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– No se como empezar, de modo que lo diré llanamente.

Todo aquel tiempo, o casi todo, yo también estaba con otra persona. Un tipo con el que me había liado el verano anterior, mientras tu estabas ausente. Era importante para mi y no podía dejarlo. Lo intente cuando tu y yo hablábamos de casarnos, pero no pude.

Hizo una pausa y después dijo:

– Ya esta, no era tan difícil. -Una vez en marcha ya no podía parar-. Así que mientras tu disimulabas que estuviste con Anne, yo me veía con el. Y cada vez que organizábamos aquellas escenas hablando de que eras patológicamente infiel y todas esas bobadas, no podía soportar la idea de contártelo. Me decía que no quería hacerte daño. Pero era mas que eso; fui una cobarde. Habría perdido mi… mi derecho a enfadarme. Pero después de romper comprendí que yo también había obrado mal y tu nunca lo sabrías, y eso hizo que el dolor fuera mucho peor. Me he arrepentido tantas veces, desde entonces, y todavía sigo lamentándolo por ti ahora.

Lo abrazo con mas fuerza.

– Matt, ocurra lo que ocurra, necesitamos poder confiar el otro.

Matt no sabia que decir. La abrazo suavemente durante un buen rato. Con aquella avalancha de emociones, ni siquiera estaba seguro de sus sentimientos. Quería preguntarle quien era el hombre, pero de pronto comprendió que no era necesario: ya lo sabia. Solo podía haber sido una persona: Kellicut.

Eagleton jugueteo con el hacha de piedra, un trozo de roca de color salmón claro en forma de medía luna. Había sido esculpida hacia 1,2 millones de años; alguna mano desconocida, casi humana, había redondeado el canto con una serie de muescas en rosario, todas perfectas como huellas digitales. Era una obra de arte. La había obtenido en préstamo a través de un fideicomisario del Instituto Smithsoniano, que no puso demasiados reparos a su vaga explicación de para que la necesitaba. En verdad la quería como varita mágica.

Como cualquier buen detective, Eagleton sabia que al resolver un misterio no es posible retroceder demasiado.

Estaba esperando a Dan Wilkinson, el neurólogo del Departamento de Inteligencia para la Defensa especializado en fenómenos parasicológicos. En I985, Wilkinson había efectuado una serie de experimentos sobre la visión remota que eran famosos dentro del estrechamente controlado circulo de iniciados en tales asuntos. En la sala de conferencias forrada de plomo del tercer piso del viejo edificio ejecutivo de Washington instalo a un vidente como observador ante un equipo de científicos. Entre otros experimentos, proporciono al hombre coordenadas especificas de longitud y latitud y le pidió que dibujara lo que veía en ese punto. Sobre el cuaderno de dibujo tomo forma progresivamente una mansión con columnas, casi idéntica a la de una fotografía en blanco y negro que estaba encerrada bajo llave en un maletín de cuero. Era la dacha de Mijail Gorbachov.

El escepticismo pervivió durante la década siguiente, aunque el IID mantuvo tres videntes con VR en nomina. Entraban en trance en salas a oscuras de Fort Meade, en Maryland, intentando localizar rehenes norteamericanos en el Líbano, rastrear a Sadam Hussein y descubrir submarinos soviéticos. En I 994, el congreso entrego el programa a la CIA, que recomendó cortar los fondos, y en noviembre de I995, un articulo publicado en The Washington Post lo saco a la luz. Ahora Wilkinson estaba en el paro.

Eagleton dejo esperar a Wilkinson frente a su despacho.

Desconfiaba de el, y no solo porque aquel hombre hubiera ascendido en el escalafón de un servicio de inteligencia altamente competitivo. Como Eagleton, era un constructor de imperios burocráticos y tenían el mismo objetivo: presidir el directorio de Ciencia y Tecnología de la CIA. Un rival era una cosa, pero un adversario inteligente era algo muy distinto. Sin embargo, Eagleton necesitaba sus conocimientos neurológicos y su laboratorio, por lo que le había metido en el ajo… al menos hasta cierto punto.

Pulso el botón y ordeno a la recepcionista que lo hiciera entrar. Wilkinson llevaba lo que parecían ser dos cajas de sombreros, las deposito sobre el escritorio de Eagleton e hizo un gesto señalando el interruptor del desinfectante.

