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De pronto, con un movimiento tan rápido que fue imposible anticiparlo, efectuó una brusca torsión de cintura, blandió su porra con un poderoso impulso desde la cadera y la estrello contra un lado de la cabeza de Rudy. El golpe produjo un crujido increíblemente audible. Rudy cayo desmadejadamente hacia un lado. Su cabeza parecía una calabaza reventada. Al instante, una masa roja broto de entre sus largos bucles rubios y se esparció a chorros por la blanca nieve.

Van soltó un alarido. Susan se cogió con fuerza al brazo de Matt, quien por un momento noto que se quedaba sin aliento.

Los tres supieron con toda certeza que Rudy estaba muerto.

Contemplaron horrorizados a las criaturas que se reunían lentamente alrededor del cadáver, ocultándolo de su vista.

Una se mojo una mano con la sangre. Otra sostuvo en alto una tira de cecina y la examino atentamente.

Los tres seres humanos retrocedieron hacia el interior de la caverna.

– No me lo… No puedo… creerlo -dijo Susan entrecortadamente.

– Es imposible que haya sobrevivido -dijo Van temblando visiblemente.

Miraron a su alrededor en la penumbra con los ojos desorbitados por el pánico.

– Vamos. Tenemos que intentar algo -gritó Matt-. Coged vuestras mochilas. Van, intenta descongelar el revolver.

Ponlo encima del fuego.

Van corrió hacia la hoguera y sostuvo el canon justo por encima de la llama. Se estaba chamuscando los dedos, pero lo mantuvo allí hasta que finalmente empezaron a resbalar unas cuantas gotas de agua.

– Vamos, vamos, vamos -exclamo ansioso.

– Deprisa -aulló Matt.

Detrás de ellos, una sombra vacilo sobre la pared. Una criatura había entrado en la caverna. Sus labios parecían curvarse en una extraña mueca, medio gruñido, medio sonrisa.

– No funciona -gritó Van-. Es demasiado lento. Sigue atascado.

– Estamos perdidos -dijo Matt.

Otra sombra avanzo hacia el interior y después otra.

Pronto había toda una fila ante la entrada de la caverna, bloqueando la salida, cercana y aterradora.

Un olor nauseabundo inundo el aire.

Kane se arrellano en su asiento, sujeto por el correaje, en el vientre del C-l30 y noto la vibración de los motores por todo su espinazo. Recorrió la fila con la vista, mirando a los hombres atados a los asientos abatibles que se alineaban junto a las costillas metálicas del interior del avión. Ni siquiera habían terminado el entrenamiento y no estaban preparados. Como ya habían demostrado aquellos ejercicios de paracaidismo, no actuaban como un equipo. Y eso era lo mas importante en una expedición de busca y captura tan increíblemente extraña como aquella.

El teniente Sodder se inclino hacia el y gritó mas fuerte que el estruendo de los motores. Era casi como si pudiera leer sus pensamientos.

– Señor, ¿puedo hacerle una pregunta?

A Kane no le gusto el tono de voz del soldado. Se parecía demasiado a un gimoteo.

– Adelante -respondió.

– Algunos de los hombres se hacen preguntas.

– ¿Que clase de preguntas?

– Sobre la misión.

– ¿Como cuales?

– Bueno, señor, es difícil saberlo con exactitud. Pero les parece extraño…

– ¿Si?

– Los hombres se preguntan, señor, cual es exactamente la naturaleza de esta misión. ¿Vamos a tratar de capturar algo?

No era una mala deducción. Tampoco era muy difícil, teniendo en cuenta todo el equipo que transportaban a su base de Turquía: redes, jaulas, escopetas de dardos tranquilizantes, todo embalado en cajones especiales sin identificar. Por supuesto, era imposible mantener un secreto en el ejercito.

Durante unos segundos, Kane jugueteo con la idea de confiarle al teniente Sodder su secreto. Disfrutaría observando el rostro del hombre, las arrugas de incomprensión, incredulidad y finalmente miedo apoderándose de su semblante a medida que comprendía el verdadero significado de la empresa.

– Teniente, ¿por que dice eso?

