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La cabeza de Amy se alzó como si la hubiesen cogido con un lazo corredizo. ¿Debía de significar algo para ella el nombre Hepzibah? Miró a su alrededor por toda la habitación, y su atención se posó en los cuatro gorros colocados en fila en la pared; luego se encontró con su propio reflejo, detrás de los tres collares de cuentas negras que colgaban del espejo. Su cuello parecía demasiado delgado para soportar su peso, y su rostro mostraba la misma confusión que ella sentía. Cuando su mirada empezó a vacilar nerviosamente, la devolvió a la lectura.

«…hija de Hepzibah Keene. Los Keene supervivientes se encuentran tras estas paredes monstruosas y erizadas de púas, así como los Crowther, los Whitelaw, la familia Elgin y Jane Gentle y sus hijas. Aquellos que habían huido de Partington regresaron para caer en manos de otros todavía peores que los que les habían hecho escapar. Los lugares como nuestra prisión no son refugios para los enfermos y los menesterosos, sino para las torturas de los tratamientos de recristianización y caza de brujas. Todo esto me confió ella junto con su nombre, y ahora que he oído su voz dentro de mí debo hacerlo de nuevo. Entonces regresó a su celda, revelando en el rostro la agonía que le provocaba su sigilo».

Amy dejó el cuaderno y el lápiz a su lado. Sus dedos habían empezado a doblarse los unos sobre los otros, a causa de la tensión y del recuerdo de las figuras que había visto alzarse en la oscuridad de Nazarill. La idea de lo que habían sufrido (o estaban quizá sufriendo todavía) los volvía más temibles si cabe, no menos. Al ver que el lápiz rodaba hacia ella, lo recogió junto con el cuaderno, a pesar de que cada vez se sentía más incómoda con las revelaciones que podía encontrar. De hecho, las siguientes frases estuvieron a punto de hacer que soltara el lápiz.

«Esta mañana, mientras mi carcelero me traía viandas que ni un perro hubiera aceptado, escuché cómo sangraban a Moll Keene. Antes de que ahogaran sus aullidos con himnos, ella gritó que le estaban poniendo sanguijuelas en los ojos. Creo que Ben Clay está medio loco. Sin duda, nunca le hubieran permitido llevar a cabo tales torturas en Bedlam, pero desde que entró en posesión de la herencia de su padre y erigió el Refugio de Nazareth Hill, es el señor de todo cuanto ocurre entre sus muros. Su hermano Joseph puede decir de sí mismo que es cirujano con toda impunidad, mientras que la esposa de Clay, Liza, es la responsable de la porquería en la que vivimos y con la que nos alimentan, utilizando un embudo si es necesario o divertido. Ruego a Dios que no puedan esconderle todo esto al Comisionado».

Amy cerró los ojos y volvió a abrirlos, pero ni aun así logró poner fin al parpadeo de su visión. La escritura de los márgenes parecía estar dando diminutos saltos, tratando de recuperar su atención alzándose por encima del texto impreso. Ya no estaba segura de comprender todo lo que transcribía, pero le parecía importante seguir escribiendo mientras pudiera hacerlo. Al otro lado del salón su padre estaba hablando, era de presumir que por teléfono, aunque parecía estar murmurando para sí. Volvió la delicada página, en la cual ponía fin al párrafo una cruz con los cuatro brazos iguales.

«Moll Keene está riega y Alice ya no puede llegar hasta su ventana, pues sus manos y pies están encadenados y martirizados por grilletes y cadenas oxidadas. Sé todo esto y más cosas, porque Alice ha respetado su promesa de que volvería a hablarme. De noche, sus susurros llegan hasta mí entre los ladrillos, para que ninguno de nuestros torturadores pueda oírnos. Clay las acusa a ella y a su hermana con la máxima crueldad, no solo por mantener las viejas creencias, sino también por el estado de todos los lunáticos de este manicomio privado. Le tenía miedo a los ojos de Moll y Alice teme que los suyos sean también objeto de sus atenciones. En una ocasión las ha quemado a su hermana y a ella con antorchas, diciendo que es el anticipo de los fuegos del Infierno. Sin embargo, siento que Amy espera alguna especie de liberación y, ¿qué otra cosa podría ser salvo la visita del Comisionado?».

