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Todo el mundo iba desnudo. Ninguno de ellos vestía pieles de animales como los otros -de hecho, no parecía haber animales en los alrededores-, y nadie llevaba porras ni otras armas. Las mujeres eran unos centímetros mas bajas que los hombres y sus curvas femeninas le parecieron a Matt exageradas: caderas demasiado anchas, nalgas terriblemente caídas y senos pendulantes. Los penes de los hombres, que colgaban libremente, no parecían especialmente grandes y quedaban disimulados entre el poblado nido de su vello pubico.

– Se en que estas pensando -dijo Susan-. Y la respuesta es no lo se. No llevo aquí el tiempo suficiente para haberlos visto copulando.

››A ese respecto no parece haber una gran diferencia entre los sexos. Sin duda no en los roles. Ambos cuidan del fuego y muelen el grano con un mortero y una mano de almirez. Esas parecen ser las dos actividades principales, por lo que puedo apreciar.

››Si, tienen cereales. Cultivan plantas, pero no matan animales ni comen carne. El fuego se utiliza para desbrozar la tierra, no para cocinar. De modo que estábamos definitivamente equivocados en cuanto a eso. La agricultura sedentaria antes que la caza. Fascinante, ¿verdad?

De hecho, Matt estaba pensando en otra cosa.

– Susan, llevamos aquí varios minutos pero nadie nos presta la menor atención.

– Pero saben que estamos aquí. Lo habrás notado cuando te leen; así es como lo llamo. Así saben que no suponemos una amenaza. Pero su curiosidad no esta lo que tu llamarías muy desarrollada. Ayer, cuando llegue por primera vez, provoque cierto revuelo, especialmente entre los niños. Pero a estas alturas me consideran algo parecido a una antigualla.

Matt entro en una choza. Estaba construida en forma cónica alrededor del pie de un árbol; las ramas inferiores habían sido dobladas para acercarlas al suelo y al tronco y trabadas allí. Encima habían amontonado ramas secas, formando una especie de tienda indía clavada en el suelo para mantener a raya a los depredadores. Se parecía un poco a la boma de espinos de un redil masai de Kenya, pensó Matt. En el interior no había gran cosa: varias calabazas llenas de agua, medía docena de herramientas de pedernal y unas cestas de madera talladas llenas de cereales.

Susan no cesaba en su parloteo de guía turística.

– No puedo imaginarme su organización social, si es que tienen alguna. No parece que vivan en familias. Se diría que los adultos y los niños se trasladan continuamente de una choza a otra. Las mujeres parecen quedar en la sombra. Pero no llevo aquí el tiempo suficiente para poder asegurarlo.

Matt seguía sin poder reconciliar estos homínidos con los monstruos sedientos de sangre que habían matado a Rudy.

Los otros parecían crueles, no solo porque llevaban armas sino por algo de su postura, la manera como su cabeza se proyectaba hacia delante al extremo del cuello alargado, un cruel destello de los ojos hundidos bajo el pliegue protector de hueso. Estos parecían en general benignos. Se les notaba confiados y tranquilos, allí sentados o en cuclillas, masticando bayas y frutos como si nada de este mundo terrenal les importara.

– Te diré lo que me desconcierta -dijo Matt-. Solo es una primera impresión, pero por todo lo que he visto hasta ahora, son mucho mas primitivos de lo que me esperaba, o de lo que me habría esperado si alguna vez hubiera osado imaginar una cosa semejante.

– Si.

– Comparados con la banda que nos sorprendió en la montaña, parecen varios eones mas atrasados. Aquel grupo, odio tener que admitirlo, estaba organizado. Tenían un líder; actuaban de una manera coordinada, planeada de antemano. Llevaba armas, y ya viste su caverna. ¡Saben curtir pieles, por el amor de Dios!

– ¿Que intentas decir? -preguntó Susan.

– Intento decir que, a pesar del parecido exterior, son demasiado diferentes, como si pertenecieran a dos especies distintas.

– Vamos. Se parecen. Están separados por un solo día de viaje en la evolución. ¿Y dices que son dos especies distintas?

– Se que suena increíble -dijo Matt-. Solo digo que se comportan como dos especies diferentes.

