››-No, solo ve lo que ella ve. Mira a través de los ojos de esa persona; en realidad ocupa los centros ópticos donde se procesa la información visual. Así que no vería a la persona en concreto a menos que coincidiera en utilizarla cuando se mirara en un espejo.
– ¿Puede ir a cualquier parte y ver cualquier cosa?
– ¿Se refiere a si puede viajar por el espacio a voluntad y, digamos, posarse sobre la copa de un árbol para contemplar la puesta del sol? En absoluto. Como he dicho, es una forma de telepatía limitada, totalmente dependiente de la disponibilidad de un canal a través del cual actuar: otro cerebro, que constituye el receptor y procesador de datos primario.
– ¿Realmente puede ver a través de los ojos de otro?
Se habían dado cuenta por casualidad, gracias a las cámaras de video, al principio, cuando su apetito todavía era saludable. Observaron que, momentos antes de darle de comer, la criatura era presa de un frenesí anticipatorio; de alguna manera sabia que la comida estaba en camino. Un avispado vigilante de los monitores señalo que esto ocurría en el momento preciso en que el guardián pasaba ante la puerta abierta en dirección a la bandeja de la comida, a siete habitaciones de distancia de la celda del sótano. Variaron las horas de las comidas, pero seguía sabiéndolo al segundo exacto. Ampliaron las pruebas incluyendo toda clase de actividades: el baño, el recreo y la presentación de juguetes.
De algún modo, era capaz de detectar lo que ocurría en otra habitación. Había una constante: tenia que haber alguien mas en esa habitación utilizando sus ojos.
Diseñaron experimentos mas rigurosos: un hombre situado en otro piso miraba una figura -triangulo, circulo o cuadrado-, y la criatura elegía desde el sótano la correcta. Cambiaron todas las variables: los objetos, la distancia, el tiempo de la prueba, la iluminación… Incluso apagaron los monitores de televisión, pero seguía eligiendo correctamente, con un margen de error tan ínfimo, del 0,306 %, que resultaba estadísticamente insignificante.
El campo de observación fue ampliado. La criatura fue capaz de proyectar su VR a tres espectadores distintos situados a varios kilómetros de distancia. Le proporcionaron un cuaderno de dibujo y carboncillo, e incluso logro dibujar, aunque de una manera burda, el perfil de un escenario que alguien estaba mirando, siempre que hubiera puntos de referencia claramente visibles. Pero alguien mas tenia que estar mirando para que la facultad actuara.
Los cuidadores y científicos, los que pasaban mas tiempo con la criatura, notaron que experimentaban una sensación de vértigo y a veces una jaqueca cuando la criatura invadía sus receptores visuales. Un cuidador en concreto, un norteamericano de origen irlandés llamado Scanlon, era el favorito de la criatura; parecía pasar mucho tiempo ‹‹viendo›› lo que observaba Scanlon. Por indicación de Eagleton, los científicos conectaron a la criatura a un electrocardiógrafo, una grabadora de respuesta galvanica de la piel y otros instrumentos para medir las reacciones corporales asociadas a emociones. Después Scanlon, sin saber nada de la prueba, fue subido a un coche y conducido por una pista de montaña a ciento veinte kilómetros por hora cuesta abajo. Las agujas se encabritaron salvajemente y las mediciones de la criatura se salieron del grafico.
Que lastima que la criatura fuera por lo demás tan poco comunicativa, pensó Eagleton. La información era toda unidireccional. El ser era incapaz de proyectar alguna luz sobre su talento exclusivo, como un genio imbecil capaz de resolver un problema con multiplicaciones hasta la décima cifra decimal pero incapaz de explicar como lo conseguía. Era un animal de aspecto demasiado burdo para poseer un don tan sublime. Que pena. Quizá nuestra comprensión llegaría solo con la autopsia, y eso podía ser muy pronto, a juzgar por como empeoraba su salud.
