Además, Kellicut concentraba toda su energía y su estima en ella, y parecía cada vez mas hostil hacia Matt.
– Sigues considerándolo un ser superior, ¿verdad? -tuvo que decirle Matt a Susan en cierta ocasión.
– Naturalmente-fue lo único que respondió ella.
Ahora, mientras Matt y Ojos Azules se movían en círculos sobre el polvo, como las dos piernas de un compás, Matt empezó a dar saltitos y manotear, un preludio a las fintas y amagos que tan bien le habían funcionado antes. Ojos Azules dio un torpe paso lateral con los brazos abiertos y el aspecto de un pésimo bailarín. Matt se inclino rápidamente en dirección a la pierna izquierda de su adversario. Ojos Azules cedió al pánico y giro hacia la derecha, perdiendo el equilibrio, trastabillando y casi cayendo al suelo sin que Matt lo tocara siquiera. Después se enderezo y empezaron de nuevo a moverse en círculos.
Ojos Azules era joven. Al principio, a Matt le resultaba difícil calcular sus edades. Los huesos de la frente influían en la distribución de las arrugas y, a menos que hubiera signos claros de la edad, como el cabello blanco o los pechos colgantes, la mayoría de los hombres y mujeres se parecían mucho a partir del momento en que alcanzaban su estatura definitiva. Pero poco a poco fue capaz de detectar indicios.
La fuerza y la vivacidad en el paso eran algunos de ellos, y sobre la base de estos dos criterios, Ojos Azules debía de tener poco mas de veinte años. Matt observó los recios bíceps y el pechó abombado de su oponente y pensó que si esa criatura quisiera, podría matarlo de un puñetazo.
De pronto Ojos Azules agacho la cabeza y embistió, buscando la pierna derecha de Matt. Este giro sobre si mismo y cambio el peso de pierna bruscamente, y lo siguiente que supo fue que Ojos Azules se desvió como un rayo en mitad de su acción, que agarro su pierna izquierda y que le hizo caer de espaldas. Levantó a Matt con ambos brazos por encima de su cabeza, con la misma facilidad que si levantara una rama, y lo arrojo a unos tres metros de distancia. Matt aterrizo con un golpe seco. Estaba tan sorprendido que tardo un rato en darse cuenta de que había aterrizado justo sobre su contusión. Ojos Azules se sentó al borde del foso; su respiración ni siquiera era agitada. Susan, que los observaba desde lejos, se echó a reír con tantas ganas que tuvo que sentarse. Kellicut, que estaba sentado a cierta distancia, contemplaba absorto la escena.
Mas tarde, aquella noche, sentados cerca del fuego, Susan volvió a reír por lo bajo mientras recordaban el momento.
– Ojala hubieras podido ver la expresión de tu rostro -dijo ella. Y después añadió en tono serio-: Pero sabes lo que significa, ¿verdad? Eso demuestra que pueden aprender.
– No. -La voz de Kellicut surgió de la oscuridad; se habían olvidado de su presencia-. Somos nosotros quienes debemos aprender.
Kellicut estaba sumido en un estado febril, provocado por un descubrimiento que había realizado aquella tarde, pero que guardaba para si. Una fracción de segundo antes de que Ojos Azules atacara, una visión de las piernas de Matt se había materializado de la nada en la mente de Kellicut, tan clara como la imagen de una postal del monte Rushmore en el visor de diapositivas que tanto le fascinaba cuando era niño.
Dos días después, una calida tarde, Susan y Matt hicieron el amor.
Aquella mañana había llovido y sus ropas estaban empapadas. Decidieron quitárselas cuando la lluvia ceso y las extendieron sobre un peñasco para que se secaran al sol. Matt, que se desnudo primero, se volvió de espaldas. Mientras Susan se quitaba los pantalones, miro las pequeñas ondas de músculos que se dibujaban al final de la espalda de Matt y los hoyuelos netamente esculpidos de sus nalgas.
– No se tu -dijo-, pero yo empiezo a sentirme un poco tonta, siempre vestida cuando todos los que nos rodean van desnudos.
