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La cinta estaba llegando a su culminación cuando creyó escuchar unos arañazos en al puerta. Levantó el teléfono antes de darse cuenta de que había mejores armas en los cajones de la cocina. Se estaba apartando de la mesa, clavando el banco en la parte trasera de sus rodillas, cuando la puerta se abrió.

Era solo su padre, pero eso no era una buena noticia. Se tapó los oídos un momento, como si se estuviera ajustando la máscara de sombría resolución que cubría su rostro, y entonces cerró la puerta con un golpe de los hombros y guardó las llaves en el bolsillo de su chaqueta.

– De modo que así es como te comportas cuando deberías estar rezando -dijo, y miró el panel arañado con el ceño fruncido-. Buen Dios, ¿qué le has estado haciendo a esta pared? -Caminó hacia ella, encendiendo las luces de la habitación mientras avanzaba, y entró en el salón-. Que el buen Dios nos proteja -musitó, junto con otras cosas que ella no pudo comprender mientras apagaba el estéreo y la televisión. Al aparecer, su vacía mirada se volvió hacia ella, brillando mientras se le acercaba-. Vamos a poner fin a todas tus maldades -dijo.

19. En el seno de la familia

Oswald estaba observando cómo el tejado abovedado de la iglesia remedaba una sacra osamenta apretada y alzada, y por eso no advirtió que la familia Pickles lo estaba siguiendo hasta que se reunió con él en el pequeño porche de piedra.

– ¿Hoy viene solo? -preguntó Jack Pickles.

– Usted lo ha dicho.

– ¿Dónde está su hija? -preguntó Hattie bajo el ala de un sombrero que recordaba a un cuadro alpino.

– Estoy pensando en enviarla lejos de aquí por su propio bien.

La idea se le había ocurrido en mitad de sus plegarias, pero Jack parecía pensar que demostraba debilidad. Mientras emergían del porche al frío viento del patio, se pasó una mano sobre su pecoso cráneo, imperfectamente cubierto de un proyecto fallido de pelo, y miró a Oswald a través de sus gafas cuadradas de caparazón de tortuga.

– Hemos oído que ayer tuvieron un pequeño lío.

– Solo un comportamiento que nunca debiera haberse visto en público.

Hattie empujó a su hijo hacia delante para referirse a él.

– Podría haber sido mucho peor si uno de los nuestros no hubiera estado allí para echar una mano, ¿no le parece?

– Le estoy muy agradecido.

– ¿Y qué es lo que pasó, de todos modos? -preguntó Jack-. Algo relacionado con una Biblia, ¿no, hijo?

– Ella había estado escribiendo cosas en sus páginas y no debería haberlo hecho.

– No hace falta dar tantos detalles-dijo Hattie al instante.

– No lo iba a hacer, mamá -protestó Shaun mientras sus mejillas desarrollaban nuevas tonalidades de rojo.

– También estaba asustando a la gente en la calle, ¿no es así?

– Y a las viejas del Té para ti -dijo su madre-. Una de ellas me lo estuvo contando justo antes de la misa.

– Espero que no se moleste, señor Priestley, pero la verdad es que su hija empieza a tener una cierta reputación. Estoy seguro de que eso no le gusta.

– Al principio no creía que la señora Clay pudiese estar hablando de ella -dijo la señora Pickles, que miró a su alrededor antes de bajar la voz, aunque no había más que piedras cerca de ellos-. ¿Por qué se está comportando así? ¿Es cosa de drogas?

Un pensamiento aguijoneó la vergüenza de Oswald.

– Déjeme que le asegure que nunca volveré a permitir que se acerque a ningún veneno.

– Es una lástima que no haya un colegio aquí mismo en el pueblo, para poder tenerla vigilada. Cuanto más grande es el lugar, peores son las influencias. Es cosa de lógica.

– No lo olvidaré. -Oswald la siguió mientras cruzaba la cancela, que Shaun cerró detrás de su padre. -Les estoy muy agradecido a los tres -dijo Oswald.

