– Nunca me lo había creído de verdad hasta ahora -murmuro Susan.
– Lo se -replico Matt-. Yo tampoco me lo creía. Y no estoy seguro de creérmelo ahora.
– Tengo la sensación de presenciar el origen de los tiempos.
Van intervino. El tono de su voz era monótono, apagado.
– No parecen amistosos y saben que estamos aquí. Vienen por nosotros.
– Vienen hacia nosotros -dijo Susan-. No sabemos si vienen por nosotros.
Una de las criaturas se adelanto a las otras. Era mas corpulenta y avanzo sin vacilar mientras las demás se desplegaban en abanico a sus espaldas. En su mano derecha empuñaba una gran porra. Cruzada sobre su coronilla inclinada llevaba una cinta distintiva de piel blanca y negra.
– Mira. Ese es el jefe -dijo Matt-. ¿Ves como lo miran todos los demás? Están siguiendo sus indicaciones.
Van busco un revolver. Tuvo que forcejear un poco con el cierre de la funda. Estaba recubierto de nieve helada. Lo abrió de un tirón, empuño el revolver y lo levantó hacia la luz, mirándolo fijamente.
– Mierda. Miren.
Les acercó el canon para que lo vieran. Estaba completamente congelado y relleno de hielo.
A Matt se le cayo el alma a los pies.
– Dios.
– ¿De que serviría? -Dijo Susan-. Fijaos en cuantos son.
Un solo revolver probablemente no los detendría.
– A menos que los dispersara-dijo Van.
– ¿Que hacemos ahora? -preguntó Rudy.
Nadie respondió.
Las criaturas se acercaban ahora mas lentamente. Se habían distribuido formando un semicírculo, como si pretendieran cerrar el paso a cualquiera que intentase escapar.
Matt habló primero.
– Lo único que tenemos a nuestro favor es que somos tan exhaustos como ellos para nosotros. En realidad, no nos han visto. No saben nada de nosotros, que somos o que podemos hacer.
– Si les revelamos que tenemos miedo cometeremos un gran error -dijo Susan-. Debemos actuar de manera pacifica, pero sin miedo.
– Toda una actuación -dijo Rudy.
– Susan tiene razón-añadió Matt-. Debemos convencerlos de que nuestras intenciones son honorables. Hemos venido a buscarlos. Somos emisarios del vasto mas allá. Hay muchos mas como nosotros en el lugar de donde procedemos. Si nos tratan bien, saldrán ganando. Si nos hacen daño, lo pagaran.
Van volvió la cabeza para escrutar el interior de la caverna, al parecer buscando algo.
– Necesitamos un obsequio o algo para comerciar. ¿Que podemos darles?
– ¿Una chaqueta? -Sugirió Rudy-. ¿La cantimplora?
– No -dijo Matt-. Debemos esperar. Primero necesitamos inspirarles confianza. Cualquier cosa que les resulte extraña podría soliviantarlos, y entonces nos saldría el tiro por la culata. Deberíamos probar con comida.
Susan fue hasta la hoguera y volvió con varias tiras de cecina de buey.
– Tenemos esto-dijo.
Van volvió a hablar.
– Uno de nosotros tiene que llevarlo fuera.
Todos lo miraron.
– ¿Por que?
– Saben exactamente donde estamos, de modo que no revelaremos nada. Además, hemos de demostrarles que hemos hecho todo este camino con el único objetivo de celebrar una reunión con ellos.
Los demás guardaron silencio. Sabían que tenia razón.
– Otra cosa -prosiguió Van-. No podemos permitirnos el lujo de esperar a que entren aquí.
Matt miro a Susan. Ella asintió, expresando su conformidad. El preguntó en voz alta lo que todos estaban pensando.
– ¿Quien va a salir?
– Esta vez no habrá voluntarios -dijo Van-. Solo hay una manera justa de hacerlo: sacar pajitas.
Todos asintieron.
– Pero Rudy no -dijo Susan-. El no debería participar. No se enrolo para esto. Debemos sortearlo entre nosotros tres.
– No -protesto Rudy-. Cuando accedí a venir, también acepte el riesgo. Formo parte del grupo -añadió con expresión traviesa-. Uno para todos y todos para uno.
