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– Matt, te presento a Caralarga. Caralarga, te presento a Matt.

No te preocupes -añadió sonriendo-. No te guarda rencor.

Matt se quedó boquiabierto, incrédulo, y se encogió instintivamente a la vista del primate desnudo. Contempló su robusta complexión, sus cortas piernas, su imponente torso y sus abultados bíceps, y siguió hacia arriba, hasta su rostro prominente con el cráneo aplanado, la mandíbula huidiza, los grandes ojos hundidos y las inconfundibles sobrecejas sobresalientes. Parecía casi humano… casi, pero no del todo.

Susan se echó a reír ante la confusión de Matt.

– Puedes decir lo que quieras -dijo cogiéndole el gusto a su papel de experta-. No te entiende. No tienen lenguaje.

El homínido se acercó y se acuclilló, mirando a Matt con interés pero sin demasiada curiosidad. No parecía ni aterrado ni aterrador. Matt lo contempló de arriba abajo; su espalda era alargada y sus piernas cortas. Tenia mas pelo que un ser humano, pero no era completamente hirsuto. Todo el parecía un poco desproporcionado, y sin embargo era lo bastante humanoide para… ¿Para que? Matt se acercó mas y miro a la cara. En los ojos vio inteligencia, quizá capaz de rivalizar incluso con la suya, pero no distinguió asombro.

Caralarga tocó la manga de la camisa de Matt y palpo la tela. Matt estudió los dedos rotundos, las recias uñas y los grandes nudillos. Las líneas que surcaban la palma de la mano no se parecían en absoluto a las de una persona. Dejándose llevar por un impulso, Matt extendió el brazo y le estrechó la mano. Y en cuanto notó el fuerte apretón, una oleada de emoción recorrió todo su cuerpo, y su corazón empezó a latir deprisa como si su núcleo genético hubiera entrado en ignición debido a aquella chispa de contacto. Se sintió alborozado.

– Asombroso, ¿verdad? -Dijo Susan-. Y pensar que este apretón de maños te remonta a treinta mil años atrás.

– Escucha -exclamo Matt-. Esta hablando.

Del grueso pechó brotaban unos sonidos gorgoteantes.

– Me temo que no. Por lo que he visto, he llegado a la conclusión de que en determinados momentos emiten sonidos que parecen corresponder a reacciones muy primarias: alarma, sorpresa, alegría… Pero no hablan en absoluto. Hacen otra cosa.

– ¿Que?

– Piensan.

– ¿A que te refieres?

– Transmiten pensamientos o imágenes, algo así.

– ¿Te refieres a la telepatía?

– Algo parecido. Ya lo veras. Cuando ocurre, lo notas. Y entonces parecen saber que estas mirando. Casi como si ellos también lo estuvieran mirando.

– ¿Como lo sabes?

– Intenta esconderte y veras de que estoy hablando. Es como si…

– ¿Como si que?

– Como si estuvieran dentro de ti.

– Increíble.

– Lo se. No puedo explicarlo. Es alguna clase de comunicación extrasensorial.

Caralarga perdió interés repentinamente y se marcho.

Algo de la seguridad con la que se movía, o como inclinaba su cabeza mientras se alejaba bamboleándose al ritmo de sus pasos, era curiosamente revelador.

– Dios mío, es un viejo -barboteo Matt.

– Es verdad. Intentaste zurrarle a uno de los ancianos de la tribu.

– Tribu. ¿Es que hay muchos?

– No te lo creerías.

– ¿Pero como puede ser esta la misma especie con la que nos tropezamos antes? Tienen cierto parecido, pero los otros eran implacables, despiadados. Estos parecen mucho mas humanos.

– No se cuales son mas humanos, pero tienes razón. Los dos son completamente distintos.

– Van murió en el desprendimiento -dijo Matt.

– Lo suponía. No podíamos hacer nada. Ahora apóyate y descansa. Te diste un buen porrazo. Te espera otra sorpresa, pero será mas adelante.

Susan condujo a Matt por el sendero hasta lo que ella llamaba el poblado. No dejaba de hablar, contenta de que Matt estuviera bien y feliz, y además, por tener compañía humana, alguien con quien compartir observaciones sobre el inverosímil mundo en el que habían aterrizado.

