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Un grupo de homínidos estaban empujándose, dándose empellones y levantando tierra al golpear el suelo con los pies. Los niños habían hecho un corro y los miraban muy serios. Debe de ser una lucha, pensó Matt, quien pronto advirtió, asustado, lo adaptado que estaba a la vida tranquila y somnolienta del poblado. El pensar que podía haber, como ahora, un altercado lo sobresalto. Entonces vio a Caralarga, cuya cabeza sobresalía de las demás, y, cuando el homínido se volvió para mirarlo, vio que tenia el rostro contraído por la angustia.

– ¿Que sucede? -preguntó Susan, a quien la escena, igual que a Matt, había conmocionado.

– No tengo ni idea, pero será mejor que lo averigüemos.

Susan dio un paso hacia delante y la multitud se aparto para dejarles pasar; en aquel momento vio una litera hecha de ramas y de hojas sobre la cual estaba tendido un homínido que no había visto nunca; era un joven de pelo oscuro.

Cuando el grupo dejo la litera en el suelo, el cuerpo se tambaleo y luego se quedó quieto, inerte.

El joven estaba gravemente herido. Tenia un corte profundo a un lado de la frente que dejaba ver el hueso prominente del arco superciliar, de un blanco intenso; parecía una protuberancia hinchada que le hubiese rasgado la piel. Por la cara le resbalaba sangre oscura que le llegaba hasta la nuca y le manchaba el pelo. Parecía que estuviera a punto de perder el conocimiento. Tenia la rodilla derecha magullada y le sangraba; el brazo izquierdo le colgaba y tenia la parte interna a la vista. Su cuerpo estaba adornado de una forma que ni Matt ni Susan habían visto con anterioridad; parecía que estuviera pintado como para ir a la guerra. En la frente se veían líneas de color ocre rojizo y de carbón negro que formaban una uve que arrancaba de la nariz; el pechó, muy robusto, estaba pintado de forma similar; las líneas partían del esternón. Al respirar se le notaban las costillas.

Caralarga no paraba de tocarle. Afligido hasta lo indecible, le cogió el brazo, en una postura que recordaba una Piedad, y emitió extraños sonidos; echaba la cabeza hacia atrás y estiraba las cuerdas vocales gritando de dolor. A Susan le impresionó su actitud y su manera de mecer el cuerpo del herido para consolarlo, y de mantener a los demás apartados, como si quisiera protegerlo.

– Matt-dijo Susan-. Es su hijo.

– Si, en efecto -respondió la voz de Kellicut a sus espaldas-. Y si no hacemos algo, el también morirá.

– ¿Pero que podemos hacer?

– Seguramente no mucho, pero siempre podremos hacer mas que ellos. La medicina no es un arte que este aquí muy desarrollado.

Al oír a Kellicut, Caralarga dejo el brazo del chico y se fue corriendo hacia el; le paso una mano por la nuca y le arrastro hasta la litera; la muchedumbre se aparto para dejarles pasar. Caralarga le hizo arrodillarse junto al cuerpo de su hijo.

Kellicut, Con el rostro de color ceniza, le toco una sien. El joven abrió los ojos un momento, miro a su padre y gimió; después ladeo la cabeza. Kellicut le paso la mano por las costillas y le tomo el pulso. De repente Caralarga emitió un gemido tan intenso como el que había dejado escapar su hijo.

– ¡Dios mió! -Exclamó Matt-. Esta leyendo a su hijo. Esta haciendo suyo su dolor. Lo siente, literalmente.

– Exacto -dijo Kellicut volviendo la cabeza-. Y debe de ser agudísimo. No tenemos ni la mas remota idea de lo que sienten. El problema es que no creo que eso le sirva a su hijo para sufrir menos; no mitiga su dolor. Es simplemente una forma de experimentarlo simultáneamente, una empatia puramente altruista.

Kellicut se estaba metamorfoseando en un medico.

– Primero debemos lavarle la sangre. No veo nada de nada. No se con que nos podemos encontrar. -Se volvió bruscamente-. Matt -ordeno-, trae enseguida tu botiquín.

Vamos a llevarle a la choza grande que hay junto al río. Susan, reúne toda la ropa que puedas y ven. Tenemos que cubrirle. Tiene una conmoción. -Volvía a ser el Kellicut de siempre, ordenando, haciéndose cargo de la situación mucho antes de que los demás hubiesen comprendido siquiera que ocurría-. Venga, vamos.

