Siguió a Resnick. Cuando llegaron a una gruesa puerta de acero, Resnick rebusco en un tintineante aro de metal y eligió una llave maestra de dientes irregulares. Cuando la puerta se abrió, lo primero que sorprendió a Kane fue el hedor, una pestilencia con el tufo de la orina, la mierda y el sudor rancio, pero también algo mas intenso, un olor acre y penetrante que superaba todos los demás. A pesar de su voluntad y su entrenamiento, sintió un miedo casi tangible.
– Por las mañanas suele ser mejor, pero nunca se sabe -dijo Resnick-. Y eso plantea la pregunta de como sabe que es por la mañana. No hay ventanas ni pasatiempos de ninguna clase.
Hablaba por encima del hombro, con el aire oficioso de un medico haciendo su ronda de visitas con un nuevo interno. Dejaron atrás medía docena de celdas vacías y se detuvieron ante otra puerta.
– A partir de aquí es mejor que vaya solo. No queremos trastornarlo. Cuando entre usted en su campo de visión mantenga la cabeza gacha, como en una reverencia. Hemos descubierto que es como mejor funciona. Y muévase extremadamente despacio, sin hacer movimientos bruscos. No se acerque a los barrotes. Quizá note una extraña sensación en el interior de su cabeza. Y por encima de todo, no hable.
Aunque el emita algún sonido, no le conteste.
Abrió la puerta con la llave y se hizo a un lado.
Kane entro. Haciendo de tripas corazón, dio un paso al frente en silencio y después otro.
Incluso antes de ponerse al descubierto por completo, Kane se quedó conmocionado. En un fugaz instante vio y olió a la criatura, y de algún modo la percibió con sentidos que ni siquiera sabia que poseía. Sus ojos lo inspeccionaron de arriba abajo, intentando penetrar en su interior, cambiaron el enfoque, midiéndolo, valorándolo, juzgándolo. La criatura yacía desmadejada sobre una colchoneta, de cara a la pared, y su espalda se elevaba como una joroba. Era peluda, pero con piel humanoide, oscurecida hasta presentar un tinte grisáceo. Los pelos eran largos, finos y oscuros como los de un chimpancé, pero ralos y apelmazados. Sus hombros eran redondeados y musculosos, pero abultados de una manera antinatural. Kane observó que eso se debía a los grilletes que mantenían a la criatura enroscada en un ovillo. Unas gruesas bandas de metal rodeaban sus muñecas y lo obligaban a cruzar los brazos por encima del estomago y por debajo de las axilas, como si llevara una camisa de fuerza. Las cadenas habían abierto llagas, que ahora estaban cubiertas de pus y sangre seca. Llevaba unos pantalones amarillentos, rajados a lo largo de los muslos para dar cabida a los abultados músculos y con el trasero cortado para dejar salir sus nalgas, enormes y con heces resecas incrustadas. Sus pies desnudos eran grandes, con los dedos extendidos en abanico. A la vista quedaba la planta de un pie de un vivo color rosado.
La celda estaba casi vacía. Había un lavamanos a un lado, pero Kane calculo que la criatura, frenada por la cadena, no podía alcanzarlo. No había retrete ni orinal. El suelo de hormigón estaba inclinado en dirección a un desagüe, y una gruesa manguera conectada a una toma de agua colgaba de una esquina.
Kane sintió una extraña sensación. Quizá fuera el hedor o la descarga de adrenalina, pero notaba la cabeza pesada, como si algo creciera en su interior, y un profundo dolor detrás de los ojos le hizo bizquear. No tuvo tiempo de abundar en el tema porque en aquel momento la criatura se agito y consiguió incorporarse hasta sentarse. Se volvió y miró a Kane con sorpresa. Sus miradas se encontraron. Kane se sumergió en los iris azules y las diminutas pupilas oscuras de su interior, y en un instante supo que no estaba viendo el frío reflejo de la superficie del ojo de un animal, sino que se asomaba al profundo estanque de la mente de un ser inteligente. Mantuvieron la vista clavada en el otro como dos aviones localizándose mutuamente en el radar y después precipitándose hacia sus respectivos blancos. Kane no sabia lo que veía. Noto que un asco instintivo brotaba de su interior. Sus ojos subieron hasta la frente, que se proyectaba hacia delante, perfectamente formada y simétrica pero grotescamente fuera de lugar, como un ganglio. Lo único que experimentó fue repugnancia. Los ojos de la criatura le devolvieron una mirada fija y penetrante, casi desafiante. Kane no sintió ni un gramo de compasión. No mantuvo la cabeza gacha. Al contrario, alzo el mentón y miro directamente a la criatura indefensa. Sin pensarlo pronuncio en voz alta las palabras que acudieron a su mente, procedentes de algún profundo rincón de su ser.
