John Darnton
Neanderthal
Titulo de la edición originaclass="underline" Neanderthal
Traducción del ingles: Ana Juando
Y fue a consultar a Yahve, que le dijo: Dos pueblos llevas en tu seno.
Dos pueblos que al salir de tus entrañas se separaran.
Una nación prevalecerá sobre la otra nación y el mayor servirá al menor.
PEKIN, 9 de junio. Los científicos chinos le siguen la pista a un misterioso ser humano salvaje y peludo; han hallado pruebas indirectas de que las criaturas semejantes a los humanos que viven apartadas no son ningún mito, según dijo el viernes la agencia Xinhua.
Reuters, 1995
AGRADECIMIENTOS
Un importante editor de Random House, con una larga trayectoria profesional a sus espaldas, defendió el manuscrito de este libro y contribuyo a darle forma en sus albores. Este hombre es una persona legendaria en los círculos literarios; durante los treinta y cinco años que trabajo en la editorial publico un sinfín de libros de escritores famosos. Los autores lo respetaban, porque sabia mejorar sus obras y al mismo tiempo conservar su identidad propia, y muchos, incluso lo querían. Pero su nombre jamás apareció en el apartado de agradecimientos de sus libros. Siempre lo tachaba siendo, como era, de la vieja escuela, que sostiene que los editores deben permanecer, a toda costa, en la sombra. Si hubiera sido menos modesto, su nombre habría salido impreso en cientos de libros. Si todo hubiera ido bien, no habría aparecido aquí. Estas palabras tienen como único fin expresar mi gratitud y rendir mi homenaje-palabras a todas luces insuficientes-a Joe Fox.
Deseo dar las gracias también a Arthur Kopit, amigo, escritor y conspirador. Fue el primero que me dio la idea de narrar esta historia en forma de novela y quien muchas noches, hasta horas muy avanzadas, colaboro de forma decisiva a concretar los giros del argumento.
Estoy en deuda con Nicholas Delbanco, por su lectura y sus comentarios críticos; con Michael Koskoff, por su ayuda y sus consejos; con Christopher Stringer, por haberse leído los pasajes científicos clave; con Myra Shackley, por el material, de incalculable valor, contenido en sus dos libros sobre los neandertales, detrás de los cuales hay un minucioso trabajo de investigación científica; con Walter Parkes, por sus útiles sugerencias, y con Peter y Susan Osnos, por su apoyó y por haberme ofrecido su casa varios veranos, durante los cuales escribí gran parte de este libro.
Asimismo quisiera manifestar mi agradecimiento a Joseph Lelyveld y a Bill Keller, editor directivo, el primero, y editor de la sección extranjera, el segundo, de The New York Times, por haberme concedido amablemente algunos días de vacaciones para que pudiera cumplir con el plazo de entrega del manuscrito; a Marion Underhill, Sue Nestor y Tony Beard, de las oficinas londinenses de The New York Times, que me brindaron apoyó logístico sin queja alguna; a Jon Karp, mi nuevo editor de Random House, quien, de buenas a primeras, se enfrasco en el trabajo de dirigir la redacción del manuscrito en su fase final; y a Kathy Robbins, mi agente y amiga, que es sencillamente la mejor en su trabajo.
Y gracias, naturalmente, a mis hijos, Kyra, Liza y Jamie Darnton, cuya ilusión, ardor y sugerencias me fueron de un inconmensurable valor, y a la persona que mas hizo por animarme, por escucharme, por aportarme ideas geniales, por volver a escribir lo ya escrito, por imprimir, por darme la mano, por enjugarme la frente, por negociar y, en general, por estar siempre a mi lado: Nina Darnton.
En 1910, Geoffrey Bakersfield-Smyth, un erudito aventurero de Leeds, entregado a su pasión por coleccionar y clasificar flores alpinas, entro por casualidad en el Museo Nacional de Antigüedades y otros Objetos de Dushanbe, en el kanato de Bujara. En el sótano del museo, entre viejas cajas de vasijas de barro, archivos deteriorados por la humedad y otras tantas cosas echadas a perder, encontró una piedra única. Era una tabla rectangular, grabada con mucho esmero, del tamaño de una mesita auxiliar. Le faltaba un trozo -el borde exterior derecho estaba mellado en forma de ese y parte del grabado estaba totalmente desgastado.
