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– ¡No!

– Si, si, de veras. Tuve la oportunidad de conocer muchas cosas. Aprendí ingles, leí libros nuevos, escuche música nueva. Incluso me enseñaron que significa este gesto.

Susan se rió. Matt se inclino hacia delante y lo miro por encima del respaldo del asiento. Rudy tenia el dedo medio de la mano derecha levantado y los demás cerrados.

– Canciones. Me se todas las canciones de aquel ano. Los grandes éxitos. WABC. Concédenos veinte minutos y te daremos el mundo.

Empezó a cantar el estribillo de Don't Go Breaking My Heart con un fuerte acento y desafinando una barbaridad. Van gruñó, pero incluso a el aquella cómica espontaneidad parecía divertirle.

Rudy los llevaba al hotel donde pasarían la noche y donde conocerían al guía de Kellicut, la ultima persona que lo había visto con vida.

– Dinos todo lo que sepas de los hombres de las montañas -le pidió Van bruscamente.

– Los tadzhikes que viven por estos alrededores cuentan muchas historias. Los llaman alma y a veces czechkai, que significa moradores…moradores, no, habitantes de las nieves. De hecho, nadie los ha visto nunca. No les gusta hablar de este tema, y como soy ruso no se fían de mi, así que se limitan a abrir mucho los ojos.

De todos modos no siempre entiendo lo que dicen.

– La gente cree en ellos, esto es innegable.

Algunos incluso afirman que comercian con estos hombres. Suben a lo alto de las montañas y dejan sal, azúcar, cuentas y otras cosas en un sitio determinado. Al cabo de un par de semanas vuelven y la sal ha desaparecido, pero en su lugar hay pieles de animales, de osos, de conejos y eso.

– ¿Y quien lo hace? -intervino Van-. ¿Has hablado con alguien que lo haya hecho?

Rudy no conocía a ninguna persona que lo hubiera hecho y nadie le había dicho el lugar exacto en el que se producían aquellos intercambios. Ni siquiera estaba seguro de que la historia fuera cierta.

– Si alguien sube muy arriba y va mas allá de la zona nevada, desaparece sin dejar rastro. Cuando esto ocurre, todo el mundo es presa de un gran desasosiego. Encienden velas y culpan a los czechkai. Algunos dicen que cada vez es peor, que desaparece gente con demasiada frecuencia. Nadie sabe por que. Un chico que subía habitualmente a las montañas a cazar un día no regreso. Lo buscaron por todas partes y algunos dicen que hallaron su cuerpo pero sin la cabeza. Quien sabe. Tuve la oportunidad de charlar con su padre, pero se negó a hablar de ello.

– Aquí la gente es muy supersticiosa. No les gusta que nadie pronuncie la palabra czechkai.

Los niños huyen corriendo. Es como ese monstruo de América. ¿Como se llama? El que utilizan los adultos para amenazar a sus hijos si no se portan bien.

– El coco-contesto Susan.

– ¿Como?

– Es el monstruo que se esconde debajo de las camas de los niños.

– Bueno, si, se parece mucho.

El camino estaba ahora lleno de baches, señal de que se estaban acercando a un pueblo. Matt se dirigió a Susan y le habló con mucha animación.

– ¿Sabes donde estamos? ¿Sabes que pueblo es este?

– Susan negó con la cabeza-. He visto el letrero.

¡Estamos en Khodzant!

Tardo un poco en reaccionar.

– ¿Te refieres al pueblo del enigma de Khodzant?

– El mismísimo.

– ¡Increíble!

– ¿Que es el enigma de Khodzant? -preguntó Rudy.

Van se lo explico.

– Es una especie de pictograma. Se cree que es muy antiguo, pero nadie ha podido datarlo porque el original desapareció. Falta un trozo y nunca se ha llegado a descifrar.

– ¿Y procede de aquí? -preguntó Rudy.

– Al parecer si, a menos que haya mas pueblos llamados Khodzant.

Matt estaba sorprendido. Solo un puñado de arqueólogos sabía que era el enigma de Khodzant, la mayoría lo desconocía.

– ¿Como sabe usted eso? -le preguntó a Van.

