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Lentamente la despego y miro: una herida redonda, roja y con franjas de sangre seca negra se extendía desde la cadera hasta las costillas flotantes. Fea pero superficial, decidió.

Extendió los dedos entumecidos y volvió a moverlos. Respondieron lentamente y de mala gana. Congelación. Ahora recordaba haber salido de la caverna abriéndose paso con las maños desnudas entre las rocas amontonadas y arrastrado a Susan por la nieve. La cegadora blancura y la paralizante fatiga. ¿Pero como había llegado hasta allí, estuviera donde estuviera aquel lugar? ¿Y donde se encontraba Susan?

Unos cuantos metros mas allá, al pie de un árbol, vio su abrigo, arrugado formando una bola. A su lado estaba su mochila. La visión le provoco una oleada de esperanza. Era un signo de buen agüero. Claramente, algo le había llevado hasta allí, y fuera cual fuese la fuerza superior responsable de ello, no le había matado… al menos por ahora.

Quizá Susan había conseguido de algún modo llegar también hasta allí; quizás era ella quien le había dejado cerca sus pertenencias.

Matt gruñó, reunió todas sus fuerzas y se puso en pie. Al principio se sintió mareado y alargó el brazo para apoyarse en un árbol. Cuando noto que recuperaba el equilibrio fue hacia la mochila, se arrodillo, la abrió y hurgó en su interior. No parecía faltar nada, ni siquiera las bengalas que le había quitado a Van. Cerca de la parte superior encontró el botiquín de plástico azul, lo abrió bruscamente y saco el frasco de antiséptico. La tapa giro fácilmente; ya la habían abierto. Lo sostuvo a la luz. Faltaba mas de una cuarta parte. Se remango la camisa y volvió a mirarse la herida. No había rastros de infección y en los bordes ya empezaba a formarse una costra. Alguien le había estado curando. Vertió mas antiséptico sobre la herida.

Se encontraba en una especie de emparrado. El follaje se extendía en todas direcciones y grandes helechos cubrían el suelo, desprendiendo un sugerente olor a humedad. Encontró un sendero y lo siguió, avanzando cautelosamente. Cada diez o doce pasos se detenía para mirar en todas direcciones y contenía el aliento para escuchar mejor. Nada se movía.

No había nada a la vista, por ninguna parte, y los sonidos eran escasos.

La exuberante flora lo desconcertó. Apestaba a musgo, hojas y fruta madura, y los árboles estaban festoneados de enredaderas. A Matt le resulto evidente que había descendido cientos de metros con respecto a la caverna y la meseta sin árboles donde los había sorprendido la tormenta de nieve. Aun así, la vegetación era demasiado frondosa y prodiga para encontrarse en los montes del Pamir, a menos que hubiera sido transportado a algún valle oculto con unas características meteorológicas improbables, tal vez un lugar resguardado por altas cumbres, regado por la nieve del deshielo y calentado por emanaciones volcánicas.

El sendero se internaba en una oscura arboleda y Matt lo siguió con precaución, intentando pisar sin hacer ruido. Llego al lindero de un minúsculo prado y se sentó a pensar que haría a continuación. No le atraía la idea de salir a campo abierto. Oteo por encima de la hierba, que sentado le llegaba al nivel de los ojos. Las moscas zumbaban a su alrededor.

Por la súbita contracción de su estomago cayo en la cuenta de hasta que punto tenia hambre. Pero le quedaban pocas energías, insuficientes para el esfuerzo de buscar comida. Se dejo caer de costado, alzo la mano izquierda y se miro los dedos; por lo menos ya no estaban tan insensibles. Recordó a un personaje de Jack London, rodeado de lobos junto a la hoguera del campamento, cuyo ultimo gesto antes de caer rendido de sueno era contemplar la cruda belleza de la mano humana, toda la creación concentrada en el movimiento circular de los dedos al cerrarse en un puno.