– Yo no pondría en marcha el insecticida, Eagleton. No hay manera de saber que efecto tendría sobre esto.

Eagleton empezaba a arrepentirse de haberle enviado a Wilkinson el cráneo del hombre de Neandertal y haberle permitido leer algunos de los informes de la operación Aquiles. Gracias a Dios, su ubicación seguía siendo un secreto.

– El molde interno, supongo-dijo Eagleton-. ¿Como ha salido?

– Molde endocraneal, si no le importa -puntualizo Wilkinson-. Júzguelo por usted mismo -añadió levantando la tapa de una de las cajas a gran altura.

Ante Eagleton había un modelo perfecto de cerebro, como una reproducción de plástico, pero hecha de silicona.

Parecía un cerebro humano, pero una inspección atenta mostraba las diferencias; era alargado y mayor por detrás, en los lóbulos occipitales, mientras que los lóbulos frontales parecían mas pequeños.

– Increíble, ¿verdad? -Dijo Wilkinson-. Nunca habíamos construido una replica ideal como esta. Las estrías a lo largo de la superficie interna estaban muy marcadas, por lo que obtuvimos una buena reproducción. Se ven fácilmente las regiones neuronales especificas.

– Ya lo veo -dijo Eagleton con irritación-. Pero ¿que nos indica eso?

– Para empezar, es enorme. Un volumen de algo mas de mil seiscientos cincuenta mililitros. Los cerebros modernos alcanzan como medía de mil doscientos a mil quinientos.

Existe dominación cerebral; en otras palabras, era diestro.

Por cierto, es macho, ¿verdad?

– No tengo ni idea.

Wilkinson cogió un lápiz y lo apoyó en el cerebro.

– Observe el tamaño de los lóbulos occipitales. Cabria esperar esto por el abultamiento del hueso occipital, a veces llamado mono. -Abrió la otra caja; contenía el cráneo que le había mandado Kellicut-. ¿Ve este reborde, cerca del hueso occipital? Es la apófisis yugo maxilar, que sirve para anclar los músculos que se prolongan hasta la mandíbula inferior.

Esto es lo que le proporciona su potente mordisco, similar al de una prensa de tornillo. Creemos que usaba los dientes casi como una tercera mano. Está desgastada por las marcas de corte de los incisivos, que son extraordinariamente largos.

– Te estas saltando la parte mas importante, ¿verdad?

– Ahora iba a contársela -replico Wilkinson con impaciencia. Dio unos golpecitos con el lápiz a ambos lados del cerebro-. De acuerdo, aquí esta. Eche una ojeada a estas regiones. El área de Broca, el área de Wernicke y el giro angular. ¿Ve algo extraño?

Eagleton aguardo en silencio.

– Son los centros del habla… en los seres humanos. Pero aquí son virtualmente inexistentes.

El lápiz recorrió la superficie del cerebro.

– Ahora fíjese en el cortex. En los seres humanos, una buena parte, mas de la mitad, recibe impulsos visuales. Este es exagerado, casi el noventa por ciento. Esta es el área de visión remota.

– ¿Como funciona?

– No lo sabremos hasta que consigamos un cerebro de verdad. Pero yo me atrevería a decir que esta criatura es capaz de penetrar de algún modo en el campo receptor de otro ser. Puede interpretar los impulsos neuronales, tanto a nivel micro celular como macro celular. Creo que la única manera de hacerlo seria ir directamente a la fuente principal del cortex, el propio tálamo.

El tálamo, pensó Eagleton. Del termino griego que significa antesala o cámara nupcial, el centro mas intimo, una minúscula pelota empotrada justo encima del bulbo raquídeo.

– Si estoy en lo cierto, naturalmente hay repercusiones.

– ¿Como cuales?

– Por ejemplo, la facultad puede implicar algo mas que la visión. En la operación Aquiles la hemos visto actuar aproximadamente a través de especies distintas. Pero podría ser mas eficaz en el seno de una misma especie. A algún nivel puede estar aun mas próximo a la telepatía, a la verdadera transmisión de pensamiento. Como los seres humanos formulamos gran parte de nuestros pensamientos a través del lenguaje, no cabria esperar que un neandertal lo captara.