juntos al colegio.
Ella se pasó una mano por el pelo, bostezando. A juzgar por la luz que entraba por la ventana, no debían ser ni las ocho.
Había dormido fatal. Había tenido un sueño rarísimo en el que la cara de Alex Marrin se mezclaba con un montón de luces de Navidad que no podía encender.
¿Por qué aquel hombre la fascinaba tanto? Hasta el día anterior había estado dispuesta a pasar el resto de su vida con Stephan. Pero Alex era guapísimo. Quizá lo que la atraía era su aspecto natural, de hombre de campo… O quizá el dolor que había visto en sus ojos y que intentaba disimular.
– ¿Tiene una varita mágica? -insistió Kenny.
Eric levantó los ojos al cielo.
– ¡Los ángeles no tienen varitas mágicas! Solo las hadas madrinas.
Holly debería explicarles que lo de «ángel de Navidad» había sido una metáfora, una forma de contar por qué estaba allí. También podría haberse llamado «genio de la lámpara».
– ¿Por qué no me llamáis simplemente Holly?
– Te hemos traído el desayuno -sonrió Eric-. Mi padre me ha dicho que tengo que encargarme de ti, así que te he traído galletas y mermelada. Cuando termines, te enseñaré la granja y…
– ¡Aquí estáis!
Holly levantó los ojos y vio a Alex Marrin en la puerta. Iba vestido más o menos como el día anterior, pero tenía el pelo húmedo y parecía recién afeitado. Cortada, se cubrió con la sábana para tapar el escote de la camisola.
– Hola, papá. Le hemos traído el desayuno al ángel.
– Vais a llegar tarde al colegio. Venga, os llevaré en la furgoneta.
– Pero tenemos que enseñarle la granja a Holly…
– Yo se la enseñaré cuando vuelva. Vamos, andando.
Los niños se despidieron y Alex la miró con un brillo enigmático en sus ojos azules.
– Volveré dentro de quince minutos. Disfruta de tu desayuno.
Cuando se quedó sola, Holly se levantó de la cama.
Alex Marrin la ponía muy nerviosa, pero… Stephan nunca había conseguido que su pulso se acelerase. Quizá fue el destino lo que impidió que aceptara su oferta de matrimonio. Quizá intuía que había un hombre en alguna parte que podría despertar en ella… Holly buscó la palabra adecuada… ¿pasión?
Pensativa, apoyó la cara en el cristal de la ventana. Nunca se había considerado una mujer apasionada; nunca pensó ser la clase de mujer que dejaría a un lado todas sus inhibiciones para entregarse completamente a un hombre. Pero quizá no había conocido al hombre adecuado.
¿Era Alex Marrin ese hombre?
Desde luego, tenía algo irresistible. Su forma de caminar tan masculina, su forma de vestir, el pelo un poco despeinado… cualquier mujer lo encontraría atractivo.
Pero había algo más. Cuando lo miraba, a su mente acudían imágenes de sábanas arrugadas y cuerpos desnudos.
– Es un cliente -murmuró para sí misma.
Aunque eso no era del todo cierto. Su cliente era el benefactor anónimo. En cualquier caso, lo mejor sería mantener las distancias. Aquello era un encargo estrictamente profesional.
Veinte minutos después, cuando llamó a la puerta, Holly se había vestido, peinado y puesto un poquito de brillo de labios.
– Entra.
– ¿Estás lista? -preguntó Alex, mirándola de arriba abajo. Llevaba un jersey de cachemir, una elegante falda negra y los zapatos de tacón del día anterior.
– No he traído nada más que esto. Tendré que ir al pueblo para comprar ropa de abrigo.
– No puedes salir con esos tacones. Espera un momento… -murmuró él. Salió de la casa y volvió poco después con un par de enormes botas de goma.
Holly las miró haciendo una mueca.
– Gracias, pero creo que estaré más cómoda con mis zapatos -dijo, arrugando la nariz.
– Como quieras. Empezaremos por los establos.