La operación era demasiado importante para cometer errores. Solo Dios sabia lo que significaría poseer esa facultad. Con los avances actuales de la genética, una transferencia del don a los humanos era mas que factible; estaba prácticamente al alcance de la mano. Las aplicaciones eran pavorosas, como mínimo en el terreno militar. Un ejercito con semejante capacidad seria invencible. Imaginaba las posibilidades para el espionaje, la recogida de información, la estrategia y la táctica. Pensaba en las ventajas durante las negociaciones, las conferencias económicas, la determinación de cuotas con los japoneses, las negociaciones con la Unión Europea… No era de extrañar que los rusos hubieran vuelto a la partida.
Eagleton cerró la carpeta y oprimió el pulsador que había bajo su escritorio; entro una secretaria nueva, la tercera desde la rápida marcha de Sarah. Se había puesto perfume, pero Eagleton no supo distinguir la marca; el sentido del olfato era el que tenia mas débil. Cuando le tendió el expediente, ella lo miro y preguntó:
– ¿Algo mas, señor?
Eagleton respondió con brusquedad, en un tono de voz que indicaba que tenia mucho trabajo por hacer y que no podía permitirse interrupciones innecesarias.
– No, nada. Nada en absoluto.
La mujer se marcho cerrando la puerta suavemente. Eagleton cogió una mandíbula y la hizo saltar sobre su mano.
Después clavo la vista en el enigma de Khodzant. En el exterior, al otro lado de las persianas, estaba oscureciendo.
– No hablaré de Rousseau, ni de Locke, ni de Schopenhauer.
Me he desembarazado de los filósofos. Son todos unos filisteos ignorantes. Pertenecen a una región de mi cerebro que me he extirpado.
Kellicut estaba apoyado en un árbol, un lugar perfecto para discutir sobre el hombre como noble salvaje. Mostraba una nueva inquietud que sorprendió a Matt, comparada con el extraño distanciamiento casi místico que había exhibido hasta ahora. Susan, que estaba sentada en el suelo y levantaba la cabeza para mirar a Kellicut, no parecía compartir la visión de Matt.
Matt se apoyó en una rama del árbol. Susan, sorprendida al ver varios homínidos buscando moras en las proximidades, tan tranquilos en su elemento natural, había intentado desviar la conversación hacia los filósofos de los que solían hablar durante horas en los bares de Cambridge. Era una manera de romper el hielo, pero Matt tuvo la sensación de que Susan había vuelto a caer en el antiguo papel de la estudiante de postgrado reverente.
Matt observó los cambios operados en Kellicut desde el momento en que lo vio. Estaba flaco y bronceado debido a su estancia en el valle. Sus brazos eran musculosos y tenia la piel curtida. Su edad, sobre todo, le confería mas autoridad, que quedaba realzada por su barba espesa y entrecana. Su rostro era enjuto y sus ojos mostraban un brillo fanático, como un ángel vengador bíblico. No llevaba una toga, des pues de todo, sino una especie de taparrabos hecho de Io que en un tiempo fueron unos pantalones.
Curiosamente, Kellicut no mostró la menor sorpresa al ver a Matt. Era indudable que estaba al corriente de su presencia por Susan, naturalmente. Sin embargo, después de tantos años y en circunstancias tan peculiares, Matt esperaba algo mas. A fin de cuentas, acababa de recorrer medio mundo en avión respondiendo a una llamada urgente; esperaba alguna muestra de agradecimiento, no de reserva. Y además, aquel gélido apretón de maños antes, cuando se reunió con el. Matt sintió una oleada del antiguo afecto.
– Nos pediste que viniéramos y aquí estamos -gritó para hacerse oír por encima del rugido de la cascada, avanzando para abrazarlo.
Kellicut se quedó donde estaba y enarco una ceja. Su respuesta fue apenas audible, ahogada por el ruido del agua al desplomarse:
– Bueno, en todo caso, aquí estáis.
Matt había reprimido su decepción, pero al hacerlo comprendió que estaba reproduciendo una emoción que a menudo había sentido en presencia de aquel hombre.
– Creíamos que estabas en peligro.
– Eso pretendía que creyera el instituto.
– ¿Por que?
– Porque no confió en ellos. No se de quien fiarme. Ni siquiera estoy seguro de si debo fiarme de vosotros. Tendréis que ser pacientes.