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Sus ensonaciones fueron interrumpidas por los gritos del resto del grupo: era hora de partir. Cuando salió del agua y se secó, sintió el aire calido acariciándole el cuerpo y se dio cuenta de que estaba excitado.

Por la tarde condujo Matt. De ordinario disfrutaba haciéndolo, pero ahora no era nada fácil. Habían dejado la carretera y se habían internado por un camino de tierra; si iban demasiado deprisa, el traqueteo del coche era infernal.

Además, con el sol de la tarde y el reflejo de las piedras, era casi imposible ver bien el camino. De tanto entornar los ojos, le dolía la cabeza.

Al atardecer Susan tomo el relevo; Van y Rudy dormían en el asiento de atrás. El aire se enfrió rápidamente. El viento se metía dentro del coche como una fría corriente submarina, pero dejaron las ventanas abiertas porque era agradable. Como los faros se movían hacia arriba y hacia abajo, era difícil ver los obstáculos y sortearlos. Matt se encargo de la vigilancia y cada vez que veía algún peligro daba un gritó. Se lo pasaba bien, y Susan también disfrutaba.

De vez en cuando un alacrán cruzaba el haz de luz de los faros, con el aguijón en alto, ágil y obsceno a la vez.

– Lo único que nos falta es música ligera, de esa que se pone para conducir -dijo Matt.

– Espera un momento.

Susan paro el coche, hurgó en el portaequipajes y volvió con una caja de piel, que dejó encima del salpicadero. La encendió y arranco. La noche se lleno de las notas de Bruce Springsteen. Al pisar a fondo el acelerador, estaban sonriendo los dos.

Tres horas mas tarde se detuvieron para pasar la noche en un otero lleno de hierba y rodeado de peñascos y pedruscos. Encendieron una hoguera y cavaron una zanja alrededor del campamento, que regaron de gasolina con el objeto de mantener alejados a los alacranes.

Van estudiaba un mapa a la luz del fuego.

– Teniendo en cuenta el estado del camino, hemos ido rápido. Debemos de haber recorrido unos cuatrocientos kilo metros. -Matt miro por encima del hombro de Van, mientras este señalaba la ruta-. Me imagino que hacia el mediodía llegaremos al pie de la montaña. -Van estaba casi sociable.

Después de cenar extendieron los sacos de dormir. Susan desenrollo el suyo al lado del de Matt. Sharafidin colocó su manta en un rincón y se arrodillo para rezar sus oraciones, con la frente tocando el suelo, de cara a La Meca. Al bajar la cabeza, la camisa de algodón que llevaba se le quedó arrugada sobre la espalda delgadísima. De repente se irguió y del fardo en el que tenia sus cosas extrajo un objeto que parecía una cajita. Lo alzo hacia el cielo nocturno, se lo llevo despacio a los labios y lo beso cuatro o cinco veces. Rudy se lo quedó mirando; luego miro a Matt y a Susan, sonrió y se llevo el índice a la sien, haciéndolo girar como diciendo que el chico estaba chalado.

Matt intento dormir pero no podía dejar de ver el camino ante el y la sangre le latía con fuerza. Escuchaba la respiración de Susan, regular y profunda. De pronto, como si se cayera por un precipicio, se quedó dormido.

A la mañana siguiente se levantaron temprano. Van conducía en silencio y mecánicamente. Subía rápido y notaron que se les taponaban los oídos a causa de la altura. La topografía cambio. Los matorrales desaparecieron; el camino estaba ahora bordeado de pinos altos y escuálidos. Luego los árboles empezaron a escasear y el camino se volvió tortuoso y empinado; las curvas eran muy cerradas y traicioneras.

Van redujo la marcha; puso la segunda y luego la primera.

Finalmente el camino dio paso a un sendero sembrado de piedras.

Van paro el coche debajo de un árbol, al borde de un prado.

– Fin de trayecto -dijo desconectando el motor.

– No me gusta esta expresión-dijo Susan.

Descargaron el equipaje y llenaron las mochilas, operación que se encargo de dirigir Van. La suya estaba separada de las restantes y abultaba mas. Luego abrió el capo del Cruiser y desconecto la batería.

