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– ¿Quien es Satanás?

– No soy yo quien debe decirlo. Tal vez este equivocado.

A Matt se le ocurrió, y tuvo que admitir que la sospecha llevaba algún tiempo madurando en su interior, que Kellicut podía estar loco. Miro de reojo a Susan, que parecía embelesada. ¿Es que no se daba cuenta?

Kellicut había vuelto a la ofuscación. Matt recordó la persecución a través de las cuevas, hacia solo unos días. De pronto revivió el momento en que Van le instaba con voz apremiante a que cerrara los ojos, cuando se ocultaban en la grieta. ¡Por supuesto! Van conocía sus poderes. Sabia que podían ver a través de los ojos de otro ser. Lo supo desde el principio. La súbita comprensión despertó su ira.

– Dime una cosa. ¿Sabias algo de esto antes de venir aquí?

– le preguntó.

– Ni una palabra.

Matt le creyó.

– ¿Y donde encajan los neandertales asesinos con quienes nos tropezamos?

– No lo se. Nunca los he visto, aunque naturalmente se que bajan al valle de vez en cuando, en breves incursiones.

Susan me contó vuestra experiencia. Lo siento por Sharafidin, fue una gran ayuda para mi. Y me he enterado de la muerte de vuestro amigo. Gran parte de lo que se debe a conjeturas. Estoy desarrollando una teoría, pero seria prematuro divulgarla.

Matt y Susan lo conocían demasiado bien para presionarlo. Kellicut no era la clase de personas que ceden cuando han tomado una decisión.

– Lo que me gustaría saber es por que son tan brutales -dijo Matt-. Mataron a Rudy sin dudarlo un momento.

– Yo diría que la respuesta es obvia -dijo Kellicut.

– ¿Cual es?

– Nos odian.

– ¿Por que?

– Porque los vencimos y casi los exterminamos por completo. Lo peor que puedes hacerle a un enemigo mortal es no matarlo del todo.

Aquella noche, Susan hizo una prueba. Justo antes de oscurecer se escabullo sola y avanzo bordeando el poblado silenciosamente, apartando las ramas bajas que se interponían en su camino. No se movía con tanta cautela porque tuviera miedo -ya se había adaptado al valle y era consciente de haberse quedado prendada de sus ritmos cadenciosos, especialmente al final del día-, sino porque no quería ser disuadida.

Oyó un rumor entre los matorrales, cerca de sus pies, producido por algún animal pequeño. Se interrumpió bruscamente, pero cuando ella paso, se alejo a la carrera. Susan se detuvo en una bifurcación, se oriento y tomo el sendero de la izquierda, donde la vegetación era mas frondosa. Se dirigía hacia un bosquecillo de abedules que flanqueaban un arroyó; sabia que Levítico frecuentaba aquel lugar.

Pensó fugazmente en el mundo exterior, el bullicio y la lucha constante que había caracterizado su vida. Aquello era antes la realidad. Esto era atemporal, incorpóreo. ¿Podían la mente y el cuerpo pasar de un mundo a otro sin mas ni mas? Una punzada de añoranza le hizo saber cuanto echaba de menos lo que había dejado atrás, mientras que, al mismo tiempo, a un nivel distinto, estaba dispuesta a mandarlo todo al diablo. ¿Es que ella carecía de punto intermedio?

Al doblar un recodo y llegar al arroyó vio a Levítico en la orilla opuesta, en cuclillas y con los brazos doblados en los costados como un gato, bebiendo grandes sorbos de agua. Unas ondas se propagaban en suaves círculos concéntricos a partir de su mentón. Su coronilla, poblada de tupido pelo negro, se veía notablemente arqueada, y desde debajo de sus pronunciadas cejas, la criatura la estaba mirando.

La cicatriz de su mejilla resplandecía. Susan se sentó en la orilla opuesta, a un metro de distancia.

Levítico alzo la cabeza y la miro directamente. Susan aguardo. En aquella posición, los músculos de sus hombros estaban flexionados y eran enormes. Es como una pantera, pensó ella, ágil y poderosa. Le miro la frente, que sobresalía visiblemente por encima de los demás rasgos. Era imposible no reparar en aquel hueso prominente, pálido y sólido, un enorme chichón donde la piel debería ser lisa. Combinado con el mentón en retroceso y el cráneo aplanado, la cara se proyectaba hacia el frente como una especie de reflejo distorsionado por una botella, como un feto detrás de cristal.