Entonces lo vio acercarse por el prado con un peculiar paso desmadejado. Se movía con rapidez. Iba desnudo y llevaba algo apoyado en un hombro. Matt se encogió aun mas y dejo de respirar. La criatura se dirigía directamente hacia el. Tuvo que reprimir el instinto de levantarse de un salto y alejarse a la carrera. En su lugar, rodó sobre su vientre y se arrastro entre la hierba, de regreso a la espesura. Después se puso en cuclillas y corrió manteniendo la cabeza muy próxima al suelo. Cuando dejo atrás los árboles, se incorporo y corrió con todas sus fuerzas, saltando por encima de troncos y abriéndose paso entre las enredaderas. Llego a un árbol caído y se acurruco debajo, oculto por las ramas.

Contuvo el aliento y vigilo desde allí el sendero, que quedaba a unos veinticinco metros de distancia. De pronto, como si algo le hubiera sorprendido, la criatura se detuvo, hizo una pausa y, girando en un ángulo agudo, se volvió hacia la espesura y avanzo hacia Matt, mostrándole su pavoroso cráneo deforme, el enorme pechó peludo y el tocón de árbol que sostenía en equilibrio sobre un hombro con una mano lánguida. Matt giro en redondo, aparto las ramas del otro lado, se escabullo entre ellas y corrió como si le fuera la vida en ello.

Jadeando y sin aliento, reconoció el emparrado y mientras iba hacia allí vio entre los árboles un movimiento fugaz, una figura. Era Susan. ¡Susan! Estaba plantada en el centro y otra figura, grande y peluda, avanzaba hacia ella. Matt reunió las ultimas fuerzas que le quedaban, corrió hacia ellos y salio impetuosamente al emparrado. Supo que saltaba por los aires, despegando del suelo con el impulso de todo su peso, y aterrizaba justo sobre la espalda de la criatura. Noto el impacto de su golpe, oyó el gruñido de dolor del ser cuando expulso todo el aliento de golpe y vislumbro una expresión de alarma en el rostro de Susan. Después sintió que se hundía y aterrizo sobre un tronco de árbol. Se golpeo la cabeza y oyó mas sonidos vagos e indistinguibles mientras se hundía, una vez mas, en las oscuras y tranquilas profundidades de la inconsciencia.

– Matt, Matt.

Susan lo llamaba en voz baja y le acariciaba la frente con la mano.

Matt abrió los ojos. Estaba arrodillada a su lado y lo miraba. Le cogió la cabeza, la acunó en sus brazos y la depositó sobre su regazo mientras le acariciaba el rostro con las yemas de los dedos.

– Tengo que reconocer que eres valiente -dijo-. Pero ¿cual era exactamente tu plan? ¿Montarlo hasta matarlo?

– Susan, por el amor de Dios, intentaba detenerlo. Iba contra ti.

Matt intento incorporarse.

– No contra mi, sino hacia mi. Es amigo mío. Tranquilízate. -Lo obligo a tenderse de nuevo-. Tengo muchas cosas que contarte.

Matt se sentó muy erguido y miro rápidamente a su alrededor. El neandertal estaba de pie junto a un árbol, no muy lejos de ellos.

Susan se echó a reír sin poder evitarlo.

– Lo has asustado tanto como el a ti -dijo-. No te preocupes, es inofensivo. Se llama Caralarga… Al menos así es como lo llamo yo.

– ¿Cuanto tiempo he estado inconsciente?

– Un día entero. Naturalmente, a mi me ha parecido mas tiempo que a ti.

– No lo dudo -replico Matt, frotándose el chichón que notaba en su cabeza.

– Antes que nada, deberías comer algo.

Susan se encargo de preparar un poco de comida. Saco de su mochila una fiambrera de latón y la lleno de frutos secos y bayas. Después cogió una botella llena de agua -Matt comprobó que era la botella de vodka de Rudy-, vertió el contenido en un cuenco de madera tallada y lo mezclo todo formando una especie de puré.

– No es tan malo como parece -dijo a modo de consuelo-. Tómatelo como si fuera un desayuno de reyes.

– ¿Que me dices de esa criatura?

– Calla. Todo a su tiempo.

Finalmente, una vez satisfecha su hambre de comida, ya que no de respuestas, Susan le dio unas palmadas en la rodilla.

– No te muevas de aquí -le ordeno-. ¿Estas preparado para la experiencia mas increíble de tu vida?

Desapareció detrás de unos matorrales y regreso al cabo de unos minutos caminando orgullosamente del brazo del mismo homínido sobre el que Matt había saltado.