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Al empezar sus estudios de paleontología, Matt se había sentido hechizado. En su primer viaje se enamoro de todo, pero especialmente del inicio, la excavación, el descenso capa por capa a través de todos los periodos. ¿Cuales eran los periodos glaciales? Le pareció que volvía a oír el sonsonete de su época de estudiante: wurm, riss, mindel, gunz. ¿Y los pluviales? Gambliano, kanjerano, kamasiano, kagerano.

Excavar a través de los eones hasta que quedaban desnudos en la cara de una pared vertical. Se había sentido como un buceador, descendiendo por los sucesivos niveles hasta que el suelo sacaba a la luz su tesoro enterrado. ¿Era el descenso? ¿O bien la emoción del hallazgo, unos huesos esparcidos, un fragmento de cráneo amarillento? Se perdía en los detalles, investigando con una lupa en la mano y de rodillas como un Sherlock Holmes del desierto. Le encantaba tumbarse de bruces sobre una tabla y empuñar un escalpelo para raspar una pizca de tierra sepultada o utilizar un cepillo de dientes para limpiar nudillos humanos diminutos. Pero por encima de todo, adoraba el inicio, el primer golpe de la azada, la penetración. Era una sensación indescriptible, reconfortante y aterradora, como el regreso a un lugar santificado de la remota infancia. Ahora, arropado por el aullido del viento, casi no oyó como lo llamaban los otros. Parecían gritar desde el otro lado de una gruesa luna de cristal. Los otros tres eran casi invisibles en la blancura total. Cuando se volvió y retrocedió, observó que las huellas de sus pisadas ya estaban casi cubiertas de nieve.

– Es demasiado espesa. No nos vemos los unos a los otros -dijo Rudy.

– Corremos el peligro de separarnos -dijo Susan-. Van se desvió del camino y tuvimos que ir tras el.

– De acuerdo. Coged vuestras cuerdas, nos ataremos unos a otros.

Los copos de nieve habían aumentado de tamaño hasta convertirse en duros perdigones que se estrellaban con sus mejillas como insectos picadores. Solo el ruido que producían ya era agobiante, y tardaron una eternidad en unir las cuerdas.

Van habló por primera vez.

– Matt. -A Matt le pareció que su nombre sonaba irreal en medio de toda aquella blancura-. Esta cellisca no va a amainar. Estamos jodidos. Habló en serio, estamos realmente jodidos. -En su voz se detectaba un pánico incipiente.

Susan lo interrumpió.

– Nuestra única esperanza es encontrar refugio, y deprisa.

No podemos seguir así mucho tiempo mas.

– Creo que la meseta termina un poco mas arriba -dijo Matt-. No estoy seguro, pero antes me ha parecido ver una masa informe. Podía ser una pared rocosa.

– Será mejor que nos demos prisa.

– Tenemos que llegar allí. Es nuestra única esperanza.

– Yo voy a cantar-dijo Rudy.

Mientras Matt avanzaba penosamente, oyó la voz de Rudy a sus espaldas:

– No siempre consigues lo que quieres. Pero si lo intentas, a veces, es posible que descubras que consigues lo que necesitas.

Unos minutos mas tarde, Matt llego a una escarpada roca surgida de la nada: un promontorio oscuro y fantasmal que se erguía en medio de la cellisca. Matt tiro de la cuerda para meter prisa a los demás y avanzo dando tumbos hacia allí.

Al llegar al pie de la roca se dejo caer al suelo y empezó a retirar la nieve amontonada con los brazos. Los demás llegaron pronto a su lado y lo ayudaron. La nieve era tan ligera que parecía que estuvieran sacando brazadas de aire.

Tropezaron con la roca y la despejaron. Apareció una rendija. Siguieron retirando nieve a medida que se ensanchaba y se hacia mas profunda. Ahora era un trabajo duro; Matt sudaba y la nieve era de pronto densa y pesada. La grieta alcanzo una anchura de treinta centímetros y medio de ancho. Apartaron mas nieve y encontraron el final de la fisura.

Nadie habló.