– No diré que no he pensado lo mismo.
– Es casi antisocial. Como ir vestido a una conferencia de nudistas.
– Apuesto a que todos hablan de nosotros… o piensan en nosotros.
Al volverse pudo ver el oscuro montículo de vello pubico de Susan a través de sus medías mojadas.
– Pues por lo que a mi respecta estoy dispuesta a arriesgarme, al menos por esta tarde -dijo Susan.
Deliberadamente, no bajo la vista ni miro su pene mientras se quitaba las medías. Cuando Matt la observó, ella noto una involuntaria tensión en su bajo vientre.
– He de admitir que estas como un tren -dijo Matt sinceramente admirado.
Susan sonrió con orgullo. Desnudarse con gracia siempre había sido su especialidad.
Caminaron hasta llegar a un prado. Susan reprimió su ironía ante la imagen que componían, como un antiguo grabado bíblico: Adán y Eva paseando por el exuberante jardín antes de la caída. Al llegar al centro del prado, se sentaron; ahora la hierba amarillenta los rodeaba por todos lados formando un nido seguro. Susan se tumbo, y Matt se volvió y se tendió a su lado con las maños detrás de la cabeza. Ella se incorporo apoyándose sobre un codo y recorrió con sus dedos el pechó de Matt y después su estomago. Notaba la humedad entre sus piernas, un calido cosquilleo, y entonces bajo la vista y vio crecer la erección de Matt. Le sonrió y se coloco sobre el. Separo las piernas y le beso intensamente.
Mas tarde, aquella noche, de nuevo en el emparrado, volvieron a hacer el amor. Después Susan permaneció tendida entre los brazos de Matt y el siguió el contorno de su barbilla con el índice.
– ¿En que piensas? -preguntó ella.
– Tienes una mandíbula adorable. Resultarías un fósil excelente.
– Estuvieron callados un buen rato.
– ¿Sabes, Matt? Nunca lo he dicho y jure que jamás te lo diría si volvíamos a vernos, ¿para que iba a darte esa satisfacción?, pero tarde bastante tiempo en recuperarme después de separarnos.
Matt asintió lentamente.
– No se por que te lo cuento. Supongo que creo que deberías saberlo por alguna razón. Cuando rompimos fui a Polonia por un tiempo, eso fue en I98I, en la época de Solidarnosk, y conocí a todas aquellas personas que intentaban recuperar su pasado. Lo llamaban los espacios en blanco de la historia›› y tenían que rellenarlos antes de poder seguir adelante. El alzamiento de Varsovia, la masacre de Katyn, los juicios de las purgas, el fusilamiento de obreros… todo eso tenia que salir. Era una obsesión.
Esta tarde, después de hacer el amor, pensé, no, sentí que yo… yo soy así. En mi vida hay espacios en blanco y tengo que hablarte de ellos para poder seguir adelante, para que podamos seguir adelante, y tu tienes que hablarme de ti y de Anne.
Anne. ¿Por que tuvo que liarse con ella? ¿Que motivos tenia? Matt se había hecho aquella pregunta una y otra vez, reviviendo el momento que había pasado con Anne frente a la casa de la playa que habían alquilado entre todos el verano que se comprometió con Susan. Había salido de la casa con dos gin-tónico. El y Anne estaban solos aquella calida noche, sentados codo con codo en una manta desplegada sobre la arena. Cuando Matt se inclino para besarla, ella se volvió por un instante y después, casi tristemente, suspirando, volvió el rostro y el supo de pronto que la había conseguido; de hecho, ya hacia tiempo que era suya.
Pero ¿que le impulso a hacerlo? A veces se había extendido en la pregunta, pero nunca había intentado profundizar; estaba demasiado asustado de lo que podría descubrir sobre si mismo.
– Me estas preguntando por que lo hice -dijo Matt al fin-. Sinceramente, no lo se. Aunque he pensado en ello mas veces de las que recuerdo. Se que después me sentí como un actor vanidoso.
Permanecieron en silencio un largo rato.
– Matt, hay algo que nunca te he contado.
Matt contuvo el aliento. Susan prosiguió.