Susan se movió y empezó a hablar consigo misma en voz baja y monótona. Matt encendió otra cerilla. Se arrastro hasta ella y le acarició la mejilla. Susan abrió los ojos, pero enseguida volvió a cerrarlos y movió una mano para rascarse el brazo. Matt noto algo húmedo detrás de la cabeza de la mujer, un charco de algo pegajoso que se mezclaba con su cabello, y supo que era sangre. Intento ponerse en pie y lo consiguió a duras penas, apoyando su peso en la pierna sana y extendiendo los brazos para sostenerse en la pared de la caverna. Tiro de Susan para incorporarla. Consiguió que se levantara, aunque sus ojos seguían cerrados.
Matt encendió otra cerilla y miro hacia atrás. El desprendimiento había obstruido el pasadizo con tierra húmeda y oscura, sin destruir las paredes, como si una excavadora hubiera apilado toneladas de rocas y cascotes ante el estrechó túnel. No había ni rastro de Van o del revolver. Después de todo es una manera de terminar repentina y definitiva, pensó Matt. Muerte y entierro al mismo tiempo. Se llevo la mano a la mochila, que no había perdido, y sintió un dolor en el hombro que no había notado hasta aquel momento.
Recorrieron el pasadizo dando traspiés y respirando el polvo que empezaba a depositarse. Susan parecía estar en coma. Hablaba en voz alta, pero Matt solo distinguía algunas palabras aisladas. Trato de conversar con ella. Cuando lo hacia, Susan guardaba silencio, pero el seguía sin saber si podía oírle, aunque no mostraba ningún indicio de que así fuera.
Doblaron una esquina a tientas y Matt encendió la ultima cerilla. Ante ellos se extendía un tramo recto. Forzando la vista, Matt vio un rayo de luz que traspasaba el túnel como la hoja de una espada. Dejo a Susan en el suelo con suavidad, avanzo cojeando, se arrodillo-volvió a notar el dolor en el hombro-y acercó su rostro al agujero. El aire frío abofeteo su rostro, invadió sus pulmones y pareció difundirse por sus miembros como una inyección de whisky.
Bebió de el ávidamente.
Ensancho el agujero desprendiendo la tierra y echándola hacia dentro y hacia un lado. Fue sorprendentemente rápido y pronto pudo asomar la cabeza y después la parte superior del tronco por la abertura. En el exterior, la nieve se amontonaba en ventisqueros; hacia frío y reinaba el silencio.
El sol brillaba con una luz tan cegadora que apenas le permitía ver.
Regreso en busca de Susan y tuvo que empujarla desde atrás para que pasara por el agujero, pero no se despertó.
Había una gruesa capa de nieve, pero se había endurecido, de modo que las piernas de Susan solo se hundieron en parte. Matt quería alejarse todo lo posible de la caverna, por lo que intento ponerse en pie y tirar de ella, pero no lo consiguió. Tras unos pocos pasos, la fatiga y el dolor lo desbordaron. Cayo al suelo y su mente empezó a divagar. Ahora notaba el viento y se dejo transportar. Rodeó a Susan con sus brazos y le protegió la cabeza debajo de su mentón. Encajaba perfectamente. Por fin somos una sola persona, pensó vagamente, mecido por el suave viento.
Allí sentado, inmóvil, sintió que el frío se apoderaba de su cuerpo. Empezó por la periferia y avanzo hacia el centro.
Notaba sus miembros cada vez mas pesados y sus sentidos mas embotados. Recordó las luces encendidas en las lejanas habitaciones de una mansión. Abrazo a Susan con mas fuerza y se arrellano en la nieve; le pareció extrañamente calida.
El sol le daba en los parpados y proyectaba en la pantalla que se extendía ante el una deslumbrante lluvia de meteoritos y estrellas fugaces. Se sintió arrastrado hacia el llameante vértice, el alba de la creación.
Permanecieron allí, inmóviles como estatuas, hasta que la nieve se amontonó a su alrededor. Mas tarde, cuando llegaron las nubes y trataron de apoderarse del sol, unas toscas figuras se acercaron y varios pares de largos brazos peludos se extendieron para levantarlos y extraerlos de la nieve.