Solo Shaun aparentó creer que merecía un agradecimiento y Oswald tuvo que resistir el impulso de explicarse. Le habían ayudado a decidir el curso de acción que debía tomar, pero no había necesidad de darle publicidad a sus métodos. Los observó mientras bajaban la ladera con su hijo entre ambos. Ellos habían mantenido a Shaun bajo control y ahora era hora de que él hiciera lo mismo antes de que fuera tarde. Se persignó mientras miraba la tumba de Heather y luego regresó a Nazarill.

¿Había estado su hija de verdad demasiado enferma como para que la llevara a la iglesia, o había tenido miedo de que su comportamiento la traicionase? Recordó la última vez que había entrado en el patio de la iglesia, recordó haberla visto musitando en el camposanto, como si pretendiese resucitar a su madre. Gracias a Dios que su madre ya no estaba allí para ver cómo se había extraviado su hija, ni para contener su mano.

Nada de puertas, pensó mientras pasaba entre los postes de la entrada, no había necesidad de ellas mientras hubiera un guarda. Mientras la luz lo saludaba, Nazarill pareció expandirse para abrazarlo mejor. Cuando entró en el edificio, la apacible y tenue luz le recordó a una iglesia. Aunque no vio a nadie en las escaleras o en el pasillo, se sintió como si le hubieran dado la bienvenida a casa. Recorrió el pasillo hasta su puerta y entró.

Amy se estaba poniendo en pie al otro lado de la mesa de la cocina. Al verlo, pareció encogerse y soltó el teléfono que tenía en la mano. Aunque vio cómo chocaba contra la mesa, no pudo oírlo por el estrépito que reinaba en el apartamento. Mientras se tapaba los oídos, se arañó la mejilla con la llave que tenía en la mano. Abrió la puerta de un empujón y se guardó las llaves en el bolsillo mientras le hacía frente al sonido, que inmediatamente empezó a remitir.

– De modo que así es como te comportas cuando deberías estar rezando -dijo, viendo, mientras sus sentidos se recuperaban, que había arañado un panel junto a la puerta por vandalismo o algo peor-. Buen Dios, ¿qué le has hecho a esta pared?

No era lo único que había hecho; todas las luces estaban encendidas. ¿Qué había estado haciendo en aquella habitación? Mientras la cinta contenía el aliento, tratando de cogerlos desprevenidos con el siguiente estallido, recorrió el salón, apagando bruscamente todos los interruptores. Tuvo que agitar los brazos frente a su rostro mientras entraba, primero en su habitación, donde no parecía haber tocado nada, y luego en la de Amy; creyó haber sentido un hormigueo en la piel. Antes de que pudiera identificar su causa, el estéreo volvió a dar rienda suelta a su pandemonio, en medio del cual pudo reconocer la frase «Bailemos mientras morimos». Entró en la habitación para apagarlo y vio que Amy lo estaba utilizando para ahogar el sonido de un himno en la televisión.

– Que el Buen Dios nos proteja, ¿es que le tienes miedo a un himno? Gracias a Dios que tu madre… -frunció los labios mientras apagaba la cacofonía y luego, para poder pensar con claridad, la televisión. Creyó que volvía a sentir el hormigueo, como si sus nervios estuvieran a punto de escapar a su control. No le permitiría que le hiciera eso. Se llevó una mano al rostro y se apretó los ojos con el pulgar y el índice antes de entrar en el salón-. Vamos a ponerle fin a tus maldades -dijo, y se dirigió hacia ella.

Por lo menos podría haber tenido la delicadeza de encogerse, pensó él. Cuando se volvió después de colgar el teléfono, la encontró mirándolo como si fuera él quien hubiera cambiado, y no ella.

– Soy lo que tú has hecho de mí -le dijo.

– Nunca te atrevas a sugerir eso, ni siquiera a mí. Lo que tú eres no es culpa mía ni de tu… -la referencia a su madre se enquistó en su garganta mientras se dejaba caer en el banco que había entre Amy y el salón-. Quizá tampoco sea culpa tuya del todo. Quiero saber con quién has estado hablando.

– Conmigo misma.

– No digas eso, ni siquiera como un chiste.