– Te enseñare sus nombres -dijo-. Los tres que nos rescataron se llaman Génesis, Éxodo y Levítico. Observaras que me dominaba una perspectiva bíblica. Siguen siendo mis favoritos. Levítico es inconfundible: es casi enclenque y tiene una cicatriz que cruza su mejilla, aunque Dios sabe como se la hizo. En realidad, cada vez me resulta mas fácil distinguirlos a todos.

Matt la miro divertido.

– Te gusta jugar a ser Eva y poner nombre a todos los animales, ¿verdad?

– Supongo que quizá si.

– Es una forma de ejercer el dominio. Eso siempre te ha gustado.

Susan sonrió.

– Pero a mi no me gusta-dijo Matt-. Antes necesito saber algunas cosas, por ejemplo, como llegamos aquí.

Dolida, Susan se apresuro a informarlo. Había recuperado la conciencia mientras descendían por la ladera de una montaña y le contó a Matt lo que recordaba. La primera sensación que captó fue la fuerza de los férreos brazos que la acunaban, el duro bulto del bíceps. Cuando abrió los ojos, vio la blanca y carnosa papada de una minúscula barbilla sin pelo y consiguió vislumbrar parte del interior de la boca: tenia los dientes manchados. Su primera reacción fue de pánico, ya que dio por supuesto que eran los mismos que habían matado a Rudy. Pero curiosamente, con el paso de las horas y tras perder de nuevo el conocimiento, descubrió algo indescriptiblemente tranquilizador en ellos; no supo si era la gentileza de su conducta, los brazos que la protegían o la fugaz visión de Matt, a quien llevaba a cuestas otra criatura que caminaba a poca distancia.

Al anochecer llegaron al poblado del valle. Después de ser depositada en el suelo, cerca del fuego, Susan siguió intentando espiarlos sin que se dieran cuenta, pero ellos descubrieron de algún modo el truco y le llevaron comida, que dejaron a su lado. Susan comió y se quedó dormida. Cuando se despertó, a la mañana siguiente, se encontró en el emparrado con Matt y rodeada por decenas de ellos: machos, hembras y niños. Su miedo se desvaneció progresivamente y fue sustituido por una sensación de maravilla. Se impuso la científica que había en ella.

– ¿Te lo imaginas? -exclamo-. Tenemos la oportunidad de estudiar a otra especie viviendo realmente entre ellos. No mas teorías, no mas conjeturas, no mas especulación. Solo observación. Investigación cultural directa a la vieja usanza… excepto que esta es prehistórica.

Matt estaba asombrado de la rapidez con que Susan parecía sentirse como en casa. Lo estaba asimilando todo, filtrándolo sin problemas y tratando de hallarle sentido como si estuviera realizando una fantástica expedición antropológica. ¿Con que rapidez nos adaptamos los humanos a lo inesperado y a la adversidad?, pensó Matt. ¿Es esa cualidad el secreto de nuestra supervivencia?

Por su parte aun estaba temblando. A un nivel primitivo había decidido que el peligro disminuía; la parte arcaica de su cerebro, que bombeaba sustancias químicas como respuesta a la agresión, empezaba a tranquilizarse. Pero sus sentidos estaban agudizados al máximo y cuando pasaron junto a un homínido por el sendero creyó que el corazón iba a salírsele por la boca.

Matt advirtió que había otra cosa que no tenia nada que ver con el miedo. Al principio no le hizo caso, pero ahora estaba seguro. Matt los observaba y ellos le devolvían la mirada. Pero siempre que lo miraban experimentaba una pesadez en el cerebro, casi una intrusión, como si algo estuviera atravesándolo. Y cuando el homínido quedó atrás, la sensación desapareció, como el sol asomando por detrás de las nubes.

El poblado se erguía en un recodo del río. No era gran cosa, un grupo de cobertizos improvisados que salpicaban la ladera de la colina y se multiplicaban a medida que la tierra se aplanaba en la cuenca del valle.

Lo que mas le llamo la atención a Matt fueron los propios homínidos, la confusa actividad que desplegaban en sus vidas cotidianas, transportando leña y cestas, acuclillándose, comiendo y cuidando del fuego, del que se elevaba una perezosa espiral de humo. Y luego – ¡por supuesto que había niños!-parecían versiones en miniatura de los adultos, solo que los arcos supraciliares se veían mas pronunciados en sus rostros mas pequeños.