Tenia que admitir que, cuando ella había dicho esto, se había emocionado. Parecía una idea fantástica y por un momento se había dejado llevar por ella. Era una oportunidad descabellada, pero si no la aprovechaba siempre tendría re mordimientos. ¿Y si era verdad? Solo para descartarlo valía la pena hacer aquel viaje. Y además tenía un objetivo más inmediato: encontrar a Kellicut.
Porque había pocas dudas de que estaba en paradero desconocido. Si alguien se había tomado la molestia de fabricar un engaño de aquel calibre, podía estar realmente en peligro.
Volvió a mirar a Susan. No habían tenido ocasión de hablar del pasado. Cuando llevaban una hora de vuelo -habían despegado del aeropuerto Kennedy-, habían pedido unas copas: el, whisky, y ella, vodka. Cuando entrechocaron las copas y brindaron sin decir ni una palabra, acercándose el uno al otro como conspiradores, casi hubo un momento de intimidad, pero solo fue un momento. El intento desviar la conversación y volver a hablar de ellos, pero ella opuso resistencia, de modo que charlaron de sus carreras y del pasado reciente.
– ¿Y después de Harvard, que hiciste? -preguntó Matt.
– Fui de aquí para allá; fue un doctorado peripatético. Estuve tres años en Berkeley.
– Eso me dijeron.
– Fue agradable, pero no se… el sol, la comida dietética, toda aquella gente que siempre piensa de forma políticamente correcta sobre todos los temas… empecé a echar de menos los cielos nublados.
Matt sonrió.
– No publique mucho. Pero Kellicut era maravilloso.
Sentía verdadero interés por nosotros, ¿sabes? Se preocupaba por nuestro futuro. Hizo cuanto pudo por mi. Me entere de que habían organizado una excavación en Irak y me fui.
Dios mío, fue fantástico: el trabajo, el polvo, los líos, las aventuras que se presentaban sin que uno las buscara, incluso las moscas.
– Por la noche, cuando la temperatura bajaba en el desierto, me tumbaba en la hamaca, miraba el cielo negro e inmenso, contemplaba las estrellas y pensaba: "Esto es lo único que necesito. No quiero nada mas". Pero naturalmente quería algo más. Con todo, la excavación fue un éxito. Hallamos los huesos. Yo encontré un cráneo por primera vez.
Era un fragmento así de grande. -Levantó la mano separando el pulgar y el índice unos diez centímetros.
– ¿Y después?
– Me fui a Madison, donde me hicieron un contrato fijo. Mas excavaciones, mas huesos, mas artículos. Polvo y mas polvo. Esta es la historia de mi vida. -Omitió lo mas importante… a propósito. Es increíble lo descarnada que puede parecer una vida cuando se habla de ella, pensó.
– ¿Y nunca has pensado en casarte en todo este tiempo?
Se puso rígida.
– No, de hecho no.
– ¿Nunca?
– Mira, Matt… -Era la primera vez que lo llamaba por su nombre y a el le produjo una sensación extraña y familiar a la vez-. No creo que tengamos que hablar de todo esto. Hay otras muchas cosas de las que me gustaría charlar. Bajo la voz-. Yo no te he preguntado por Anne.
– Anne. No la he visto desde hace… -Se detuvo para calcular. Ahora que se habían internado en un terreno resbaladizo era importante ser preciso-. Debe de hacer unos trece años.
Volvieron a quedarse callados. Ella pidió otra copa. ¿Había superado su temor a convertirse en una alcohólica? El pidió otro whisky. La azafata coqueteo con el, mirándole provocativamente a los ojos, ignorando a Susan.
Y eso fue todo; no hubo confesiones en las que uno desnuda el alma ni catarsis emocional. Quizá sea mejor así, pensó Matt; por una parte lo deseaba, pero por otra lo temía. ¿Como podría explicar lo que había ocurrido y lo que había sentido? Hacia tanto tiempo de aquello. A la hora de la verdad se expresaba mal, era torpe al elegir las palabras. Tenia que admitir que se sentía aliviado.
Susan también lo prefería así. Ver a Matt había sido un shock; ni siquiera había tenido la posibilidad de prepararse para aquel encuentro.
