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Al llegar a mitad de camino, aumento la velocidad y cogió cierto ritmo. Matt no perdía de vista la cuerda y, cuando se tenso, gritó para avisar a Susan. Sin mirar atrás, ella se llevo la mano al cinturón y la desato. El cabo de la cuerda cayo rápidamente hacia la nada y Matt noto un tirón inesperadamente fuerte cuando intento recuperarlo.

Susan consiguió llegar al otro lado. Se puso en pie y les dedico el signo de la victoria.

Rudy la siguió y después Van. A mitad de camino, Van recupero la cuerda de seguridad y le arrojo un extremo a Susan. Necesito cuatro intentos hasta que ella logro cogerlo.

Al ser el ultimo, Matt dependía de si mismo. No había cuerda que lo sujetara.

Había recorrido una cuarta parte de la pasarela cuando sintió un vértigo atroz. Se detuvo y se aferro a las ramas.

Hacia frío y el viento azotaba sus dedos. Oía los chillidos de las aves… ¿arriba o abajo? Descanso, hizo acopio de fuerzas y siguió avanzando. Al acercarse al final, sintió que la sangre se aceleraba en sus venas y un ligero mareo se apodero de todo su cuerpo.

– Menudo paseíllo, ¿eh? -observó Van.

Permanecieron sentados largo rato recuperándose. Finalmente habló Susan.

– ¿Era un humano quienquiera que fabricó esto?

– ¿Como llegaron al otro lado la primera vez? -preguntó Matt.

– Imagínense el esfuerzo que se requirió -dijo Van.

– ¿Y por que? ¿Que los impulso a hacerlo? -preguntó Susan.

– Algo los empuja a ello -respondió Matt-. Algo los incita a abandonar su precioso refugio. ¿Pero que?

¿El comercio? ¿La obtención de comida a cambio de s de animales? -sugirió Van.

– Lo dudo -replico Susan-. Eso no basta para superar siglos de ocultación y exilio voluntario.

– Algo andan buscando.

Matt se arrodillo junto al puente, se asomo para mirarlo por debajo y lanzo un silbido. Llamo a los demás y señalo una estaca que sobresalía de una pila de rocas que sostenían el espolón del puente.

– Fijaos en eso, es una palanca. Si le das un golpe, las piedras caen y todo este maldito artilugio se precipita al barranco.

– Como un mecanismo de eyección -añadió Van-. Quienquiera que construyo esto quería controlar la posibilidad de hacerlo saltar por los aires en un instante.

– De modo que desean trabar contacto con el mundo exterior pero al mismo tiempo sienten temor-dijo Susan-. Eso carece de lógica.

– A ver si lo entendemos -prosiguió Matt-. Supongamos por un minuto que están al tanto de nuestra presencia… y no creo que sea una suposición descabellada. ¿Por que no lo han destruido para impedir que llegáramos hasta aquí?

Guardaron silencio unos segundos.

– Solo hay una explicación -dijo Van finalmente-. Querían que llegásemos.

Al mirar al suelo a unos dos metros de distancia, Rudy efectuó el segundo descubrimiento de la tarde.

– Y no somos los únicos -dijo señalando unas pisadas que se entrecruzaban sobre el polvo-. Fíjense, hay mas huellas de botas.

Matt estaba cruzando una pequeña meseta de guijarros diseminados como pedazos de yeso cuando notó el primer copo de nieve. Se le antojó que era de un tamaño fuera de lo común, en su suave descenso hacia el suelo llevado por las corrientes de aire. Cayo a sus pies sobre una roca y se quedó pegado a ella como una borla de algodón de azúcar.

Después vio otro.

Intentó no dejarse llevar por el miedo, pero tuvo que realizar un esfuerzo considerable para arrinconarlo en su mente.

Quizá los copos de nieve fueran solo un suceso aleatorio. Era poco probable, tenia que admitirlo, pero tal vez fuera una breve nevisca pasajera; la nieve en polvo debía ser frecuente a aquella altitud. Pero su sentido común y el plomizo cielo que parecía tan próximo al suelo le indicaban lo contrario.

Al principio, después de cruzar el puente, habían sentido un extraño alborozo, acompañado de un leve mareo. Todos estaban aturdidos y asustados, y avanzaban cautelosamente, como si hubieran llegado a otro planeta, y permanecían muy juntos, lanzando rápidas miradas a su alrededor. ¿Quien sabia lo que podía estar acechando tras aquellos peñascos?

Pero después de una hora y luego otra en aquel paisaje gris y desierto, el nerviosismo cedió paso finalmente a una monótona fatiga.

