A Matt y a Susan también les preocupaba su aniquilación, pero temían a los renegados que habían matado a Sharafidin, a Rudy y a Van. El tiempo apremiaba; ¿como iban a poder prevenir un ataque de los depredadores de la montaña, que, enterados de la presencia de humanos en el valle, no tardarían en aparecer? Van había muerto a causa del desprendimiento, y quizá pensaron que ellos también habían perecido. Pero ¿que ocurriría si cavaban y no hallaban sus cuerpos? Tenían que recoger la máxima información lo mas rápido posible y salir de allí antes de que fuera demasiado tarde.
Pero el trabajo de investigación no era nada fácil. La ausencia de lenguaje empezaba a ser un problema; incluso las expresiones faciales eran difíciles de interpretar. Intentaron comunicarse por signos rudimentarios, pero no dio resultado. A pesar de que los homínidos emitían sonidos, estos no eran palabras; constituían respuestas básicas pero no tenían ningún significado por si mismos. Kellicut, que parecía saber mas cosas de las que aparentaba, no mostraba ningún deseo de ayudarles y menospreciaba la necesidad de un lenguaje hablado. En aquel reino misterioso, del cual ellos estaban excluidos, existía la comunicación real, como Matt y Susan sabían muy bien.
Con todo, pudieron reunir abundantes datos. Matt grababa todas las noches sus observaciones en el magnetófono.
Susan, que había perdido su cámara de fotografiar cuando se produjo el desprendimiento, tomaba notas sin parar e iba llenando libretas. Tenia, además, un cuaderno de dibujo en el que había ido trazando numerosos esbozos de escenas de la vida cotidiana de los neandertales. Trabajaban febrilmente, como en una carrera contrarreloj. Recogían objetos con la intención de llevárselos; la mayoría de ellos eran piedras talladas y otros utensilios, cuencos rudimentarios y vasijas.
Elaboraron una lista de las actividades y de los aspectos que debían investigar antes de marcharse: las practicas religiosas, la estructura social, los ritos funerarios, los roles de cada sexo. A veces tenían la impresión de que los interrogantes eran, y con mucho, mas numerosos que las respuestas. A Susan le frustraba sobre todo ver que sus intentos de estudiar a las mujeres no habían dado ningún fruto. Se apiñaban en grupos pero, en cuanto ella se acercaba, se dispersaban.
Había visto a una de ellas recoger hojas y entrar en una choza en la que había echado boca arriba un niño, pero no dejo que Susan la observara.
Resolvieron irse lo antes posible con el material que hubieran conseguido recabar. Mas tarde decidirían si convenía regresar o no. Si querían evitar a los renegados, debían encontrar el barranco por el que Kellicut había llegado al valle. Y tendrían que apañárselas para bajar la montaña solos.
Kellicut seguía comportándose de forma extraña, con frialdad. A veces parecía que los considerase meros emisarios del universo que había mas allá del valle. Hablaba en términos enigmáticos del instituto y cuando le preguntaban que perseguía o por que les había pedido que acudieran, se negaba a contestar.
Matt había estado durante varios días atosigando a Kellicut sin éxito para que le dijera por donde se iba al barranco, pero una mañana, sin que Matt ni Susan se explicaran por que, cambio de actitud. En cuclillas, como un santo hindú, dibujo un mapa rudimentario en el suelo. El valle era mas o menos circular. Trazo unas líneas, que representaban los ríos, y unos picos para señalar los puntos principales; con una x marco el lugar en que se hallaban. El barranco estaba en el extremo opuesto. Dibujo una elipse a lo largo de la ruta y la marco con líneas entrecruzadas.
– Esto es el camposanto. Yo de vosotros no iría.
– ¿Por que? -preguntó Matt.
Kellicut le dirigió una mirada severa y comento que el respeto a los muertos era importante en todas las culturas.
El solo había estado allí un par de veces: en su primera incursión por el valle, cuando recogió el cráneo que le dio a Sharafidin-cosa que ahora lamentaba haber hecho-, y el día que volvió a quedarse allí para siempre. Ningún homínido se aventuraba a internarse en aquel lugar, a excepción de aquellos que cuidaban las tumbas; a estos se les reconocía porque llevaban el rostro y la parte superior del torso pintados de blanco; se les consideraba unos parias y se pasaban la vida en aquella zona prohibida.
– La muerte es un acontecimiento trascendental, el principio mas temible alrededor del cual organizan su vida -explico Kellicut-. Su significado no se puede comprender con palabras, sino mediante símbolos.
Dibujar el mapa le hizo abandonar su actitud reservada; sentado a la sombra de un árbol, con las piernas cruzadas, su tono volvió a ser el mismo de los viejos tiempos: el del tutor autoritario.
– Cuando es la comunidad la que marca el carácter distintivo de un grupo, en el que, por tanto, no se dan ni la individualidad ni la personalidad tal como nosotros las concebimos, solamente puede existir la tribu, que anula todo lo demás. Y la muerte es contemplada como la única amenaza porque mengua la tribu y, por tanto, afecta a todos los que la componen; esta es la razón por la cual nace el culto a la muerte. Así se forma una casta especial, la de los intocables, que se encargan de cuidar a los muertos en un territorio en el que nadie pone los pies. A los fallecidos les extraen los ojos.
– ¡Los ojos! -exclamo Susan sin aliento.
– Si, aunque no se muy bien por que-comento Kellicut.
– ¿Pero por que crees que lo hacen? -preguntó Matt.
– No creo nada. Solo lo intuyo. Si queréis entender que es la vida para ellos, debéis trasladaros a un plano existencial totalmente distinto. Es imprescindible ver las cosas desde otra dimensión. Imaginad que estáis en el centro del mundo -de vuestro mundo-, cuya periferia esta constituida por los otros. El horizonte de uno linda con el de los demás. Es como el sistema solar. Uno es a la vez el sol y los planetas.
Uno ve gracias a los demás pero también ve por si mismo.
En realidad no comprendo como llega a ocurrir esto, os engañaría si dijera lo contrario. No se como reúnen toda esta información, ni como la procesan, y todavía menos como la expresan de forma inteligible. Pero es innegable que hacen todo lo que os he dicho. El día que un miembro de la tribu muere, un planeta se desintegra; es algo que se puede sentir personalmente, no solo por empatia sino porque una parte de uno mismo muere. Es como perder un apéndice. Es insoportable y por tanto uno se defiende. Intenta retener los órganos que constituyen la conciencia tribal, el tejido de la existencia comunitaria. Y entonces extraen los ojos.
– ¿Y que hacen con ellos? -preguntó Susan.
– Se los dan al chaman.
Susan sabia a quien se refería: un homínido anciano que llevaba un collar hecho de caparazones de caracol atado al cuello. Le inspiraba mucho miedo.
– ¿Y que hace el con los ojos?
– Ah, nos llevaría mucho tiempo hablar de ello -dijo Kellicut, que se quedó otra vez callado, como una puerta que fuera entornándose lentamente hasta cerrarse del todo.