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– Un día llegamos a un sitio donde ni siquiera había árboles, y allí mismo construimos una cabaña. Hacíamos excursiones diariamente, y siempre subíamos un poco mas. El maestro examinaba continuamente el suelo. Entonces acampamos. Por la noche hacia muchísimo frió. El me arreglo una camita, pero incluso así yo pasaba mucho frió.

– El maestro empezó a hacer excursiones solo, cada vez mas largas. No quería que yo fuese con el. Una vez no regreso por la noche; estuvo mucho tiempo lejos.

Días y días. Cuando volvió, escribía. Empezó a comportarse de un modo extraño.

A veces hablaba en voz alta consigo mismo. Un día se puso enfermo; tiritaba y estaba muy débil. Cuando mejoro, volvió a marcharse y estuvo muchos días sin aparecer.

– Apenas nos quedaban provisiones. Tuve que bajar y cazar conejos y pájaros para poder comer, así que no se si el maestro regreso durante mi ausencia.

Yo buscaba sus huellas en el suelo y a veces las descubría.

– Finalmente el maestro volvió. Tenia mal aspecto. Parecía otra persona. No me hacia mucho caso, como si no me conociera. Pensaba en voz alta, pero yo no entendía nada porque hablaba en su lengua.

– Teníamos muy poca comida, pero el no quería irse. Intente sonsacarle los motivos que lo obligaban a permanecer allí, pero no quiso contestarme. Hablaba mucho sobre los alma. Le pregunte a que se refería y se puso a reír.

Luego volvió a marcharse. Cada vez estaba mas tiempo fuera.

– Un día, cuando volví de cazar, me lo encontré.

La barba le había crecido mucho. Estaba muy excitado. Me dijo que yo tenia que regresar a la aldea y llevar una cosa. Me dio una caja. Pesaba mucho y había algo escrito en ella. Me ordeno que se la diera a mi padre y que me preocupara de que el la mandara por correo enseguida. Y esto es lo que hice.

– ¿Regresaste al campamento? -preguntó Susan.

Rudy le tradujo la pregunta y Sharafidin negó con la cabeza.

– ¿Volviste a verlo?

El muchacho negó de nuevo con la cabeza.

– Y tu, ¿viste a los alma? -preguntó Matt.

– No. -Se mordió el labio y habló despacio-. Una vez busque las huellas del maestro, pero en su lugar vi otras mucho mas grandes.

Se miraron entre ellos. Rudy bebió un trago de vodka – ¿Quieren saber algo mas?

– Pregúntale si abrió el paquete-dijo Matt.

Van puso mala cara. El chico dijo que no; luego miro a Susan y dijo algo. Rudy le contesto con un gritó.

– ¿Que ha dicho? -preguntó Susan.

– Nada, señorita. No tiene importancia.

– Quiero saber que ha dicho.

– Pregunta si usted y el maestro se conocen.

– ¿Que si nos conocemos?

– Su pregunta exacta… No la he entendido.

Estoy seguro de que no tiene ningún significado especial.

Van parecía perplejo.

– ¿Por que demonios quiere saberlo? Preguntó.

– Dile que si-intervino Susan.

– No lo entiendo-comento Rudy. -Quiere saber quienes somos.

El tono de voz de Susan era brusco.

Cuando Rudy tradujo la respuesta, el muchacho se quedo mirando a Susan. Luego, haciendo una reverencia, salio de la habitación.

Fuera estaba anocheciendo. Susan estaba sentada de espaldas a la ventana; su tez oscura brillaba a la luz de la vela; sus ojos parecían negras cavernas.

– Dime, Van, ¿que planes tienes? -preguntó con un tono de voz mesurado, mientras sus dedos jugueteaban con la cera.

– Al menos sabemos por donde empezar -respondió Van-. El campamento.

– Espero que Sharafidin nos acompañe hasta allí murmuró Susan.

– Ya esta todo arreglado -aseguro Van.

– ¿Hay alguna otra cosa arreglada? ¿Nos tienes reservadas mas sorpresas? -preguntó Susan.

– Que dependan de mi, no.

– Así pues, iremos al campamento de Kellicut intervino Matt-. Y luego ¿que?

Siguió un silencio. Finalmente Van contesto.

– Luego improvisaremos. Ya veremos que nos espera allí. Buscaremos un mensaje, huellas.

