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– ¿Ya empezamos?

Estaba detrás, muy cerca, ya en el salón. No serviría de nada decirle lo que ella, demasiado tarde, había sentido: que el apartamento los había estado esperando y que ahora los tenía. Su apariencia, burlonamente inalterada, hacía que deseara gritar, golpear las paredes hasta que los paneles se quebraran, pero se limitó a decir la menos importante de las verdades:

– Aquí hace demasiado frío.

– El tipo de Houseall debe de haber apagado la calefacción mientras el piso está vacío. Camina deprisa y no te darás cuenta.

Ella escuchó el traqueteo de la cadena y giró sobre sus talones. Su padre estaba cerrando la puerta que daba al pasillo.

– Déjala abierta -le rogó-. Que entre un poco de calor.

Él cogió el picaporte y dejó la puerta como estaba, más que medio cerrada.

– Lo haré si abres una de esas.

Amy se obligo a volverse hacia el salón. Ni sus manos ni sus pies estaban ansiosos por moverse, y su fría rigidez parecía haberse transmitido a su mente. A un lado se encontraba el dormitorio principal, al otro la habitación que correspondía a la suya, pero no estaba segura de cuál era cada una. La perspectiva de abrir la puerta que daba a la habitación sin ventanas y tener que meter la mano para encender la luz la asustaba tanto que no podía pensar. Al menos el dormitorio principal no estaría por completo a oscuras. ¿O habría cerrado su padre las cortinas cuando estuvo allí? Tendió la mano hacia la puerta izquierda, luego alargó la otra hacia la derecha y entonces se quedó inmóvil.

– ¿Qué ceremonia es esta? -preguntó su padre con dureza-. ¿Es que se supone que estás en una cruz?

– ¿No lo oyes? -dijo Amy, mientras sacudía los dedos tanto para señalar como para moverlos-. ¿Qué es eso?

– Buen Dios, niña, no vamos a llegar muy lejos si sigues haciendo esas tonterías. Por supuesto que lo oigo. En mis tiempos a eso se le llamaba lluvia.

Ella giró el torso y lo miró.

– ¿Cómo es que lo oímos? Yo ni siquiera podía oír cómo cortaban el árbol.

– Porque… porque está… -agitó una mano hacia el pasillo exterior y ella vio que se percataba de que el lento y profundo goteo provenía de algún lugar del interior del apartamento-. No me mires así -dijo, apartándose de la puerta-. Si no es la lluvia, debe de ser un grifo.

Amy sujetó la puerta, que la fuerza del movimiento de su padre estaba cerrando, y después de abrirla de par en par apoyó su bolso de tela contra ella. Él había pasado a su lado hasta la puerta de la cocina, que abrió de un manotazo antes de encender la luz. El brillo incoloro de un doble fluorescente se prendió fugazmente de las superficies de la pulcra cocina antes de reunir la suficiente fuerza como para aferrarse a ellas. Para entonces, el padre de Amy había llegado junto al fregadero, situado bajo la ventana, silenciosa e inundada y se había vuelto. Regresó al salón y levantó las manos, para expresar su incertidumbre respecto a la situación del baño. Se dirigió hacia la izquierda, tomó el picaporte y desapareció en la habitación, desde donde Amy pudo oír cómo era encendida una lámpara de cordel de forma casi simultánea al fin del goteo del líquido. Mientras trataba de encontrar alguna razón para relajarse siquiera un poco, su padre regresó al salón.

– ¿Estás más contenta ahora?

En cierta medida lo estaba, puesto que el baño tenía que ser contiguo a la otra habitación sin ventanas. Se forzó a caminar hasta la puerta del dormitorio principal y tomó el gélido pomo de latón del picaporte. Tuvo que sumar su otra mano, igualmente insegura, antes de conseguir que el picaporte girara. Entonces lo hizo y no pudo sino abrir la puerta.

Las cortinas de las ventanas no estaban echadas. Los Roscommon se las habían llevado consigo, por supuesto. Salvo las incisiones abstractas dejadas en la alfombra por el mobiliario, no había señal de que la gran habitación cuadrada hubiera estado ocupada alguna vez. Sin embargo, titubeó en el umbral, porque las paredes de los dos lados parecían empapadas de humedad.