Se estremeció involuntariamente, como al despertar de golpe justo en el momento en que se quedaba dormida. ¿Hay alguna parte de nosotros que desprecia a otra especie porque es tan próxima, porque las variaciones menores destacan como deformaciones insoportables?, se preguntó. ¿Por eso nos asustan tanto las desviaciones entre nosotros? Sin embargo, los ojos eran perfectos, nítidos y humanos. Vio que tenían el iris de color avellana y el blanco estaba surcado por una telaraña de diminutas líneas del color de la sangre. Sintió el impulso de alargar la mano y tocarle la frente; ¿seria dura o cedería? Repulsión o atracción… se fundieron en una misma cosa.

En las oscuras aguas que se extendían por debajo de Levítico, Susan distinguió su reflejo humanoide. La visión desde abajo era la misma que cuando la había llevado a cuestas descendiendo por la montaña. Dejo de beber y le devolvió la mirada. Ella contuvo el aliento y de pronto empezó a sentir lo que había venido a buscar. Se inició en algún lugar de la periferia de su mente, como una sombra que cobro fuerza con una rapidez sorprendente y se espeso. Susan permaneció sentada sin moverse y dejo que la sensación la recorriera como una ola. Creció y se expandió hasta que una calidez capaz de fundir la cera inundo su cráneo y descendió por la parte superior de su espinazo. Estaba transfigurada. Su mente se elevaba; se remonto por encima de las copas de los árboles y voló hacia las nubes; después, como una pluma, descendió flotando lentamente hasta que se poso. Por un momento, sus ojos y los de Levítico se encontraron y ambos se abrazaron con la mirada; luego, el dio medía vuelta y se interno entre los matorrales, sin mirar de nuevo atrás.

Susan se quedó allí plantada durante mucho rato, como si hubiera echado raíces, saboreando la vuelta a la normalidad.

Estaba oscureciendo, advirtió de pronto. Se puso en pie lánguidamente, se desabrocho los botones de la blusa caqui, se quito los pantalones y las medías y se deslizo lentamente entre las aguas cada vez mas oscuras.

A Resnick no le gustaba bajar a la celda, tanto por el olor como por una sensación de ansiedad que, inexplicablemente, era cada vez mas aguda. A aquellas alturas, el olor era verdaderamente insoportable. Era difícil saber que lo causaba. Las heces resecas y la flatulencia debida a una dieta extraña fueron sus primeras suposiciones, las glándulas sudoríparas la segunda, un eccema la tercera. Lo probaron todo, incluso bañaron a la criatura con champú a chorro de manguera, cuando aun podía ponerse en pie, pero no había funcionado y finalmente se rindieron. Cuando el olor se filtro al piso de arriba, empezaron a quemar incienso. Los guardianes entraban en las celdas con mascarillas de gasa impregnadas en Vicks Vaporub.

Había otra razón por la que Resnick no quería acercarse a la criatura, aunque no la reconocía ante nadie; aquellas jaquecas no le parecían normales, pero era mejor guardarlo para si mismo. Podría tratarse incluso de su propia mente haciéndole jugarretas por algún problema sicosomático.

En su época de estudiante, décadas atrás, fue un aplicado auxiliar de laboratorio de Van Steed. Aquello fue cuando dominaba una amplia parcela del Departamento de Ciencias de la Conducta de la Universidad de Chicago. Incluso Harry Harlow, de la vecina Wisconsin, se vio obligado a prestar atención y fijarse en el brillante estudiante de postgrado y, en menor medida, en el auxiliar del estudiante. Antes de meterse en aquel extremado asunto de la sicolinguistica, Van era conductista. Era ingenioso y estaba al día en las ultimas investigaciones, siempre leyendo trabajos publicados en revistas de las que nadie había oído hablar. Resnick tuvo un recuerdo súbito como un relámpago: Van sentado en el pasillo del sótano explicando, con algo mas que un poco de condescendencia, la teoría mas reciente sobre los enlaces del ADN.