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– Pero deberíamos sentir alguna atracción, o algo por el estilo. ¿La sientes tu?

– ¿Y tu? -preguntó el.

– Yo te lo he preguntado antes.

– ¿Que debo decir, que yo te lo he preguntado después?

– Bueno, no es nada sencillo contestar. Si digo que si, podrías deducir que tienes razón tu.

– Susan, di la verdad; di lo que sientes.

– Que difícil. Según como se mire, no, ni mucho menos.

Incluso la idea de que podamos sentir atracción me repele.

Pero en otras ocasiones… si, puedo imaginar que nos sintamos atraídos.

– Si puedes imaginarlo, entonces es que es posible: nada se opone a la reproducción y, efectivamente, tanto nosotros como los neandertales pertenecemos a la misma especie.

Esto es tanto como aceptar un concepto biológico de la especie.

– ¿Te refieres a que si dos poblaciones distintas se entrecruzan es que son de la misma especie?

– Exacto. Y si no, si ninguno de los dos podemos imaginárnoslo, entonces James Shreeve esta en lo cierto cuando afirma que el rostro del hombre de Neandertal, y especialmente los ojos, indican que sexualmente no pueden relacionarse con nosotros. Y que, por tanto, pertenecemos a especies distintas.

– ¡Eso se llama un buen trabajo de investigación!

Advirtieron que los homínidos no sentían ningún pudor del sexo. Los varones y las hembras copulaban llevados por impulsos momentáneos. Y observaron también que el concepto de monogamia no existía; algunos de ellos formaban parejas estables, e iban juntos a todas partes, pero otros no. La mayoría de las veces, aunque no siempre, eran los varones quienes iniciaban las relaciones sexuales.

Una noche salieron del poblado decenas de adultos y se internaron en el bosque. Matt y Susan fueron con ellos. Detectaron en el ambiente una cierta excitación, andaban rápido y era palpable el exceso de energía. La luna, enorme y baja, parecía un disco gigante de color magnolia que emitía tanta luz pálida que, al caminar ellos, se proyectaban sombras en el suelo.

Al cabo de quince minutos llegaron a una formación rocosa inmensa que ni Susan ni Matt habían visto con anterioridad. En un extremo había un agujero triangular muy grande por el que se metieron todos. En cuanto estuvieron dentro, les sorprendió el calor que hacia y el humo que había. Se hallaban en una caverna enorme de techó bajo. Cuatro homínidos empapados de sudor mantenían un fuego encendido. Las llamas subían muy arriba y desaparecían por una chimenea negra que tenia una salida al exterior. En las paredes de roca se reflejaban destellos rojizos; el calor era tan sofocante que Susan creyó que se iba a desmayar.

Se sentaron uno al lado del otro. A pesar del humo veían de forma confusa a los que estaban sentados alrededor del fuego. Susan advirtió que Kellicut, al que no había visto hasta aquel momento, estaba ahí, con Levítico y otros. Los encargados de conservar el fuego pusieron mas leña; al momento las llamas perdieron fuerza para arder luego con mas vigor. De la parte trasera de la cueva llegaba un sonido sincopado y sordo; de la sombra surgieron cuatro homínidos, dos varones y dos hembras, golpeando unos tubos que parecían de bambú. El ruido de los golpes rítmicos reverberaba en las paredes y llenaba la cueva. A Susan le llego muy adentro. Vio que los encargados de conservar el fuego echaban unas hierbas verdes y largas sobre las llamas y la cueva se quedó llena de un humo acre aunque no desagradable.

Susan y Matt estaban empapados de sudor y tuvieron que quitarse las ropas. En aquel momento el ruido rítmico de los golpes se intensifico. Una mujer, que estaba sentada en una zona del centro cubierta de tierra, se levantó y empezó a bailar, dando vueltas frenéticamente. El ruido iba cobrando intensidad; el grupo empezó a darse palmadas en los muslos al unísono. La bailarina daba vueltas y mas vueltas; de pronto se detuvo ante un varón y tiró de el hasta ponerlo en pie.

A la luz vacilante de las llamas Susan vio que tenia el pene erecto, como un palo corto y grueso. La bailarina lo arrastro hasta la entrada y salieron al exterior. Siguieron dándose palmadas en los muslos y tocando los instrumentos, cada vez mas fuerte. Los encargados de conservar el fuego echaron mas hierba sobre las llamas. Al inhalar hondo, Susan se percato de que le ardían los pulmones y de que el pulso le latía con fuerza. Se sentía ligera, mareada por el narcótico, y los ojos le lloraban a causa del humo.

