Sus escritos levantaron un ligero revuelo en los círculos académicos, que pronto fue apagándose paulatinamente. Algunos sostenían que se trataba de un fraude. Su breve monografía siguió viva solo entre un puñado de arqueólogos que la consideraban una curiosidad. Las conferencias sobre ‹‹El enigma de Khodzant›› se convirtieron en unas de las favoritas entre los estudiantes universitarios.
La piedra se quedó en el sótano del museo, totalmente abandonada, y mas tarde, cuando la Revolución rusa se extendió hasta Tadzhikistan, se perdió.
El enigma de Khodzant
Akbar Atilla dejo su AK-47 apoyado en el tronco de un árbol y se alejo de la hoguera del campamento en busca de un lugar donde hacer sus necesidades. La luz de la luna era débil y la visibilidad casi nula. Diversas capas de nubes cubrían el cielo nocturno y de vez en cuando la negrura era absoluta.
Las guerrillas de mujahiddines habían ido subiendo por las montañas de Tadzhikistan hasta una altura considerable con la finalidad de hallar un lugar seguro donde asentar su base. Ninguna fuerza armada del Estado podría darles alcance a menos que montaran una expedición de envergadura y, en el caso de que lo hicieran, las guerrillas podrían esperarles tranquilamente, escondidas en cualquiera de los múltiples barrancos que había en el lugar, y dispararles. Aquellas montañas eran una fortaleza inexpugnable.
Subió la cuesta rocosa, intentando encontrar el sendero guiándose por el contacto de los pies con el suelo. De pronto se detuvo y escucho. Se oía el rumor de las hojas de los abetos que el viento movía y las voces de sus camaradas, que hablaban tranquilamente, abajo. Uno de ellos estaba contando una historia.
Se aflojo el abrigo del uniforme militar y se dispuso a desabrocharse el cinturón. En aquel momento oyó un ruido inconfundible a sus espaldas: eran los pasos de alguien que se acercaba. Se irguió y fue a volverse, pero el ataque fue tan rápido que no le dio tiempo de reaccionar. Sintió un fortísimo golpe en la cabeza y alzo la vista, aterrado. Las nubes se deshacían en el cielo. A la luz de la luna vio una vaga silueta, grotesca y salvaje, que emitía gruñidos, y un rostro alargado con unas sobrecejas muy prominentes. Ni siquiera pudo chillar; lo golpearon otra vez y luego sintió que unos brazos le estrujaban y le rompían las costillas. Hasta que la noche se lo tragó.
A la mañana siguiente, muy temprano, sus camaradas hallaron el rifle apoyado en el árbol. No había nada más. Pensaron que quizás habría bajado al valle a ver a su familia o a cosechar los campos. ¿Pero porque no se llevo el arma consigo?
La historia de esta desaparición era similar a otras que habían ocurrido recientemente, de modo que al final llego a oídos de los aldeanos y mas tarde también se enteraron los habitantes del pueblo que había en las colinas, al pie de las montañas. Para entonces al relato le habían añadido tantos detalles imaginarios, con el propósito de embellecerlo, que apenas guardaba ya ningún parecido con lo que en realidad había sucedido. Únicamente el misterio esencial permaneció inalterado: un hombre se había esfumado sin dejar rastro, como si se lo hubiera tragado la tierra.
Un norteamericano que viajaba por el Pamir, a quien por comodidad y para evitar molestas preguntas llamaban cónsul, recogió el acontecimiento y lo transcribió en un disquete; añadió asimismo un breve recorte del periódico local de aquella semana, que su secretaria tradujo:
HISKADETH, 8 de noviembre.
Una joven de veinticuatro años de Surrey, Inglaterra, que formaba parte de un grupo de excursionistas y alpinistas que escalaba el Askasi, fue hallada muerta la semana pasada.
El responsable de la expedición, Robert Brody, de Londres, dijo que desde que la joven, Katrina Bryan, se había alejado del campamento, el grupo había estado muy preocupado por ella. También aseguro que habían emprendido una búsqueda exhaustiva durante cuatro días sin éxito, y cuando ya se habían dado por vencidos y habían decidido iniciar el descenso, hallaron el cuerpo en un saliente, a unos tres kilómetros de la cima del monte.
Los excursionistas llevaban tres semanas recorriendo y escalando las montañas de aquella región, raramente visitada por los forasteros. Los lugareños cuentan historias de ciertos…Hombres de la montañas que capturan a las personas que se aventuran a ir hasta allí. El señor Brody dijo que todos habían vivido atemorizados por diversas apariciones misteriosas, pero rehuyó dar mas detalles.
La autopsia, llevada a cabo por el doctor Askan Katari, mostró que presentaba múltiples abrasiones y extensas lesiones craneales. Había…Ciertas contradicciones, dijo el doctor Katari sin dar mayores explicaciones. Han repatriado el cadáver a Inglaterra para que pueda procederse a su inhumación.
El cónsul codificó el disquete y lo metió en un sobre en el que escribió las señas del college de Bethesda, en Maryland, al cual le habían aconsejado que se dirigiera en ocasiones como aquella. Lo envió por medio de la valija diplomática de la Embajada norteamericana de Dushanbe, la capital de Tadzhikistan.
Matt decidió tomarse un descanso. Salio de un agujero que parecía una tumba, fue a recoger el cántaro de agua y, cuando estaba bebiendo, por el rabillo del ojo vio una manchita. Volvió a dejarlo en el suelo y miro fijamente el valle; muy a lo lejos había una nube de polvo. Era un coche.
El primer coche que veía en los últimos cuatro meses.
¿Que hacia allí, en aquel lugar remoto y desierto?
Se quito el sombrero de ala ancha manchado de sudor y alzo la vista. Al instante tuvo la sensación de que el sol del África oriental le perforaba el cerebro. Movió repetidamente los hombros, haciéndolos girar, y sintió un dolor muy agradable en los músculos de la espalda.
En la pendiente árida que había a sus pies vio a cinco personas trabajando. Eran sus alumnos. Le gustaba mirarlos desde cierta altura, como ahora.
Todos estaban ajetreados, ocupados en la excavación.
Uno de ellos empujaba una carretilla cargada de trozos de roca; otro, tendido boca abajo en una zanja, estaba pasando un cepillo de dientes por la superficie de una piedra. Que exótico era, con aquel calor y en medio de tanto polvo. Parecía un paisaje lunar.
Echó un vistazo al reloj. Era la hora de almorzar.
Bajó la colina a grandes zancadas, de lado, y entró en la tienda de campana. En el interior hacia un calor sofocante. Dejó la puerta de lona abierta y encendió un ventilador que tenia un aspa de plástico de diez centímetros y que poca cosa hacia por mover aquel aire inerte.
Se oía el sordo zumbido de las moscas.
Inesperadamente Matt vio su rostro reflejado en un espejo que colgaba de uno de los palos de la tienda. Examino los chorros de sudor que le resbalaban por la frente y las mejillas, hasta desaparecer en la barba. El pelo, castaño y espeso, le cubría la frente y las orejas, y le llegaba hasta el cuello de la camisa. El polvo se le había acumulado en las patas de gallo que tenia alrededor de los ojos marrón oscuro y en las arrugas que se le habían formado a ambos lados de la boca.