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Por la mañana, durante un desayuno de huevos revueltos en polvo, Kane conoció a los otros seis inquilinos de los barracones, todos norteamericanos, taciturnos y del tipo militar impenetrable, como el mismo. Eran como los carceleros de cualquier otro lugar.

Antes de salir de Turquía le habían informado a conciencia, pero seguía sin considerarse preparado para lo que estaba a punto de presenciar. Oía hablar de la operación Aquiles desde hacia cierto tiempo -no se llegaba a su nivel sin haber desarrollado una red de información interior propia que pudiera tener un valor estratégico en el futuro-, y había recibido soplos y presiones suficientes por parte de Eagleton y de otros para haber adquirido una noción bastante cabal de lo que estaba ocurriendo. Pero seguía resultándole difícil creérselo realmente hasta hacia pocos minutos, cuando recibió el expediente.

Lo habían conducido a una pequeña oficina sin ventanas y lo vio ante el, en el centro de un escritorio; era el único documento a la vista. La puerta se cerró y Kane se quedó solo. En el alfeizar de la ventana había un frasco grande de aspirinas, el tercero que veía. Lentamente, como si estuviera abriendo una posible carta bomba, levantó la solapa del grueso sobre recubierto de etiquetas en las que se leía:

CLASIFICADO AL NIVEL 5 (el mas alto) INTELIGENCIA MILITAR EE.UU.

Saco un fajo de documentos de tres centímetros de grosor y leyó con dificultad los preliminares, escritos en una prosa, contra lo que cabía esperar, poco militar, probablemente obra de un científico. Después leyó los párrafos pertinentes del informe.

El sujeto fue hallado junto a un sendero, en una zona montañosa, cuya localización exacta nos es desconocida. Estaba tumbado boca abajo, aparentemente enfermo o herido, cuando fue descubierto por dos pastores. Su aspecto los sorprendió inmediatamente y al principio lo dejaron allí, pero regresaron, lo subieron a un carro y lo llevaron al poblado de Djibaillot, Tadzhikistan, donde fue encerrado en un cobertizo para animales. Cuando su estado empeoro fue trasladado al dispensario mas próximo, cuyo medico se negó a proporcionarle tratamiento. Sin embargo, se le permitió quedarse en el dispensario y su existencia llego a oídos del cónsul norteamericano, quien siguió los protocolos de notificación de conformidad prescritos con DATACOM. El sujeto fue trasladado a un nuevo alojamiento en Murgab, confinado en aislamiento y bajo vigilancia estricta.

Con el tiempo, el estado del sujeto mejoro progresivamente, hasta el punto de recuperar la conciencia y empezar a comer, aunque el suministro de alimentos sigue siendo un problema. Su estado mental es en ocasiones agitado y da la impresión de rechazar el encierro. Ha habido que restringir sus movimientos. Cada vez resulta mas difícil examinarlo y hacerle pruebas, aunque no es imposible. Pero ya se han introducido variantes sustanciales en la zona experimental. De hecho, no se había observado jamás nada parecido a las reacciones del sujeto en ningún experimento con seres humanos.

Con seres humanos. Kane tomo nota mentalmente de que la primera indicación de que ‹‹el sujeto›› representaba algo tan absolutamente ajeno al reino de lo ordinario, descrito con una indiferencia sumamente prosaica, era nada menos que el descubrimiento científico mas asombroso del mundo.

Ojeo rápidamente el resto de la documentación. Había informes médicos, manuscritos a estilográfica con letra muy inclinada. Presión arterial, electroencefalogramas, ecografías y análisis de ADN. Al lado de algunos parámetros físicos había signos de interrogación. Al parecer, la exploración se había realizado mientras ‹‹el sujeto›› estaba inconsciente. Un asterisco lo explicaba: no ‹‹cooperaba›› y a la vista de un estetoscopio u otro instrumento sufría un repentino ataque de furia o miedo o una combinación de ambos. A continuación había varias paginas de anotaciones, aparentemente sobre estudios de percepción: fotografías en blanco y negro y color de bloques, triángulos, círculos, cuadrados, naipes, tarjetas postales e imágenes de fotogramas de videos.