– No se cuanto tiempo vamos a estar allí arriba -dijo al poner las llaves del coche en la visera-. Por si acaso, las dejo aquí.

– ¿Por si acaso?

– Por si acaso nos separamos.

Cruzaron el prado en dirección al bosque. Los picos afilados, incrustados en el hielo, parecían altos y cercanos. Recortados por un cielo de nubes pasajeras, aparecían envueltos por velos de niebla que giraban en torno a ellos y que daban la impresión, ilusoria, de que fueran los picos los que se bambolearan y fueran a desplomarse.

Estuvieron subiendo la cuesta rocosa llena de arbustos espinosos durante horas, siguiendo la ruta que les señalaba Sharafidin. El andaba sin desfallecer, buscando constantemente con sus ojos negros los hitos que marcaban el itinerario. No había sendero alguno. Se equivoco un par de veces y tuvieron que desandar el camino recorrido y esperar, mientras el muchacho se alejaba solo, que dirección debían seguir; cuando la encontraba, los llamaba para que lo siguieran. Hacia calor. Sharafidin iba desnudo de cintura para arriba y estaba tan delgado que se le veían las costillas.

Tenia la pechera de la camisa empapada de sudor. Su mochila pesaba mas que las de los otros y le obligaba a avanzar mas despacio. Matt y Susan, en cambio, andaban con pasos regulares, sin forzarse, con el fin de no despilfarrar las energías. Rudy era el que hacia mas ruido. Apartaba las ramas de los arbustos como si estuviera abriendo las puertas de una taberna. Llevaba un sombrero de paja de ala ancha que le daba un aire de simplón, y hablaba constantemente con el primero que quisiera escucharlo.

Llegaron a un delta y atravesaron las ruinas de un kishlak, varias casas, canales abiertos para el riego y campos que en el pasado estuvieron cultivados. Todo estaba abandonado. Los muros de piedra se habían derrumbado. El suelo parecía oscuro y fértil, y la tierra tenia el aspecto de haber estado ocupada durante siglos.

Después de varias horas de marcha, llegaron a un prado alpino dividido por un río turbulento. Dejaron las mochilas en el suelo -Van necesito que lo ayudaran-y bebieron el agua helada hasta saciarse. Rudy se lleno varias veces el sombrero y se la echó por encima; tenia un aspecto tan cómico que arranco las risas de los demás.

Susan se aparto del resto. A un lado vio enebros larguiruchos y cipreses; aquí y allá había brezos, madreselvas y grosellas. El indolente aire calido traía el olor a rosas silvestres.

Rudy.

– Precioso, ¿verdad? -dijo Rudy a sus espaldas. Se quedó mirando absorto el paisaje con aire contemplativo antes de volver a hablar-. Esta es una de las razones por las cuales he vuelto a este país demencial.

Cuando levantó los ojos para mirar los impresionantes picos, sus facciones infantiles se relajaron. Que guapo es, pensó Susan de pronto.

– ¿No había estado aquí?

– ¿Tadzhikistan? -preguntó

– No, nunca. ¿Por que?

– Creí que a lo mejor había estado aquí con el grupo que vino antes.

– ¿Que grupo?

– El año pasado, antes de que llegara el doctor Kellicut, vino un grupo del que formaba parte Van.

El resto de la tarde siguieron el ascenso. El terreno era cada vez mas empinado y la marcha se hacia mas difícil. Sharafidin les llevaba mucha ventaja.

Al atardecer las aladiernas, los álamos y los abedules empezaron a escasear hasta desaparecer por completo. Ahora solo se veían matas, arbustos y de vez en cuando algún matorral que crecía entre piedras erosionadas. Montaron un campamento en una cama de roca y colocaron los sacos de dormir. Matt y Rudy fueron a recoger leña para encender una hoguera; tuvieron que bajar un buen trecho por donde habían subido para encontrarla. Aparecieron con medía docena de troncos y un montón de ramas justo cuando el fuego que había encendido Susan con hierba del prado estaba casi apagándose.