Asomó la cabeza justo lo suficiente para localizar el interruptor y lo encendió a tientas. No había en las paredes, empapeladas con un discreto dibujo de hojas, el menor movimiento. Debía de haber visto una sombra de la lluvia, se dijo, a pesar de que lo que había vislumbrado parecía haber sido una pared de ladrillos desnudos y mojados. Logró no sobresaltarse al sentir cómo agitaba la respiración de su padre el cabello de su nuca.

– Y ahora -dijo él-, muéstrame cualquier cosa que pueda aterrorizar a una niña con la mitad de tu edad, por no hablar de una chica tan mayor como se supone que tú eres.

Amy apagó la luz. Las paredes empezaron a cambiar al instante y las sombras parecieron empapar y difuminar el papel, aunque no expusieron todavía los ladrillos.

– ¿Me lo vas a enseñar? -dijo su padre mientras la obligaba a entrar en la habitación.

Era más fría de lo que a ella le hubiera gustado… tan fría como una habitación de ladrillos desnudos y mojados.

– No puedo -tartamudeó.

– Por supuesto que no puedes. Eso ya lo hubiera predicho yo. ¿Ya has visto suficiente? -Sí, oh sí.

– Ven conmigo, entonces. -Mientras él retrocedía se sintió liberada, pero entonces vio que no se dirigía al pasillo, sino a la habitación principal. Debió de pensar que se demoraba en seguirlo, porque abrió la puerta con cierta impaciencia al llegar Amy a su lado…

– ¿Y bien? -dijo.

El frío de las paredes se arrastró hasta ella. Dado que la habitación era más grande, hacía en ella más frío que en el dormitorio, y estaba también más oscura.

– Lo mismo -le dijo.

– Enciende la luz para estar segura.

Amy apretó los puños y se forzó a cruzar el umbral. Apretó el interruptor de un golpe y la luz pareció hacer retroceder varios centímetros las paredes, al mismo tiempo que su papel cobraba vida. Durante el instante transcurrido entre que encontraba el interruptor y se hacía la luz, el espacio que había frente a ella había parecido constreñido, como si hubiera estado dividido en más de una habitación. Su padre la estaba mirando fijamente, con expresión dolorida y las cejas alzadas.

– ¿Satisfecha? -dijo.

– No hay nada que ver.

– Eso es satisfactorio, ¿no te parece? ¿O es que estabas esperando lo contrario? -al ver que ella no respondía, pasó furtivamente a su lado y apagó la luz de la habitación-. Por favor, no te vuelvas destructiva solo porque no puedas ganarme. Podrías haber roto ese interruptor. La próxima vez ejercita un poco el control, si no te importa.

Amy podría haber señalado que se estaba conteniendo más que un poco, de no ser porque una discusión hubiera demorado su marcha del apartamento. Recorrió el salón hacia la salida mientras él cerraba las tres puertas que habían abierto.

– Eso es, ve -dijo él.

Había pasado junto a la puerta de la habitación sin ventanas cuando su padre dijo a su espalda:

– Fuera no. No te pases de lista. Tienes que volver a hacerlo o tendré que poner en duda que estés curada.

Quería que abriera la última puerta. Amy se detuvo más cerca de ella que del pasillo. Estaba casi al alcance de su mano, razón por la cual apretó los brazos contra los costados.

Mientras se detenía, llevada no tanto por las palabras de su padre como por la noción de lo irracionales que eran, escuchó movimientos en el interior de la habitación sin ventanas.

Poco después de que se hubieran instalado en Nazarill, ella había visto un ratón en la vieja cocina. Lo había escuchado en la oscuridad y había encendido la luz a tiempo de ver cómo se escabullía por un agujero de la pared. Ahora había escuchado un sonido semejante a aquel (el sonido de algo que había sido descubierto en la oscuridad y estaba preparándose), solo que su fuente era mucho más grande. Apartó la mirada de la puerta para comprobar la reacción de su padre, y vio que estaba frunciendo los labios, volviéndolos del color del exterior de Nazarill. Los abrió solo para decir: