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La deslizo arriba y abajo sin apresurarse, después mas adentro, hasta que palpo el contorno de su cuerpo. Cuando las yemas de sus dedos tocaron la camiseta, oprimieron la carne que había debajo y después siguieron recorriendo su cuerpo.

Ella estaba despierta, lo notaba. Su respiración brotaba en breves ráfagas irregulares, pero no se movía. Le acarició el estomago por encima de la camiseta, en lentos movimientos circulares, subió hasta su seno derecho, lo cubrió y después bajo la mano lentamente hacia su vientre. La oyó inspirar rápida y fugazmente, pero seguía sin moverse.

Matt volvió a subir la mano y sintió endurecerse los pezones entre sus dedos. Fue bajando lentamente la mano y la deslizo hasta el montículo de vello cúbico. En ese momento, ella se movió y se volvió hacia el. Con los brazos abiertos, lo atrajo hacia ella, y Matt pudo notar como el deseo recorría su cuerpo espasmódicamente.

Entonces oyeron el alarido, tan fuerte e inhumano que libero en Matt un torrente de adrenalina. Saco la mano rápidamente del saco de dormir de Susan y se puso en pie de un brinco, antes de identificar siquiera su procedencia. Una sombra se retorcía por el suelo; era Van, que rodaba sobre si mismo sin parar, aullando, metido en su saco de dormir.

– ¿Que pasa? ¿Que ocurre?

Matt corrió hacia el y lo inmovilizo apoyándole encima una rodilla. Cuando descorrió la cremallera del saco de dormir, Van salio rodando, cogiéndose el estomago; parecía un convulso amasijo. Entonces Matt oyó otro sonido, un gemido grave que procedía de Rudy.

– Veneno -articulo entrecortadamente Van-. Nos han envenenado.

– Rápido, bebe. -Era Susan, que acercó una cantimplora a los labios de Van y le dio a beber un sorbo-. Mas -ordeno ella-. Ahora mismo.

Fue hasta Rudy y repitió la operación; después le tendió la cantimplora a Matt y finalmente bebió un poco ella misma. Lentamente, Van y Rudy notaron que el dolor se mitigaba.

– No es grave -dijo Susan-. Son las verduras. No les añadiste suficiente agua. No estaban lo bastante hidratadas; nos las comimos y bebiendo después empezaron a hincharse en nuestro estomago.

– Dios -exclamo Matt.

Se puso en pie y fue a examinar a Rudy, que logro esbozar una dócil sonrisa entre gemidos.

A la mañana siguiente, con el sol oculto tras un grueso manto de nubes, el aire estaba aun mas gélido. Se vistieron con capas de fibra de polipropileno debajo de los anoraks.

Llevaban en camino unas tres horas cuando llegaron al barranco, oculto a la vista por una pendiente. Al principio solo parecía una zanja frente a la empinada pared rocosa que se elevaba al otro lado, y Matt casi tropezó con ella.

– Yo diría que hay unos quince metros -dijo Matt.

– Demasiada distancia para las cuerdas, aunque pudiéramos lanzarlas y atarlas a algo en el otro lado -observó Van.

– ¿Crees que es el barranco de Kellicut? -preguntó Susan.

– Es imposible saberlo -respondió Matt-. Puede haber docenas muy similares aquí arriba. Sin embargo, el solo menciono uno en todos sus viajes, quizá lo hayamos encontrado.

Tras haber abandonado el sendero, la marcha se hizo mas ardua y lenta. Matt iba en cabeza, subiendo y bajando por pendientes rocosas y rodeando los peñascos amontonados.

Pronto, a pesar del frío, estaban sudando y se desprendieron de algunas piezas de ropa. Van perdió el pie varias veces y cayo, profiriendo maldiciones. Avanzaban sin perder de vista el barranco.

Al cabo de dos horas se detuvieron para almorzar: cecina de buey descongelada con un te suave caliente.

Van se sentó y permaneció inmóvil, como si el menor movimiento fuera un desperdicio.

– ¿Se han fijado que aquí arriba el placer es simplemente alivio debido a la privación total, una ligera disminución del dolor? -comento.

– Oh, yo no estoy tan segura. -Susan se echó a reír y le lanzo una rápida mirada a Matt.

– Tengo que hacer pis -dijo Rudy, y se alejo.