– ¿Y si no encontramos nada?

– Entonces todo dependerá de ustedes. Ustedes lo conocen y saben lo que el busca. Tal vez consigan repetir sus actos, pensar lo que el pensó, hacer lo que el hizo, ir a donde el fue. Como he dicho, improvisaremos.

– ¿Y el revolver, Van? -Preguntó Matt-. ¿Que piensas hacer con el?

– Nada, si puedo evitarlo.

– Entonces, ¿por que lo has traído? -preguntó Susan.

– Por si lo necesitamos.

– ¿Tienes razones para pensar que vamos a necesitarlo? -siguió preguntando Susan.

– Miren, no tenemos ni idea de lo que vamos a encontrarnos allí arriba.

Matt levantó la voz.

– ¿Vamos a buscar a la criatura esa o vamos a cazarla furtivamente?

– Maldita sea, ya han oído al muchacho. Han desaparecido muchas personas en las montañas. Si lo que quieren es poner en practica sus entupidos métodos de antropólogos de laboratorio, adelante. Pongan en marcha su magnetófono y graben sus pensamientos mas recónditos. A ver adonde les lleva. Yo no voy a hacerlo.

– Recuerda que somos científicos, no cazadores.

– Si, pero yo quiero volver sano y salvo.

Van estaba preocupado: tal vez estén asustados, pensó. Quizá decidan dar marcha atrás.

Permanecieron sentados en silencio mientras oscurecía.

De pronto no tenían nada que decir. Susan se levantó súbitamente, mascullo unas palabras, deseándoles las buenas noches, y se fue. Matt también se levantó y desapareció tras ella.

Matt y Susan se fueron a un salón de te que había en una plaza profusamente iluminada. En una terraza, sentados a unas mesas metálicas, había una docena de hombres que bebían te verde, fumaban tabaco negro y charlaban en voz baja; su charla era un murmullo monótono. Algunos de ellos estaban sentados con las piernas cruzadas encima de tarimas cubiertas de alfombras de Bujara y jugaban a damas. De una puerta iluminada llegaba música turca. Los clientes miraron a Matt y a Susan con curiosidad y sin disimulo.

Se sentaron a una mesa y pidieron café por senas.

– Mira -dijo Susan señalando con un movimiento de cabeza el otro lado de la plaza; por encima de los edificios oscuros resplandecía una luna llena, que estaba colgada en el cielo como si descansara sobre los tejados; era tan blanca que los cráteres grisáceos se destacaban cual manchas en un melocotón maduro.

– Madre mía -exclamo Matt-. Nunca había visto nada igual a esta luna sobre…

– … Khodzant.

– Khodzant. No me extraña que todo sea tan ilógico. Desde que hemos llegado aquí, me he sentido como envuelto en un misterio indescifrable.

Susan sonrió.

– Piensa que probablemente nuestro querido homínido también la estará observando desde allí arriba, en lo alto de las montañas.

– Probablemente estará aullando a la luna.

– Venga, vamos.

– ¿Que?

– Ya estas dando por sentado otra vez que no son seres civilizados-dijo Susan.

– ¿Y por que tiene que ser de incivilizados aullar? Yo lo hago todo el rato.

– Esto únicamente viene a demostrar que tengo razón. De todas formas, se supone que tu eres el que defiende que estas criaturas son tan buenas como nosotros.

– Tan buenas, no: iguales, compatibles.

– Y sexualmente atractivas.

– Eso jamás lo he afirmado -protesto Matt.

– Bueno, pero no se puede negar que lo dabas a entender de una manera implícita. ¿Como, si no, nos habríamos prendado de ellos en un momento de delirio de…? ¿Como lo llamaste?

– ¿Imperialismo reproductivo?

– Exacto, imperialismo reproductivo. ¿Y cual es el otro termino que popularizaste? Todos mis alumnos lo sueltan en los exámenes.

– Flujo genético-respondió.

– Eso, flujo genético. Una expresión muy lograda. Se podría utilizar para un anuncio de Calvin Klein.

– Muy gracioso. ¿Y tu de donde sacaste todo eso de la guerra? Que los cazábamos, que los perseguíamos y que los arrojábamos por los acantilados. Y todas esas tonterías de que comían cerebros. Yo pensaba que todo esto se había acabado en los años cincuenta con Alberto Blanc. ¿De veras lo crees?