La mirada de Amy saltó sobre la cruz hasta las siguientes palabras. Los hechos sobre los que estaba leyendo habían ocurrido siglos atrás, y a pesar de ello su corazón se le encogía como si las entrañas se hubiesen convertido en arenas movedizas, como si le estuvieran pasando, o estuvieran a punto de pasarle, a ella.

«Que Dios nos ayude, todo está perdido. El Comisionado nos ha visto. Mi intención era convencerlo primero de mi cordura para luego poderle referir los horrores en los que estamos sumidas, pero él desdeñaba cada prueba que yo le ofrecía de la sensatez de mi mente como muestra de mi locura. Al final perdí el control de mis palabras. Puede que no tenga palabras a las que pueda llamar propias, sino solo aquellas que mi padre nos leía en voz alta hasta que me vi incapaz de contener mis argumentos contra las falsedades a las que llaman ley natural, ese sistema que sostiene que Dios creó a los lunáticos con algún propósito y que, por tanto, se merecen su suplicio. ¡Ay de mí, mis padres! Han jurado que nunca me visitarían hasta que estuviera curada, pero, ¿por qué iba Clay a liberarme, renunciando de este modo a su dinero? Después de la visita, Clay vino desde sus aposentos para informarnos de que el Comisionado no puede retirarle la licencia, por muy penosas que sean las condiciones o los malos tratos que hubiera presenciado, sino que estaría limitado a presentar un informe en el Real Colegio de Médicos, a un mundo de distancia, en Londres. Sus triunfantes gritos podían oírse en Partington, y desde mi ventana pude ver algunas personas sonreír al oírlos, como hacen cuando escuchan nuestras súplicas y chillidos».

La cruz que ponía fin a este párrafo parecía estar desvaneciéndose, y Amy cerró los ojos mientras sus fragmentos se agitaban. Solo el dolor que el lápiz y la uña le provocaban en el pulgar la hicieron volver a mirar y, si bien temblando, seguir escribiendo.

«La visita ha centuplicado la diabólica perversión de Clay, y Alice ya no tiene lengua; sin embargo, sigo escuchando cómo me susurra de noche. Él le ha prometido que sufrirá el gran fuego al llegar Candelaria, y desvaría hablando de purificar a todas las mujeres que están a su cargo. Pero Alice y sus discípulas casi parecen dar la bienvenida a este destino. Clay quiso alzar su prisión y su tumba cerca de su lugar sagrado, sin saber que lo había hecho en el lugar mismo, como antaño fuera erigido el monasterio para aplastarlo. Esta es su colina de celebración y renovación, susurra Alice, y esconde un poder en la muerte que no puede encontrarse en la vida. Pero, ¿cómo puedo creer tales cosas o siquiera creer que es verdad que la estoy oyendo? ¿Es que ella o el tratamiento han confundido mi mente? ¿Por qué debería entregarme a su escritura? ¿Acaso no prueba esto que estoy trastornada? No debería seguir mutilando estas páginas, sino buscar solaz en ellas».

Amy pasó la página, que apenas le pareció sustancial a sus temblorosos dedos. Contradiciendo a la anterior frase, la escritura continuaba y ahora era tan grande que cada margen solo podía contener una línea. Estaba precedida por una cruz cuyo cuerpo superior era significativamente más grande que el inferior.

«Candelaria ha llegado y con ella el fuego. Escucho los gritos de las que todavía pueden gritar y huelo su carne quemada. Clay debe de pretender someterme también a mí a las llamas, creyéndome manchada por las antiguas creencias, porque me han encadenado. ¿Debería haber hecho caso a las exhortaciones de Alice para que encontrara el arcaico poder en mi interior? En mi interior descubro que me consuelan las bromas de su mascota Perkin, el gato con el rostro de un Keene. Escribiré hasta que Clay venga a buscarme, para que alguien pueda algún día saber del trato monstruoso que ha deparado a las miserables encomendadas a su cuidado. Entonces Perkin se llevará…»…-