Levantó la litera y cinco varones se apresuraron a ayudarle. Con el movimiento el joven se tambaleo y lanzo un terrible gemido de dolor; Caralarga hizo lo mismo. La extraña procesión atravesó el poblado con un objetivo muy claro ahora; parecían una bestia enorme dando patadas en el suelo, levantando tierra con sus diez pies. Kellicut la encabezaba y la guiaba.

Cuando llegaron al río, mando que dejaran la litera bajo unos álamos, cerca de los cuales se hallaba una choza hecha en un sitio en el que las ramas de dos árboles se entremezclaban. No tenia paredes laterales y corría en ella una suave brisa. Allí monto Kellicut la base de operaciones. Mando I Matt al río tres veces con la cantimplora; le vertió el agua sobre las heridas y las limpio con suavidad con una de las blusas de Susan hasta que pudo ver la carne al rojo vivo. En los labios de las heridas de la frente se había incrustado tierra.

– ¿Que crees que le ocurrió? -preguntó Susan.

– Es difícil decirlo, pero esta herida la causo un golpe -respondió Kellicut sin dejar de limpiar el arco superciliar-. Mirad la hinchazón que tiene a un lado. Y aquí el hueso esta fracturado, ¿lo veis? -Levantó un poquito la piel de la sobreceja-. Esto es el torus frontalis. Imaginaos, este hueso no lo han visto jamás en ninguna facultad de medicina del mundo. -Cubrió al joven con los trozos de ropa que había traído Susan, un montón de prendas patéticamente reducido que incluía un par de pantalones-. Tendremos que utilizarlos de manta. -Se volvió para mirar al paciente-. Yo no soy medico, pero juraría que esta herida no se la ha hecho en una caída. Y no es nada probable que se haya magullado la pierna de este modo en un accidente. No -dijo mientras ponía ropas debajo del cuerpo del joven, que empezaba a tiritar-. Parece que se la hayan hecho con una porra. Yo diría que intervino en una pelea.

– ¿Con quien?

– Con los mismos con los que tropezasteis vosotros.

– ¿Como lo sabes?

– ¿Quien pudo hacerlo sino ellos? -Kellicut hizo una breve pausa, como si estuviera sopesando las palabras-. Además, el se alejo para ir a su encuentro.

– ¿Que?

– Si, si. Se fue hace unas semanas. Su padre estaba destrozado, no podía aceptarlo. -Kellicut miro a Caralarga, que estaba sentado en un tocón, balanceándose despacio, con la mirada clavada en los ojos de su hijo-. De hecho, el que u hijo o una hija se una a los renegados es un estigma, pero P este caso, como Caralarga es muy respetado, no sufrió ningún desprestigio. Pero ha sufrido mucho.

– Es increíble-dijo Matt.

– ¿Por que es increíble? Tienen unos sentimientos mucho mas profundos de lo que puedas imaginarte.

– No me refería a eso. Me sorprende que huyese para unirse a un grupo como aquel, los… los renegados, como tu los llamas.

– Este chico herido es responsable, en parte, de que os encontraran.

– ¿Por que?

– Los tres que os encontraron eran un grupo que salieron en busca del muchacho.

Susan se quedó mirando a Kellicut.

– Me parece que hay muchas cosas que debes contarnos.

– Si. -Kellicut dejo escapar un suspiro-. Supongo que si.

Pero todo a su debido tiempo. Ahora hay cosas mas urgentes que hacer. Antes que nada debemos salvarle la vida a este j oven.

Caralarga se quedó mirando a Kellicut. Matt no era ningún experto en la interpretación de las emociones que manifestaban aquellos seres, tan extraños para el, pero esta vez no había ninguna duda de que Caralarga estaba suplicando algo. Con el cuerpo encorvado por la edad, se acercó a Kellicut, le levantó la mano y puso dos dedos sobre los parpados de su hijo. Después toco los ojos de Kellicut con sus propios dedos y los mantuvo así un momento con cara de suplica. Nos esta diciendo que su hijo esta muriéndose y le ruega a Kellicut que lo salve, pensó Matt.

Eagleton pulso el interfono.

– ¡Schwartzbaum! -gritó.