Выбрать главу

– Señor Priestley…

– Todo en orden. Su seguro mixto ya está en el ordenador, así como el dinero que te permitirá ir a la universidad, jovencita. Te diré que tuve que deletrear tu nombre según te lo pusieron al bautizarte.

– A mí no me han bautizado -repuso la niña, indignada. Intentó aupar la pesada caja sobre su pecho, sin conseguir más que pegar con una esquina en el capó del maletero-. Ahora me llamo Pamelay.

– No deben de quedarle muchas más opciones -le dijo Oswald a Lin, lo que le granjeó la sombra más tenue de una sonrisa, y a la muchacha-: Va, déjame coger eso.

La niña soltó la caja de cartón con tanta presteza que Oswald estuvo a punto de no haberla cogido a tiempo. Vio que la falta de sueño había sombreado los ojos de la muchacha.

– Duerme poco. El insomnio, ¿verdad? -le dijo a la madre-. Fechas de nerviosismo y noches largas, me figuro.

– En parte. Pamelay, ¿por qué no vas a abrirnos la puerta para que podamos entrar?

– Mamá…

– Por favor, hazlo. El señor Priestley y yo vamos justo detrás de ti.

La niña se chupeteó los labios y vaciló, hasta que Lin le dedicó un brusco movimiento de cabeza, tras lo que abrió las puertas de cristal y sostuvo una.

– Ya está -dijo Lin.

El calor del edificio abrazó a Oswald mientras la niña dejaba que las puertas se cerraran detrás de él. Cuando la muchacha recorrió el pasillo a la carrera y se apresuró a subir por las escaleras, pareció que la tenue luz la absorbiese. Aupó la caja, lo que produjo una tormenta de burbujas en las botellas de plástico.

– ¿Van a celebrar esta noche?

– Los bibliotecarios y un par de amigas de nuestra hija. Pásese si no tiene ningún plan.

La invitación sonaba más educada que entusiasta.

– No sé lo que habrá planeado mi hija.

– Ah, ¿no? -Antes de que Oswald tuviera tiempo de responder a aquella reprensión, o de admitir siquiera que no sabía cómo, Lin continuó-: Le diré, señor Priestley, que es por ella por lo que he mandado arriba a mi hija.

– Hablamos de Amy. Me está diciendo que ella es el motivo…

– El motivo por el que mi pequeña no duerme bien. -Lin se acercó al pie de la escalera para asegurarse de que las apresuradas pisadas de la niña hubieran llegado al pasillo superior. Apoyó una esquina de su caja en la barandilla y clavó los ojos en Oswald-. Ya tiene bastante imaginación sin necesidad de que la ayuden.

– ¿Qué es lo que le ha contado Amy?

– ¿No lo sabe? ¿No lo ha oído?

Oswald estaba empezando a sudar por culpa del calor y el peso de su caja, que le pegó en la barbilla cuando intentó acomodarla en sus brazos.

– Cuando estuvo en las ondas, quiere decir.

– Así que lo sabe.

– Me he enterado esta tarde. He vuelto a casa para hablar con ella. ¿Qué es lo que dijo?

– De verdad que no lo sé, señor Priestley.

– Pero yo creía que usted…

– Lo que sé es que las amigas de mi hija le contaron que la suya había dicho que había visto un fantasma aquí abajo. Qué digo fantasma, sería más bien una de esas cosas que salen en los vídeos que no tenemos en la biblioteca. No me habría imaginado que usted la dejara ver ese tipo de películas, pero seguro que es de ahí de donde ha sacado la idea. -Lin enderezó su alto cuerpo hasta recuperar la inclinación acostumbrada y apartó la caja de la pared-. Será mejor que subamos. No quiero que sufra otro ataque de pánico.

Oswald se sintió acusado sin motivo de haber retrasado su ascensión. Al llegar al primer repecho, dijo:

– No sabe cómo lamento el comportamiento de Amy. ¿Qué quiere que haga?