Kane estaba intentando descodificar la terminología cuando la puerta se abrió y entro un hombre bajo y algo calvo, con la mano ya extendida para estrechar la suya: un manojo de nervios electrizados con bata blanca y la punta de una estilográfica sobresaliendo de un bolsillo.

– Soy Resnick. Bienvenido a nuestro pequeño escondite.

Kane soltó un gruñido. No le apetecía ser educado.

Resnick abordo el asunto en cuestión. Estaba preocupado, dijo, porque se había producido un rápido deterioro en la salud del sujeto. Había dejado de comer. Esto era preocupante y humillante, dijo Resnick, en especial porque no habían escatimado esfuerzos para encontrar comida que quizá le resultara apetitosa. No era fácil obtener verduras frescas en esta región del mundo. Incluso habían recurrido a envíos por avión de verduras frescas desde la capital de la provincia, pero la criatura seguía perdiendo peso a pasos agigantados.

Resnick suspiro.

– Casi diría que ha decidido pasar de todo. Naturalmente, eso no podemos permitirlo. Quizá nos veamos obligados a utilizar la alimentación forzosa. Detestaría hacerlo, pero tal vez no haya otra salida.

– Hábleme de su talento especial -dijo Kane.

– Ah, el don.

Resnick esbozo una sonrisa y aparto la mirada.

– ¿Existe realmente?

– Me hubiera gustado que lo presenciara usted mismo, pero me temo que ahora eso es imposible. Lleva algún tiempo sin cooperar.

– ¿Pero usted lo vio? ¿Lo registro?

– No esta claro. Hasta cierto punto, si, no hay duda. Pero después la repetición se hizo difícil. Los resultados no son científicamente, ¿como diría yo?, incontestables. No pueden serlo, sin el rigor necesario. No hay grupo de control, ni esa clase de cosas. ¿Como puede haber un grupo de control con una muestra de un solo individuo?

– ¿Pero confirmo que existe de alguna manera que le satisfaga a usted?

Resnick volvió a esbozar su torva sonrisa.

– Tiene que comprenderlo. Yo soy, ante todo y por encima de todo, un científico. Exijo hechos donde otros están dispuestos a seguir basándose en la fe. A mi no me interesan las suposiciones, las teorías ni nada de eso.

Kane recordó lo que había leído del expediente de Resnick: un fanático de las ordenanzas que trabajaba a las ordenes de Van Steed, aquel discípulo de ultima hora de B. F.

Skinner, que había basado su tesis en la relación entre Burish F., psicólogo estadounidense defensor del conductismo mas estricto, que postula la imposibilidad de estudiar científicamente los fenómenos mentales y propone centrarse exclusivamente en la conducta observable en tanto que obtengan respuesta a estímulos externos.

En el margen había una nota manuscrita de Eagleton: ‹‹Este hombre, Resnick, realizara cualquier experimento sin hacer preguntas››. Resumiendo, era la opción perfecta para supervisar un experimento que inevitablemente despertaría el escepticismo de los escasos científicos a quienes se permitiría que se enteraran de el. De ahí que, fiel a las formas, probablemente rechazara aceptar las conclusiones de su propio trabajo aunque le escupieran en la cara. Kane volvió a gruñir.

– Déjeme verlo.

Mientras bajaban por la escalera del sótano, una parte de Kane se resistía a seguir andando. Sabia por que: el poder de la memoria. Casi veinte años atrás había descendido por una escalera similar en Uganda. Idi Amin había huido de Kampala y Kane había acudido apresuradamente a la arrasada capital cuando no era mas que un joven agregado militar de la embajada de Estados Unidos en Nairobi. Fue uno de los primeros que registraron la casa abandonada de Amin, y en su sótano siguió un túnel subterráneo que lo condujo al celebre Departamento de Investigación del Estado. Una vez allí había bajado por una escalera idéntica a esta, alumbrándose con una linterna, hasta llegar a una mazmorra subterránea donde pocas horas antes se había llevado a cabo una masacre con setenta victimas. Algunas seguían con vida, despedazadas, cuando avanzo por el suelo de hormigón, chapoteando literalmente en la sangre. Era un recuerdo que de vez en cuando le asaltaba en forma de pesadillas.