Matt intento meterse en la hendidura, pero toco el fondo a solo sesenta centímetros de profundidad. Intento desplazar un peñasco, que se desequilibro, cayo sobre su brazo y se lo magullo. Se remango y miro atentamente: varias gotas de sangre destacaban sobre la nieve, puntos de color rojo vivo en un remolino blanco.

Susan aplico un puñado de nieve a la herida y la hemorragia se restaño. Matt no sintió dolor.

– Lo único que podemos hacer es seguir andando -dijo ella.

Se sentaron y descansaron un rato en el pequeño cráter que habían creado, pero empezaron a dormirse. Alarmados, se pusieron en pie y prosiguieron la marcha. La nieve les llegaba ahora por encima de las rodillas, de modo que el avance era laborioso, y trastabillaban mas que caminaban.

Matt notaba una sed febril en lo mas profundo de su garganta, pero no quería detenerse a buscar su cantimplora, incluso estando en pie empezaba a tener sueño.

Matt no se dio cuenta de que se había detenido, al igual que los demás. Susan y Rudy estaban sentados con la nieve hasta la cintura y Van se arrastraba, gateando y balanceándose suavemente. De hecho, ya no notaban el frío, tan solo una vaga, inconexa y agradable somnolencia. En alguno de los recovecos de su mente, Matt era consciente de que iban a morir. Pero incluso esa certeza parecía mitigada, ajena a el, suavizada por la blancura que le envolvía. No era alarmante.

Pero tenia mucha sed. Busco a tientas su cantimplora y se la llevo a los labios. Un sorbo de agua entro sorteando un bloque de hielo y Matt se estremeció; después se incorporo y empezó a palparse de nuevo los miembros. Se arrastro hasta Susan, que estaba medio reclinada, aterida. Sus pupilas estaban dilatadas y en sus labios se dibujaba un conato de sonrisa. Van cabeceaba; estaba adormilado.

Matt desato sus cuerdas y las ato por los cabos, formando una única soga larga. Enhebro un extremo por el cinturón de cada uno de sus compañeros. El otro extremo lo ato a su propio cinturón.

– Quedaos aquí-gritó innecesariamente.

Y emprendió la marcha solo, en línea recta. A sus espaldas oyó la voz de Rudy, que cantaba en un tono agudo y un poco desafinado.

La voz se desvaneció y Matt no supo si Rudy había dejado de cantar o si el viento la ahogaba.

Ahora, algunos ventisqueros le llegaban a la cintura. Dos veces tropezó y, cuando cayo de bruces, se zambullo en un capullo tan blanco, calido y puro que estuvo tentado de quedarse un rato a descansar, pero se puso en pie y siguió adelante. La parte superior de su visión había cedido a la oscuridad, podría decirse que recortada como una rasgadura en una fotografía.

El viento cambio bruscamente de dirección y por unos instantes pudo ver algo frente a el. La nieve era una masa oscura que se parecía a Susan, excepto en que, al acercarse, pudo ver que no llevaba su anorak; de hecho, llevaba un vestido de verano, el mismo que cuando la vio por primera vez, muchos años atrás. ¿Como podía sobrevivir aquí vestida así? Y su cabello estaba suelto y flotaba al viento, exactamente igual que en las películas antiguas mas cursis. Ella le indicaba por senas que se acercara, y cuando lo hizo, extendió el brazo, la toco, y empezó a atraerla hacia el, pero ella no cedió.

Matt descubrió que estaba apoyado en una pared de roca.

Las ráfagas de viento que soplaban desde atrás lo ayudaron a impulsarse y siguió la pared hasta que finalmente percibió que la oscuridad lo envolvía y el viento se detuvo de pronto. Recupero la conciencia y comprendió que se encontraba en el interior de la entrada de una caverna.

Deshizo el nudo que sujetaba la soga, pero la mantuvo enhebrada en su cinturón, la paso alrededor de una roca y ato el cabo. Después dio medía vuelta y siguió la cuerda, salio de la caverna y se interno en la cellisca, avanzando por la nieve, tirando de la soga como si fuera un sedal de pesca, hasta que llego junto a los otros.