Había sido tan distinto de los múltiples encuentros que había imaginado en sueños. Seguía siendo un hombre guapo, pensó con tristeza. Pero que sensación mas extraña le produjo ver canas en aquellas sienes familiares. Al menos no se había convertido en un hombre obeso, como ella había imaginado en algunas de sus vengativas fantasías, porque así se sentía victoriosa.
Pero la realidad era diferente; estaba contenta de que conservara su buen tipo. Lo que mas la acongojaba era que todavía fuera un hombre atractivo; no podía evitar mirarlo todo el tiempo.
Había tardado años en superar su traición. Mas que desaparecer, sus ánimos habían quedado ahogados por el ajetreo de la vida cotidiana. Sus amigos se habían hartado de escucharla, de modo que finalmente dejo de hablar de el. De tanto reservarse sus sentimientos para si acabo por reprimirlos. Salía, tenia amante, pero de vez en cuando sus recuerdos afloraban y en aquellos momentos se sentía desgraciada, aunque no tanto como en el pasado. Ahora sabia que, si quería protegerse, debía guardar las distancias.
Susan se había colocado los auriculares y se había puesto cómoda. Cuando se repantigo en su asiento, se le había subido la falda, dejando al descubierto sus muslos. Matt seguía sentado, bebiendo whisky y mirando por la ventana.
Van estaba leyendo muy concentrado una pila de papeles. En el asiento de al lado había un montón de carpetas de color manila, que se deslizaban cuando el avión giraba. Siempre trabajaba así, compulsivamente. Tal vez por eso fuera un científico tan bueno y las misiones se le dieran tan bien. Trabajaba con ahínco; leía, estudiaba, consideraba todas las cuestiones desde todos los puntos de vista. Su carrera era una de las pocas cosas de las que podía sentirse orgulloso. Su trabajo era para el su vida y en ella no había espacio para casi nada mas.
Desde que era un niño, Van se había sentido superior a los demás. Había niños mas altos, mas fuertes, mas guapos, mas rápidos que el, que se convertían en hombres como Matt, que daban la impresión de que todo era muy fácil, que no luchaban por nada. Para Van las cosas eran muy distintas; tenia que batallar por cada migaja, no le daban nada fácilmente. Pero tenia una ventaja: era inteligente, mas inteligente que todos ellos, y siempre tenia en cuenta todos los puntos de vista.
Su madre había muerto en extrañas circunstancias cuando el tenia cuatro años; nunca le explicaron de que había fallecido exactamente, aunque le dijeron, de forma vaga, que se había producido una explosión de una estufa de gas. Su padre, un oficial del ejercito, un hombre distante y amargado, nunca le dijo ni una palabra. Van no recordaba haberse sentado nunca en su falda ni haber sido acariciado.
Principalmente se acordaba de su cara picada de viruelas, de su corte de pelo, que dejaba ver una franja de piel sobre las orejas, y del fuerte olor de su aliento. Van y su hermano pequeño fueron nominados militares. Iban de un lado a otro sin cesar. Su padre se adelantaba y un mes o dos mas tarde los llamaba para que se reunieran con el. Viajaban en tren. Cuando lo cogían, en Fort Dix o en Fort Bragg, la idea de que podían pasarse de largo la parada les ponía tan nerviosos que hacían turnos por las noches para leer los letreros de las estaciones. Cuando llegaban, su padre a duras penas les dirigía la palabra.
Mas tarde Van descubrió la ciencia. Empezó con las matemáticas, en las que hallo el orden que le purificaba el espíritu; luego se paso a la química y a la física. En la universidad descubrió las ciencias sociales, mucho menos exactas que las ciencias naturales pero mas atractivas, porque presuponían la manipulación del comportamiento humano. La psicología experimental lo fascino, y en Chicago lo sedujeron los conductistas. Hacia experimentos con ratas; las introducía en laberintos, les practicaba operaciones y luego volvía a hacerlas correr. Subió la escalera evolutiva y probó con monos y después con seres humanos; trabajaba con pacientes con lesiones cerebrales en los hospitales que acogían a los veteranos de guerra. Las técnicas son las mismas, decía en broma, -un poco de queso en un extremo y el electrochoque en el otro-. Su afición por el riesgo lo llevo al estudio del sicolenguaje, una ciencia todavía en ciernes.