Kane inclino la cafetera y la sostuvo por arriba con la palma de la mano extendida para verter los posos del café de ínfima calidad en una jarra decorada con una esquemática cara amarilla sonriente.
Había llegado la noche anterior en un helicóptero que lo recogió en la sección de VlPs del aeropuerto de Dushanbe, tras cumplir apresuradamente las formalidades arrastrado por un grupo de excitados funcionarios tadzhik que no hablaban ni una palabra de ingles. Iba vestido de civil a fin de que su llegada pasase lo mas desapercibida posible.
Después permaneció dos horas en el helicóptero que sobrevolaba la tierra yerma y los matorrales iluminando su camino como un faro volador. Finalmente tomaron tierra en un astroso claro a las afueras de Murgab, un gris poblado tadzhik instalado al pie del Pamir. El polvo que levantaron las aspas del helicóptero cubrió la frente y las mejillas de Kane, formando unos círculos alrededor de sus ojos que le conferían el aspecto ojeroso de un mapache.
Lo recibió el oficial del servicio de noche, un tipo llamado Grady, que vestía un traje de faena arrugado y que le estrechó la mano mecánicamente y bostezo. Nadie había requerido a Kane en ningún momento que mostrase identificación alguna, lo cual resultaba extraño en una operación de tan alto secreto. Cuando llegaron al barracón, Grady señalo vagamente las filas de literas dobles.
– Elija la que quiera. Todas son iguales de incomodas -dijo, y desapareció por una puerta.
Kane dejo su petate en el suelo. Del extremo de la habitación en penumbra le llegaron varios ronquidos. Un televisor y un aparato de video descansaban en el centro de una mesa, junto a una pila desigual de cintas, revistas pornográficas y botellas de Coca-Cola vacías, algunas con colillas de cigarrillo empapadas en el interior. Cerca había dos frascos de aspirinas casi vacíos. I as paredes, cuya pintura se estaba desconchando, rezumaban aburrimiento.
No cabía la menor duda, el lugar era un basurero. Kane recordó las viejas fotografías que había visto de Los Álamos, los barracones de madera en la cima de una meseta del desierto donde las mentes científicas mas grandes del siglo se habían reunido para crear su satánica maquina de destrucción: la torre del deposito de agua partida, las calles cubiertas de barro, el gimnasio de aspecto cochambroso y la minúscula casa de una sola planta donde se ensamblo la bomba. Es curioso como los acontecimientos mas significativos de una época se producían siempre en los escenarios mas ruinosos.
Abrió la puerta trasera y recorrió un pasillo en dirección al débil resplandor que se veía al fondo. Encontró a Grady en una habitación lateral, con los pies en alto y un libro de bolsillo apoyado sobre su regazo. En la pared que tenia enfrente había una hilera de monitores encendidos. Dos estaban en blanco, pero tres recibían imágenes. Una pantalla mostraba una pared desnuda y un lavamanos; no se veía nada mas. Las otras dos mostraban desde distintos ángulos una confusa silueta acurrucada sobre un camastro. Era difícil identificarla, y en cualquier caso estaba inmóvil, indudablemente dormida.
– ¿Es el?-preguntó Kane.
– Si. La Bella Durmiente.
Kane se fijo en las cifras digitales que brillaban en la esquina inferior de la pantalla.
– ¿Estáis grabando?
– Si. Nos han ordenado que lo hagamos. Veinticuatro horas al día, siete días a la semana.
– ¿EI sonido también?
– Si, pero bajamos el volumen. De lo contrario, nos vuelve locos.
Grady se inclino e hizo girar un dial. Por un altavoz del techó se oyó un extraño y pausado sonido ronco. Kane tardo unos instantes en comprender que era una respiración.
Consulto su reloj de pulsera y la cronometro con el segundero. Grady se quedó mirándolo y luego volvió a bajar el volumen.
Mas tarde, tumbado en una litera de abajo, Kane se quito el reloj y trato de imitar la respiración: le resulto difícil, porque las pausas entre las espiraciones eran anormalmente largas. Después le costo dormirse por culpa de los ronquidos procedentes del otro extremo de la habitación.