Pocos minutos después lo oyeron gritar y apareció doblando una esquina de roca, con los pantalones desabrochados y agitando ambos brazos como si se dispusiera a realizar un salto mortal. Se precipito hacia ellos y mientras se acercaba empezó a señalar frenéticamente.

Mas allá, justo al doblar la esquina, tan cerca que podían haberlo alcanzado con una pedrada, había una extraña estructura que se prolongaba como una gruesa cinta en toda la anchura del barranco.

– Aquí esta-gritó Susan-. ¿Como lo llamo? ‹‹Un eslabón con otro mundo››

– Un puente -dijo Matt.

Corrieron hacia allí, pero redujeron la marcha instintivamente y siguieron avanzando con cautela, paso a paso, buscando con la mirada signos de vida a su alrededor.

La pasarela era basta, de unos diez metros de longitud, fabricada con ramas de árbol y hojas sujetas y rodeadas de gruesas enredaderas. Era un cilindro giboso de unos cincuenta centímetros de ancho que se hundía precariamente por el centro y volvía a elevarse hasta una cornisa rocosa al otro lado, donde estaba atado a postes clavados en el suelo.

Matt y Susan se lo quedaron mirando, impresionados, pero Van fue mas prosaico.

– No es precisamente el puente de Brooklyn -dijo-. Y eso ¿como se cruza?

– Arrastrándose -respondió Matt.

– ¿Pero aguantara?

– Solo hay una manera de averiguarlo.

– En realidad hay cuatro maneras de averiguarlo, porque somos cuatro.

– ¿Quien va primero? -preguntó Rudy.

– Podríamos decidirlo a pajitas -dijo Van.

– Esto no es ningún juego -observó Matt.

Susan estaba concentrada, con el entrecejo fruncido, examinando la compacta maraña de enredaderas del lado mas próximo.

– Matt, fíjate en la complejidad de estos nudos. Nunca habíamos visto nada parecido. Supera todo lo que sabemos sobre la cultura musteriense.

Matt se acuclillo a su lado.

– No se-dijo-. Si utilizaban cuerdas o enredaderas como estas hace miles de años, el material se habría descompuesto hace mucho tiempo. No habría sobrevivido hasta nuestros días y por eso no lo hemos encontrado.

Susan se puso en pie bruscamente.

– Yo seré la primera. -En sus palabras había una inflexión decidida-. En primer lugar porque soy la que menos pesa, y en segundo lugar porque soy quien mas desea llegar al otro lado.

Nadie se lo discutió.

Recuperaron sus mochilas y seleccionaron su contenido para aligerar la carta. Entre los objetos que decidieron dejar atrás, guardados en una pequeña rendija, había latas de comida y dos minúsculas tiendas. Cubrieron la grieta con piedras para disimular el escondrijo.

Susan embutió su chaqueta en su mochila y tenso las correas que la sujetaban a sus brazos y piernas para disponer de una mayor flexibilidad. Se paso una cuerda alrededor de la cintura y, asomándose al borde del barranco, rodeó con ella la pasarela empezando por debajo y ato los extremos formando un lazo holgado. Amarro otra cuerda a su cinturón y le arrojo el cabo a Matt, quien lo aseguro alrededor de un peñasco.

– Bueno, allá vamos -dijo, y sonrió débilmente-. Recuerda, si algo va mal, quiero figurar como coautora del trabajo.

– Dalo por hecho -replico Matt.

– Cuando llegue a la mitad del puente, pégame un gritó y desatare la cuerda para que puedas recuperarla. No es lo bastante larga para llegar al otro lado.

Empezó a arrastrarse cautelosamente, abrazando el cilindro de palos y hojarasca, incorporándose y gateando unos centímetros antes de extender los brazos y balancear la cuerda de seguridad para proyectarla hacia delante unos palmos, como un maderero cuando trepa por el tronco de un árbol. Avanzaba con lentitud.

Cuando Susan habían recorrido unos dos metros, el artefacto empezó a balancearse describiendo un arco cada vez mas amplio, como un péndulo, y ella se detuvo y se aferro con fuerza hasta que el balanceo se hizo mas lento. Solo entonces reemprendió la marcha. La pasarela se mecía suavemente de atrás adelante, pero aguantaba. Susan miro hacia abajo una vez; rápidamente cerró los ojos y descanso un rato.