– Kellicut no nos habló de esta parte, ¿verdad? -dijo Susan cuando se detuvieron a descansar-. Claro que yo no puedo saberlo -prosiguió-porque no he tenido ocasión de leer su carta. -Le lanzo a Van una mirada picara.

Entonces Van hizo algo extraño: sonrió.

– Eh, espere -dijo en un tono casi afable-. Ya he pedido disculpas por eso.

Pero el buen humor no duro demasiado. Se detuvieron para almorzar, pero pasaron un rato atroz debido al frío.

Rudy tenia los dedos tan helados que a duras penas consiguió encender el fuego. La hoguera era patéticamente raquítica, y se acurrucaron para conservar el calor. Incluso el caldo de buey estaba solo tibio.

El viento, arreciando, pasaba en violentas ráfagas por una Canadá próxima, silbando espectralmente como un tubo de órgano. Decidieron seguir adelante; por lo menos el movimiento mitigaría un poco el frío.

Cayeron mas copos de nieve. Es curioso, pensó Matt. Si miras hacia arriba parecen concentrarse sobre ti. ¿Que te parece semejante egocentrismo?, reflexiono. Descendían individualmente como paracaidistas. Miro el cielo por centésima vez aquel día; estaba igual que antes, una blancura grisácea que parecía muy próxima y se difundía en todas direcciones como un gigantesco baño de vapor helado.

Su mente recorría distintas escenas a gran velocidad. Había sido un error dejar la pala y las tiendas, que pesaban demasiado. Esto por lo que al cobijo respectaba. Todavía conservaba el cuchillo, pero no le servía de nada para excavar.

Van tenia el revolver; eso tampoco era de ninguna ayuda. Tal vez podían unir sus sacos de dormir por las cremalleras, al menos dos de ellos, y tal vez mas, y utilizarlos como refugio. Pero necesitarían mantenerlos aislados para conservar el calor y, en cualquier caso, las esquinas no se mantendrían sujetas si el viento seguía soplando con tanta fuerza.

Matt se detuvo y aguardo a que los demás llegaran a su altura. Avanzaban lentamente y tardaron un rato en unirse a el.

– ¿Que opináis? -preguntó cuando estuvieron todos juntos. Descubrió que estaba hablando en voz muy alta, como si el viento estuviera rugiendo de una forma ensordecedora.

– Será un temporal de los malos -dijo Van-. No me gusta su aspecto. Estamos jodidos.

– Miren ese cielo -dijo Rudy-. Ni un solo hueco por ningún lado.

Solo Susan comprendió que Matt estaba preguntando que harían a continuación.

– No veo que podamos hacer otra cosa aparte de lo que es ponernos a buen recado.

– Ha de haber algún refugio en alguna parte.

– No ves que nos encontramos en una especie de meseta -respondió Matt-. No hemos pasado junto a nada desde hace horas, ni siquiera un agujero.

– Bueno -dijo Van-, no podemos quedarnos aquí ni borrachos. Estamos demasiado expuestos. Lo único que podemos hacer es seguir avanzando.

Matt busco un rápido consenso.

– ¿Estáis todos de acuerdo? -Todos asintieron-. Entonces tenemos que permanecer juntos. Además, hay que ganar tiempo. Eso va por ti, Van. Tienes que mantener nuestro paso como sea.

Van empezó a hablar, pero enseguida desvió la mirada

Esta vez, cuando se pusieron en marcha, los ‹‹paracaidistas›› se habían multiplicado. Había empezado toda una frenética invasión por aire. Hasta donde Matt podía ver, hacia arriba y a su alrededor, los copos se precipitaban hacia el suelo masivamente. Ocupaban todo el cielo. Una sensación de pánico le subió desde el estomago.

La nieve se asentó primero en las depresiones de las rocas, en los surcos y cavidades, y empezó a formar pequeñas cornisas por debajo de los salientes rocosos.

La fuerza del viento también estaba aumentando, a veces impulsando la nieve en torbellinos enloquecidos que se arremolinaban sobre los peñascos y riscos. Matt tiro de los cordones de su capucha para cerrarla mas aun. Busco en su bolsillo unas gafas protectoras y se las puso, luego se volvió para mirar a Susan, que le seguía a unos cuatro metros de distancia. Caminaba con los delicados movimientos contenidos de alguien que estuviera luchando contra el dolor. A su alrededor se extendía un cambiante paisaje lunar en blanco y negro. Hacia años que no recordaba haber visto algo que lo conmoviera tanto. Saludo con la mano, se volvió y siguió andando blandamente por la nieve.