– Llevas aquí unas seis horas y ya eres un experto.

– No te sulfures. Tampoco has apreciado nunca la variación regional.

– ¿Que significa eso? -preguntó Susan indignada.

– Significa que siempre te conformas con la explicación fáciclass="underline" la sustitución violenta, un grupo conquista a otro. Quizás haya otra explicación.

– ¿Como por ejemplo?

– No lo se.

– Pronto me dirás que estos dos grupos evolucionaron por separado porque uno vive en el valle y el otro en la montaña. Eso seria llevar el desarrollo multirregional demasiado lejos.

Permanecieron en silencio unos segundos. Después habló Susan.

– De todos modos, te olvidas de algo.

– ¿Que?

– El enigma de Khodzant.

– De acuerdo, chica lista. ¿Que significa?

– No lo se. Pero se que tiene algo que ver con la guerra y es la clave de todo este asunto. Intento imaginármelo.

– Buena suerte.

El sendero discurría sinuoso hasta desembocar en un estrechó paseo. Susan parecía segura del camino e iba delante.

Pronto dejaron atrás el poblado y se internaron en la espesura. A su alrededor oían aves, zumbidos de insectos y un millar de minúsculas criaturas escurridizas.

– ¿Adonde vamos? -preguntó Matt.

– La sorpresa, ¿recuerdas?

Susan cruzo de un salto un arroyó y siguió caminando a largas y ágiles zancadas. Su exuberante cabello negro parecía encontrarse en su elemento en la espesura. A Matt aun le dolía un poco el costado, pero se sentía mucho mejor que antes. Caminaron durante una hora larga, hasta que Susan se volvió y dijo con una sonrisa:

– Ya casi hemos llegado. ¿Estas bien?

Matt compuso una falsa mueca de sufrimiento.

– No lo dudes.

Treparon por una pendiente y llegaron a un farallón desde donde veían extenderse todo el valle ante ellos. A lo lejos, unas escarpadas paredes de roca se elevaban hasta las montañas que las coronaban.

– ¡Dios mío! -Exclamó Matt-. Estamos en el cráter de un volcán. Apuesto a que sigue activo. Esa debe de ser la razón de que el clima sea tan templado.

Susan enlazo un brazo con el suyo.

– ¿Sabes? Un día es mucho tiempo para estar inconsciente. Me tenias preocupada. No dejes que se te suba a la cabeza, pero tal vez este empezando a recuperar una pizca del afecto que te tenia.

– Bueno, estar perdida y sola entre varios centenares de cavernícolas quizá tenga algo que ver con eso.

Susan se echó a reír y prosiguió la marcha. No tardaron mucho tiempo en oír un rugido constante entre los árboles del frente. Era una cascada. Al cabo de otros diez minutos se encontraron frente a un salto de agua, de unos dos metros de anchura, que caía a plomo por un risco vertical. Matt percibió el olor del azufre y comprendió que era un enorme geiser que proyectaba hacia arriba un chorro de agua caliente. Eso explica el clima, pensó: manantiales geotérmicos que desprenden vapores sobrecalentados, que chocan con una corriente de aire calido procedente del valle.

Por debajo de ellos, al pie de la cascada, había una amplia cuenca excavada en la roca por el agua al precipitarse. Matt miro hacia abajo y vio unos escalones de piedra que conducían hasta ella, cerca del pie de la cascada. Entonces por encima del rugido oyó otro sonido penetrante, intermitente, casi ahogado, pero de vez en cuando bien nítido. Parecía una voz cantando o salmodiado, por imposible que fuera, pero era tan difícil ubicarlo que Matt empezó a dudar de sus sentidos.

De pronto, Susan se llevo las maños a las orejas formando una pantalla, gritó algo que Matt no alcanzo a entender y señalo al pie de la cascada. De la bruma surgió una figura reconocible como humana por su forma y de pronto familiar. Se acercó al risco y empezó a subir los escalones, pero Matt no pudo asegurarse hasta que llego arriba. Acercándose con aire solemne, envuelto en una toga como un dios de la Grecia clásica, pero con una barba poblada que le daba el aspecto de un profeta del Antiguo Testamento, reconoció a Kellicut.