Van se encogió de hombros, metió la mano hasta el fondo de un bolsillo interior y saco una caja de cerillas. Extrajo cuatro, le arranco la cabeza a una de un mordisco, las cubrió con la mano izquierda y las mostró extendidas en abanico entre el pulgar y el índice.
Todos eligieron con solemnidad y mantuvieron oculta su cerilla. Matt inspiro profundamente. El rostro de Susan estaba tenso. Se miraron unos a otros. Rudy sonrió débilmente y sostuvo en alto la cerilla corta.
– Bueno -dijo-. No es mi día de suerte.
Parecía afectado. Se puso en pie y los abrazo uno por uno.
Le pidió un cigarrillo a Van y aspiro el humo con fuerza.
– Siempre me había propuesto dejarlo -dijo en un tono de voz que sonó tenue.
Le tendió las cerillas a Matt, después se acercó al fuego y cogió las tiras de cecina con la mano izquierda, pinzándolas con el pulgar.
– Será mejor que no te pongas la capucha -dijo Van-. Asegúrate de demostrarles que no llevas nada oculto.
Rudy asintió y de pronto empezó a hablar en ruso. De sus labras brotó un torrente de palabras. Casi al instante, Matt compendió que estaba recitando el padrenuestro.
– Se dirigió a la entrada y agachó la cabeza para franquear la entrada- A medio camino del exterior se volvió y los miró una vez mas, uno por uno.
– Que Dios te proteja -dijo Susan.
Le pareció que Rudy quería decir algo, pero solo abrió la boca y volvió a cerrarla.
En el momento en que salio al descubierto, las criaturas se quedaron inmóviles en su sitio y lo contemplaron con la misma intensidad que ellos cuatro les habían dedicado solo unos cuantos minutos atrás. Después varios seres alzaron sus porras por encima de la cabeza y dos o tres dieron un paso atrás. El jefe permaneció inmóvil como una piedra, a unos diez metros de distancia. Sus ojos, hundidos bajo la inmensa prominencia frontal, parecían ser verdes y penetrantes.
Matt creyó oír ruidos, una especie de murmullo gutural sordo, pero eran demasiado confusos; no podía estar seguro de haberlos oído realmente.
– ¡No! -dijo.
No habían tenido en cuenta la nieve, que a Rudy le llegaba al muslo. Cayo atravesando la costra blanca, forcejeando y contorsionándose para abrirse paso por los altos ventisqueros, lo que privo que apareciese con toda dignidad. Su aspecto era patético, y se asemejaba mas a un animal herido arrastrándose que a un representante de un orden superior.
A unos tres metros de la entrada de la caverna, Rudy miro hacia atrás y se encogió de hombros con aire de indefensión.
La sangre parecía haber huido de su rostro. Su mirada tenia una expresión tan lastimera que a Susan se le encogió el corazón. Quizás esto juegue a su favor, pensó ella, porque no parece amenazador. Pero en realidad no lo creía. Por la manera como lo miraban las criaturas, supo que se requería una demostración de fuerza y poder, no de debilidad.
Cuando Rudy se detuvo para descansar, el jefe dio dos largas zancadas hacia el, surcando la nieve cómodamente con sus primitivas raquetas esquimales. Después se detuvo y espero, repartiendo el peso entre ambas piernas y volviéndose ligeramente hacia un lado, como un arquero. Mantenía la porra baja, en contacto con el suelo, a su espalda.
¿Estaba intentando ocultarla?
Ahora los separaba poco mas de un metro. Rudy se acercó osadamente para reducir la distancia. A pesar de ser alto, estaba tan hundido en la nieve que su cabeza solo llegaba a la cintura de la criatura. Parecía un niño mirando hacia arriba para responder a un adulto. Levantó la mano izquierda con calculada lentitud. Las tiras de cecina de buey se mecían suavemente al viento. Un extraño obsequio; desde la caverna parecía un niño regalando un puñado de cintas. Alzo también la mano derecha con la palma hacia arriba, en un improvisado gesto de paz.
La cabeza de la criatura se movió lentamente mientras cogía las maños de Rudy. Movió el largo cuello hacia delante de una manera extraña, como si fuera un lagarto. Miro el rostro de Rudy y su cuerpo enterrado en la nieve. Por unos instantes pareció inseguro, inquisitivo. En sus ojos brillaba la inteligencia y mostraba los dientes, cariados y amarillentos.