– Estoy al día. Nunca se sabe cuando puedes necesitar echar mano de los conocimientos adquiridos.

El coche recorrió unas callejuelas estrechas de casas de piedra y mortero hasta llegar a un patio. Sobre la puerta arqueada podía leerse la palabra HOTEL, que estaba escrita con pintura azul, muy descolorida.

Rudy fue el primero en salir del coche y enseguida se puso a gritarle ordenes al chico que había abierto la puerta del hotel. Los condujo hasta un estrechó mostrador de madera, donde se inscribieron. El propietario, un hombre de cejas negras al que le faltaban muchos dientes y que llevaba un fez, vestía una sudadera de DUKE, con un demonio azul pintado a la altura del pechó.

Jamás había visto un pasaporte norteamericano y paso todas las paginas de los que le entregaron con parsimonia antes de acompañar a sus huéspedes a las habitaciones.

Alegraron la cena, un estofado pasable, con el abundante vodka que les ofreció Rudy. Cada vez que veía un vaso vacío, se apresuraba a llenarlo hasta el borde.

Luego pasaron al bar, una cueva de reducidas dimensiones decorada con parras y plantas que crecían en las paredes de ladrillos colocados en punta. El propietario entro con una bandeja de tazas de café de porcelana y le susurro a Rudy algo al oído: había llegado el guía de Kellicut.

El muchacho, de unos trece o catorce años, pelo negro y ojos castaños y lacrimosos, entro en el bar y los miro a todos. Llevaba una blusa holgada, una túnica y zapatillas de gimnasia.

Van empezó a hablar pero Susan lo corto. Se acercó al chico, le sonrió y le dio un fuerte apretón de maños. El también se la estrechó enérgicamente con mucha solemnidad y la saludo con una inclinación de cabeza.

– Es Sharafidin-dijo Rudy.

Los demás imitaron a Susan y el les hizo una pequeña reverencia después de cada apretón.

Rudy le invito a sentarse pero Sharafidin se quedo de pie. Intercambiaron unas cuantas palabras en persa y a continuación el chico empezó a hablar sin contención y sin vacilaciones. Estaba muy locuaz.

Rudy tuvo que pedirle que parara con el fin de poder traducir lo que había contado.

– Dice que el maestro, así es como llama al señor Kellicut, llego aquí hace varios meses y que se alojo en este mismo hotel. Nadie sabia que quería ni para que había venido. La mayoría de la gente no le dirigía la palabra, pero sentían mucha curiosidad, de modo que poco a poco empezaron a hablarle. El hablaba persa, aunque bastante mal.

Mientras Rudy traducía, Sharafidin miraba fijamente a Susan y ella se dio cuenta y le devolvió la mirada.

– Con el tiempo la gente se acostumbro a su presencia. Solía dar largos paseos y subía a las colinas que hay al pie de las montañas. Sabia medicina e incluso llego a curar a algunos. Poco a poco le fueron abriendo sus casas. Una noche lo invitamos a cenar a nuestra casa y matamos una cabra. Le hizo un regalo a mi padre, una ilustración preciosa de la estatua de una mujer inmensa que sostenía una antorcha y un libro, y estaba rodeada de agua. Pone New York City. A mi padre le gusto tanto que la colgó encima del horno.

Van lo interrumpió.

– ¿Que le contó tu padre sobre los alma?

Rudy se lo tradujo, pero el chico no lo entendió.

Cuando volvió a preguntárselo, Sharafidin desvió la mirada.

– Dice que el no estaba presente -dijo Rudy.

– Sigue -le rogó Matt con amabilidad.

Esta vez el muchacho habló mucho rato. Rudy lo animaba a seguir asintiendo con la cabeza de vez en cuando. Contó como un día el maestro les revelo su deseo de subir a las montañas y ver a los alma; y como intentaron repetidamente disuadirlo.

– De modo que una noche mi padre le dijo: ‹‹Si quiere ir, vaya. Pero llévese a mi hijo con usted››.

Su padre, explico, pensaba que de este modo el maestro no correría peligro. El chico describió después los preparativos y el ascenso; estuvieron días y días subiendo la montaña.