Se levantó otra bailarina, escogió a un compañero y salieron. Y luego otra mas. Kellicut miraba fijamente a Susan a través del humo. De pronto se puso en pie y todos los ojos se volvieron hacia ella. El ruido rítmico que hacían al entrechocar los tubos y al darse palmadas en los muslos siguió y siguió hasta hacerle perder el dominio. Se puso a dar vueltas alocadamente, arrebatada por el ruido, que se había convertido en una especie de música intrincada y misteriosa.

Empapada de sudor, sintió que el calor la envolvía como una manta que el estruendo rasgaba con una mano helada y extraña. Noto que se humedecía y que tenia los pezones erectos. Aunque vagamente, y a pesar del ambiente cargado, pudo ver a Kellicut, que se levantaba y se le acercaba. Junto a el distinguió a Matt, que también iba a su encuentro con una expresión de desenfreno en el rostro. Cuando estuvo frente a ella, Susan dejo de dar vueltas y los dos salieron al exterior, donde reinaba la noche.

Les envolvió el silencio y, sin embargo, en sus cabezas seguía resonando el ruido y la excitación que llenaba la cueva.

Hicieron el amor frenéticamente. Después los cuerpos se separaron y permanecieron así un buen rato; estaban demasiado transportados para tocarse.

– ¡Dios mío! -exclamo Matt al fin.

Siguió un silencio que se prolongo unos minutos. Matt volvió a tomar la palabra.

– Me alegra que me hayas escogido; no estaba muy seguro de que fueras a hacerlo.

– No sabia lo que hacia. Ni siquiera pensaba.

– ¿Susan?

– ¿Si?

– Dime una cosa… ¿Deseabas escogerle a el?

– No lo hice, ¿verdad?

– ¿Hubieras escogido a uno de ellos? ¿Hubieras estado dispuesta a hacer el amor con uno de ellos?

Susan se inclino sobre el y lo abrazo.

– Matt, que tontarrón eres. ¿No te das cuenta de que hemos hecho?

Matt trabo amistad con un homínido joven al que llamaban Lanzarote. Despertó su curiosidad porque Lanzarote, que tenia las piernas mas largas y era mas esbelto que la mayoría de ellos, era también mas inteligente que los demás y estaba abierto a lo nuevo. Cuando Matt le miraba sus ojos oscuros, estaba convencido de que escondían una vivacidad inigualable.

Lanzarote mostraba interés por todo y disfrutaba examinando los objetos de Matt y Susan. Cogía uno, por ejemplo una navaja, y lo levantaba contemplándolo desde todos los ángulos. Cuando se iban de excursión y Matt se perdía, Lanzarote siempre lograba encontrar el camino de regreso.

Si tenían que escalar una pared rocosa, antes la miraban fijamente con sus ojos penetrantes, trazando una ruta de salientes en los que apoyar los pies.

Una vez que estaban caminando por un sendero, Lanzarote arrastro a Matt hasta un árbol y prácticamente le empujo a que subiera. Inmediatamente después subió el. En cuanto estuvieron encaramados, paso por allí un enorme jabalí mostrando los colmillos. Matt no sabia si Lanzarote lo había oído acercarse o si había notado su presencia gracias a una facultad especial. Otro día, por la tarde, Matt se quedó dormido y al despertarse vio que Lanzarote le estaba acariciando su frente lisa con cara de desconcierto.

Durante las caminatas Lanzarote a veces se alejaba, casi siempre en la misma dirección. Cuando esto ocurría Matt seguía solo, pero de vez en cuando sentía un leve malestar detrás de los ojos y una considerable pesadez en el lóbulo frontal; entonces sabia que Lanzarote le estaba leyendo.

El hecho de que la comunicación fuera en gran medida unidireccional era muy frustrante. Tras semanas de experimentación y aprendizaje intensos, Matt se dio cuenta de que se hallaba en un punto muerto. Por extraño que pareciese, había caído en una rutina. Lo que Dostoievski había escrito era cierto: el hombre, la bestia, se acostumbra a todo. Matt estaba viviendo el sueno de un paleontólogo; aquello era un laboratorio prehistórico real y, sin embargo, no podía decir, si tenia que ser honrado, que hubiera comprendido el misterio de lo que estaba presenciando: ¿como eran en realidad aquellos seres? No lo sabia. A pesar de todo, se había adaptado a un mundo que dos meses antes no podía imaginar siquiera; tanto era así que su vida diaria no le sorprendía ya, como si fuera algo normal.