– Vera, señor, llevamos un equipo poco corriente y nos preguntábamos para que sirve.

Kane contemporizo.

– Yo diría que parece una expedición de caza. ¿Usted no, teniente?

– Si, señor. Pero eso no es todo.

Kane empezaba a irritarse.

– ¿Que mas, teniente?

– En cuanto a esas extrañas gafas, señor, esos visores nocturnos, o lo que sean, cuando te los pones, a duras penas puedes ver algo.

– Teniente, creía que llevaba usted el tiempo suficiente en el ejercito para saber que será informado de lo que necesita saber cuando necesite saberlo.

Los ojos de Sodder centellearon por el resentimiento; Kane disfrutaba de lo lindo. Se desabrocho el cinturón, entro en la cabina del piloto y le dio un gritó al copiloto, quien saco el plan de vuelo y un mapa con un circulo rojo que indicaba la zona de aterrizaje.

– Solo unos minutos mas -gritó el piloto.

Kane retrocedió por el vientre del avión c hizo una señal a los hombres. Todos se pusieron en pie y comprobaron sus paracaídas.

Kane abrió la puerta. A sus pies se extendían las áridas llanuras de Turquia. Hizo una sena a Sodder, que se acercó y apoyó ambas maños en el marco de la puerta, mientras observaba la bombilla apagada que había encima. Cuando se encendió, salto y desapareció. Después saltó otro hombre y luego otro.

Al poco rato en el avión solo quedaba Kane. Se preguntó que ocurriría si se limitaba a permanecer allí o esperaba hasta que el avión describiera un circulo para regresar a la base y entonces saltaba sobre los yermos de Turquía. Saboreo la idea de desaparecer para siempre.

Entonces se encendió la luz. Con expresión meditativa, aspiro una gran bocanada de aire, tomo impulso y se lanzo al vació. El viento comprimió sus mejillas. Pudo ver a sus pies la parte superior de los paracaídas abiertos como setas en pleno aire. La sensación de saltar era siempre la misma, una breve punzada de terror y después el largo descenso.

Las criaturas obstruían la entrada. La luz de la hoguera proyectaba sus sombras titilantes sobre las paredes de la caverna, confiriéndoles un aspecto aun mas amenazador.

Van alzo el revolver atascado. Todavía pesaba a causa del hielo, y el agua goteaba por el canon. Cuando apunto al jefe, su movimiento no causo ninguna impresión. Fue como si Van sujetara un palo.

– Permanezcamos juntos -dijo Matt en voz baja-. Voy a apagar el fuego.

Le echó tierra encima, sumiendo la caverna en la oscuridad, excepto por los rayos de luz de día que entraban por la abertura.

Matt cogió su linterna y la encendió. El haz ilumino en el suelo y el efecto fue instantáneo. Las criaturas se alejaron atropelladamente del estrechó chorro de luz. Incluso el jefe dio un respingo y retrocedió, atemorizado. Matt jugo con el haz, desplazándolo lentamente por el suelo y después dirigiéndolo mas lentamente aun hacia aquellos seres, obligándolos a retroceder hacia la entrada de la caverna.

Van saco su linterna y la encendió, y un segundo haz ilumino el suelo, entrecruzándose con el primero. Matt empezó a gritar, pero antes de que pudiera decir algo mas que ‹‹¡No!››, Van apunto con la linterna directamente al pechó de la criatura que tenia mas cerca.

El ser emitió un agudo chillido y bizqueo, presa del pánico, mirándose el estomago. Hizo un molinete con los brazos mientras se precipitaba hacia atrás y perdió el equilibrio. Los demás se abalanzaron sobre el, chillando también.

– Vámonos -dijo Susan en voz alta. Quizás haya otra salida. Rápido, antes de que se levante.

En medio de la confusión corrieron hacia el fondo de la caverna, donde encontraron un angosto pasadizo. Se internaron en el a la máxima velocidad que podían, avanzando rápidamente en la penumbra con ayuda de sus linternas.

Pronto oyeron a sus espaldas el tumulto de la persecución.

– Ya vienen -jadeó Van.