Pero había unas líneas tan claras como huellas de unas botas en el barro; eran figuras humanas, aunque fuera imposible decir de que figuras se trataba.
En la sala en la que se guardaban los polvorientos archivos del museo, Bakersfield-Smyth hallo una breve nota, escrita con mano temblorosa. La tabla había sido descubierta en I874 por un campesino mientras araba su campo, situado junto a una aldea de montaña en tierras tadzhikes. (Bakersfield-Smyth recordó que en 1987 un terremoto había sacudido Oriente y supuso que la tabla había salido despedida de alguna de las cuevas subterráneas de piedra caliza que abundaban en la zona.) El campesino la llevo en una carreta tirada por bueyes a Khodzant, el pueblo de la provincia, y la dejo en la puerta de una tienda de paños. En ninguna parte constaba ni como ni cuando había sido transportada la tabla al museo de Dushanbe.
Bakersfield-Smyth tomo notas, en las que describía sucintamente la tabla. Quitó con un cortaplumas la arenisca silicea que había entre las grietas y en las muescas, y calco los dibujos. Después cogió su cámara y la fotografió. Registro todo el museo en busca de la parte que faltaba, pero no la hallo.
En Londres, Bakersfield-Smyth le mostró sus notas y sus fotografías a P. T. Baylord, quien mas tarde se convertiría en lord Uckston, que era un especialista en antropología biológica, a la sazón una ciencia relativamente nueva. En I9I3, Baylord publico en el Journal of the Royal Society for Archaeology una monografía y un articulo titulados ‹‹El pictograma de Khodzant››. Amplió las fotografías, las corto, luego juntó en una secuencia lineal las imágenes que había obtenido por separado, y de ese modo Baylord pudo reconstruir la historia que narraba la tabla. Afirmo que esta hacia referencia a una antigua batalla de tal magnitud, según el, que los supervivientes se habían sentido impelidos a inmortalizarla y transmitirla a las generaciones posteriores.
Adviértanse los intentos por situar la acción en un tiempo y en un lugar determinados -escribió-. Concretamente observamos símbolos que podrían representar las lunas y otros que al parecer representan el follaje estacional. En un extremo hay un dibujo que es, según todos los indicios, una montaña y un peculiar afloramiento rocoso con salientes que le confieren el aspecto del dorso de un puno cerrado.
Desconocemos el lugar exacto en el que se halla este sistema montañoso, pero conviene señalar que la región mas alta del Pamir, que abarca Afganistán, Tadzhikistan, Jammu y Cachemira, en gran parte por explorar, contiene numerosas formaciones rocosas casi únicas por sus dimensiones gigantescas y sus formas extrañas, atribuibles a la erosión de los glaciares.
El relato de la batalla escrito por Baylord era impresionante, aunque en ultima instancia insatisfactorio a causa del trozo que faltaba. Se desconocía el final, si es que lo hubo. La historia se desvanecía en el aire, por así decirlo. Pero pudo discernir claramente dos bandos de guerreros e identificar tres contiendas distintas. Incluso llego a conjeturar que en una esquina había un montón de cuerpos sin vida, aunque los cadáveres estaban curiosamente representados, al parecer, por ojos humanos colgados en unos árboles.
Después de pasarse semanas enteras examinando las fotografías con una lupa y haciendo minuciosos dibujos en un trozo de arcilla con un escalpelo de cirujano con el fin de reconstruir las partes que faltaban, descubrió las diminutas armas de los soldados, las cuales, escribió, ‹‹eran de naturaleza notablemente primitiva››.
Pero el trabajo, desde un punto de vista científico, era muy poco riguroso. Sin el original, era absolutamente imposible datar la tabla. En consecuencia, Baylord, a modo de conclusión, no tuvo mas remedio que aventurar una hipótesis que era, en gran medida, una mera suposición: probablemente, los combatientes pertenecían a pequeños clanes de mongoles que entablaron batallas entre el ano 100 y el ano 200 a. C. Y en ningún momento reparo en un detalle intrigante de la tabla: el hecho de que un grupo de guerreros era distinto del otro, puesto que se caracterizaba por tener una frente extrañamente huidiza que terminaba en unos arcos superciliares muy prominentes. Baylord se limito a hacer una alusión, de pasada, a ‹‹una cinta que llevaban en la frente››.