Van era un poco extraño ya entonces. En cierta ocasión, Resnick abrió la puerta del laboratorio y lo encontró sentado en una mesita blanca, embadurnando de sesos de rata unos portaobjetos. Las ratas, previamente operadas y sometidas a experimentos para comprobar su percepción, habían sido ‹‹sacrificadas››, como se expresaba en términos científicos. Sus cuerpos blancos inertes, con la cola rosa y la caja del cráneo hendida de arriba abajo, yacían en un montón sobre unas hojas de periódico, en el suelo, debajo de una piel de plátano. Van aun estaba masticando el plátano mientras rebanaba los sesos con la displicencia de un dependiente de charcutería cortando jamón serrano.
Van y Resnick dejaron las ratas y pasaron a los monos rhesus. Estas operaciones eran mas complicadas y requerían muchas horas. De pie en los diminutos quirófanos, donde incluso la mascarilla del anestesista era de la talla de una muñeca, Resnick jugaba a que eran médicos que realizaban una intervención de neurocirugía puntera en una victima de un accidente y tendía los instrumentos esterilizados con gran solemnidad. En realidad, las operaciones eran innovadoras -Van estaba adentrándose en nuevas regiones del cerebro, en su mayoría sin cartografiar-, pero no pretendían reparar el tejido cerebral, sino destruirlo. El método era tosco: Van provocaba lesiones con una aguja conectada a un tubo de nitrógeno liquido y suprimía la región septal. Una vez recuperado, el mono respondía automáticamente con un ataque de furia al menor estimulo, de modo que solo pasar caminando junto a una fila de animales enjaulados, cada uno con un borne de metal sobresaliendo de su cabeza, los hacia saltar y brincar como lunáticos. Cuando Van suprimió la amígdala, el mono se volvió placido y untaba las paredes de su jaula con sus heces como si fuera un niño pintando con los dedos. Cuando elimino secciones del hipotálamo, el misterioso suelo del tercer ventrículo que se supone que es el centro del funcionamiento interno, el mono se sentaba flemáticamente, vacío de todo afecto y personalidad. Una vez, Van inserto un electrodo en el centro de placer del mono y le conecto un aparato que le permitía autoestimularse. No dejo tranquilo al animal hasta que murió de agotamiento.
– Sesenta y una horas -anotó después, cuando comprobaba el cronometro-. No es una mala manera de dañarla.
Van le había reservado este trabajo a Resnick, y este le estaba agradecido. Pero no creía que Van tuviera derecho a presentarse a todas horas como hacia al principio, cuando la criatura fue capturada. Van se sentía frustrado ante la falta de resultados de los experimentos y era casi brutal en su manera de tratar a la criatura y conectarla al electroencefalograma y otras maquinas que detestaba. Resnick se alegraba de que Van llevara varios meses sin aparecer.
Cuando alargó el brazo para coger su tazón de café, Resnick captó de reojo un movimiento confuso en el monitor superior de la izquierda. Seguramente Grady o Allen andarían cerca de los barrotes. Era Allen; su bigote en forma de manillar de bicicleta se distinguía claramente por encima de la mascarilla a través del monitor en blanco y negro, a pesar de las interferencias de la estática. Allen usaba gafas oscuras -como las que Van solía llevar-, y aquello era un error, porque parecía trastornar a la criatura. Le habían puesto correas adicionales, tres mas, cada una de cinco centímetros de grosor. Ahora Grady apareció en el monitor y la criatura inicio aquel horripilante gimoteo. Unas llaves tintinearon al abrir la puerta de la celda. Resnick clavo la vista en el fondo de su tazón y decidió que necesitaba otra dosis, para lo cual abandono la habitación. En realidad no se suponía que pudiera hacerlo -las normas exigían observación permanente, las veinticuatro horas del día-, pero allí ya había dos guardianes. El tercero estaba activando el sistema de alimentación forzada y se reuniría con ellos en un minuto.
No era una visión agradable, tuvo que admitirlo, ni siquiera a través de un monitor.
Resnick se entretuvo en la cocina y se tomo su tiempo para preparar café, canturreando en voz alta. Cuando volvió a la sala de control, habían terminado con la alimentación.