– Tu nos harías lo mismo, ¿verdad?
Al instante, la figura echó la cabeza hacia atrás, la inclino hacia arriba bruscamente y de sus labios broto un agudo gritó de angustia, solo en parte humano, cuyo eco resonó en su celda y por el estrechó pasadizo.
Lo siguiente que supo Kane fue que Resnick lo apartaba violentamente de los barrotes. El hombre gimoteaba tan cerca de su oreja que noto la presión de su aliento.
– ¿Que ha hecho? ¿Que ha hecho? Se lo dije, se lo advertí.
Mientras subían la escalera en dirección a la luz pudo oír aun unos ruidos a su espalda, ahora un gemido. Después una puerta se cerró de golpe y el sonido enmudeció repentinamente. Una vez arriba se sentó en el minúsculo despacho, profundamente alterado. Cuando miró a Resnick, que no dejaba de moverse y alisar su bata blanca, Kane volvió a sufrir aquel extraño dolor palpitante en la cabeza.
Matt se despertó lentamente, elevándose, a través de los sucesivos niveles de la conciencia como un buceador nadando hacia la superficie. Permaneció tendido sin moverse hasta que finalmente abrió los ojos y volvió a cerrarlos. Las preguntas tardaban mucho tiempo en formarse en su cerebro embotado. ¿Donde estaba? Quería regresar a un largo sueno. Pero algo lo obligaba a seguir subiendo hacia la superficie y hacia la luz que se veía mas arriba. Abrió los ojos definitivamente y parpadeo.
Se movió y al instante sintió el dolor. Atravesó su muslo derecho, recorrió su espalda y rodeó su hombro derecho.
Matt levantó la mano izquierda y la mantuvo ante su rostro.
Tres dedos, desde el corazón hasta el meñique, carecían prácticamente de tacto. Cerró la mano en un puno. Por lo menos podía mover todos los dedos. Cuando se incorporo, apoyando su peso sobre los codos, el dolor perforo nuevamente su costado derecho y se clavo en sus entrañas. ¿Que había ocurrido? Obligo a su mente a retroceder con un esfuerzo de voluntad. Lentamente, los recuerdos fueron ocupando su lugar. En cuanto estuvo consciente del todo, una descarga de puro terror contrajo su vientre: ¿donde estaba Susan? ¿Seguía con vida? Encogió las piernas y se sentó erguido -el dolor le golpeo una fracción de segundo mas tarde, tan predecible como un shock postraumático-, y miro en derredor.
A su alrededor todo era verde: hojas, plantas y lianas. Se quedó mirándolas fijamente; no había visto árboles desde lo que parecía una eternidad. Su portentosa corteza era de un matizado tono marrón oscuro. Soplaba una ligera brisa, en absoluto fría, que mecía suavemente las ramas con un bamboleo rítmico que le provoco un ligero mareo. Por encima de su cabeza, las ramas se entremezclaban y tejían un dosel vegetal. Pudo distinguir retazos del cielo. En algunos puntos, el verde follaje era tan tupido que la luz del sol lo atravesaba apenas en rayos oblicuos, como los grabados bíblicos del prístino jardín, al principio de la creación.
Matt había estado descansando sobre ramas, hojas y hierba tejidas. No era incomodo, pero tampoco natural. Algo o alguien había construido aquel primitivo lecho. ¿Quien? De nuevo intento retroceder mentalmente, pero no lograba rememorar casi nada después del desprendimiento. Recordaba el polvo, las rocas y el haz de la linterna proyectándose hacia arriba. Después, apartar las rocas y la tierra, lo que explicaba el dolor que sentía en el costado derecho. Vio la sangre seca sobre su camisa y, cuando palpo la tela, un fuerte dolor lo traspaso. La camisa estaba pegada a su costado.