– Las amigas de Pamelay no querían ni venir aquí esta noche, de miedo que les da este sitio. Leonard abogaba por no traerlas, pero eso solo conseguiría que la niña se creyera esas tonterías. -Lin subió hasta la planta de en medio y murmuró- Ahora le da por escuchar ruidos en su habitación.

– ¿Qué tipo de ruidos?

– Ruidos que no puede oír porque ya no vive nadie debajo de nosotros.

– Tampoco podría, aunque lo hubiera. Nosotros tenemos debajo al señor Kenilworth y nunca he oído nada. Usted tampoco nos oye a nosotros, ¿verdad?

– No creo.

– Si pudiera, ya se habría dado cuenta. El volumen al que Amy escucha eso que llama música, es un milagro que no se haya vuelto loca.

– Me imagino que más nos vale, a Leonard y a mí.

– Tampoco se trata de nada tan diabólico, espero.

Por el momento, los unía la complicidad entre padres. Estaba intentando dilucidar otra promesa u otra disculpa con la que cimentarla cuando, sin que le diera tiempo, tuvo que jadear en pos de la mujer hasta lo alto de la escalera.

– ¿Pamelay? Pam.

La niña salió del apartamento de inmediato, atándose un lazo rosa en lo alto del cogote, como si quisiera envolverse para regalo.

– Ya salía a buscaros.

– El señor Priestley quiere decirte una cosa. -Lin entró en el pasillo para sujetar la puerta con el hombro, ensanchando la franja de luz de la alfombra en penumbra-. ¿Verdad, señor Priestley?

Oswald se arriesgó a sujetar la caja con una sola mano, el tiempo suficiente para enjugarse el sudor de la frente.

– Pamela, digo, Pamelay. Si está en mi mano, y espero que sí, ella misma va a venir a decirte que siente mucho haber soñado con esas tonterías, y yo espero que también aceptes mis más sinceras…

– Lo de que no se oye nada. -Lin posó su caja en la repisa de la cocina y desanduvo sus pasos por el recibidor-. El señor Priestley quería decirte que no se puede oír ni una tos de un piso a otro. Ya te lo hemos dicho papá y yo, será tu hámster. Ayuda al señor Priestley, sé buena, no dejes al pobre ahí temblando.

La niña clavó los dedos entre la caja y el pecho de Oswald, con tanta fuerza que se disipó su galantería, por lo que dejó que cargara ella sola con todo el peso.

– Uf. No era Perejil. No es el ruido que hace. Era alguien que se reía como una bruja.

– Pues estarías soñando, o dándole demasiadas vueltas a la cabeza en vez de dormir. ¿Quieres que saquemos a Perejil de tu cuarto, si no te deja dormir?

– No. No quiero que se quede solo y a oscuras.

Parecía que la niña estuviese a punto de romper a llorar, un espectáculo que Oswald no estaba ansioso por presenciar.

– Ya veremos si encontramos a la responsable para que te diga que ha sido una tonta por andar contando cuentos de hadas no aptos para la radio.

– Dame eso antes de que la tires -le dijo Lin a su hija, mientras Oswald flexionaba los brazos doloridos y abría su puerta. Estaba a punto de llamar a Amy, pese a la oscuridad que imperaba en el apartamento, cuando se dio cuenta de que había tapado la primera ilustración del recibidor. ¿Se sentiría observada? En ese caso, ¿qué habría estado haciendo? Encendió la luz y vio que la hoja de papel pegada con cinta al cristal era una nota para él. Me voy a la pelu y luego donde Rob. No me hagas cena.

– En fin, al fin y al cabo, ni siquiera está aquí. -Oswald tenía la impresión de que no le había hecho caso y de que se burlaba de él-. Ya veo que sabe quitarse de en medio cuando hace falta -dijo. Cuando la pequeña de los Stoddard hizo un amago de asentimiento, añadió-: En cuanto se digne volver a casa, le diré que vaya a verte. Ya me ocuparé yo de que vuelva a dejarte dormir.