¿Era su imaginación o había rastros de comida en la pared de la celda? Los guardianes estaban hablando.
– Ese mamón se me ha meado encima-dijo Grady.
Allen rompió a reír. Resnick vio que la puerta de la celda se cerraba de golpe y el débil gemido enmudeció tras el portazo. En la pantalla, un objeto acurrucado se mecía lentamente.
De pronto, como antes, Resnick noto un inmenso dolor de cabeza, que empezaba muy atrás, en los lóbulos temporales, y que avanzaba y se propagaba como la lava. Era mucho peor que cualquier migraña que hubiera experimentado hasta entonces. Cogió el frasco de tamaño gigante, saco cuatro aspirinas y las engullo con el café.
A veces se preguntaba que pretendía Van exactamente con sus visitas a la celda del sótano. Casi podía afirmar que era a partir de entonces cuando la criatura había empezado a mostrarse tan arisca.
Matt y Ojos Azules se enfrentaban dentro del foso, y cada uno se movía en círculos buscando alguna ventaja. Ojos Azules -llamado así en honor a Frank Sinatra porque le gustaba vocalizar-no luchaba bien, pero demostraba empeño.
De hecho, ninguno de los homínidos era buen luchador, a pesar de su fuerza superior. Era un deporte marcial y conceptos como dominación, victoria y derrota no tenían lugar en su universo mental. Si valoraban una dura caída al suelo, pero si la consideraban divertida o no era algo difícil de saber porque no reían, sino que por el contrario parecían excitarse mucho. Su humor, por así decirlo, era insondable para Matt y Susan. Nada basado en la mana, la astucia o el engaño -Juegos que implicaban la sustitución de un objeto por otro-provocaba respuesta alguna aparte de una inexpresiva incomprensión. Pero determinadas actividades les resultaban claramente divertidas. Los niños se perseguían mucho unos a otros, chillando con una voz aguda y estridente, aunque no acababan agarrándose. Susan intento enseñarles a jugar a pillar, pero resulto un fracaso porque la noción de ser ‹‹el pillado›› sobrepasaba su entendimiento.
Las líneas y los limites también eran ajenas a ellos. Matt propuso la teoría de que el concepto de un limite arbitrario del espacio tenia que estar ligado de algún modo con el egocentrismo. Si los propios poderes físicos expanden el mundo mas allá del horizonte y después lo encogen en un abrir y cerrar de ojos, ¿como es posible asimilar un limite? Pero pronto iba a descubrir que en un área critica-la muerte-la delimitación estaba netamente trazada.
Como cuestión practica, Matt se dio cuenta de que no tenia sentido intentar marcar las líneas de un cuadrilátero de lucha libre. Pero cerca del centro del poblado encontró una gran depresión en el terreno, a la que bautizo como ‹‹el foso››, que convenía a su objetivo de intentar enseñarles ese deporte. Los contendientes solían permanecer en el interior, aunque nada podía impedir que se dejaran caer al suelo en medio de un combate cada vez que se les antojaba.
Matt disfrutaba con el contacto físico. Recordaba el susto que se había llevado el día que toco la mano de Caralarga, pero no podía decir que la promesa de aquel apretón se hubiera cumplido. Aunque ya llevaban varios días viviendo en el valle, ni el ni Susan habían logrado ningún progreso en su intento de comunicarse con los homínidos.
Por su parte, ellos parecían haber perdido todo interés por Matt y Susan. Si bien no se sentían de ningún modo rechazados, los humanos se habían convertido hasta cierto punto en algo poco destacable, como si fueran invisibles.
– Eso no me molesta -bromeo Matt una noche con Susan-. Puedo soportar el rechazo, he vivido en Inglaterra.
Pero la sensación de soledad era cada vez mas opresiva.
Solo se tenían el uno al otro y, aunque en menor grado, a Kellicut, que a menudo estaba ausente en la caverna de la cascada, recibiendo lo que el llamaba ‹‹instrucción espiritual››. Cuando estaba con ellos, su presencia creaba problemas. Matt tenia la impresión de que Kellicut se comportaba como si estuviera perdiendo el juicio; mientras que Susan creía que había pasado mentalmente a un plano superior.