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– Por tanto, a largo plazo -dijo Eagleton pausadamente-. Una especie que viviese en un entorno de estas características podría llegar a quedarse sin lenguaje y, en este caso, tendría que desarrollar otra alternativa, como la telepatía, por ejemplo, para compensar dicha perdida.

– En teoría, solo en teoría, si; no es imposible.

– ¿Y si esta capacidad constituyera una función vital para un grupo que viviese constantemente atemorizado, que huyese sin parar? ¿Y si esto también le permitiese a cada miembro del grupo actuar de vigilante, una especie de sistema automático de alarma precoz para la tribu entera?

– Bueno, entonces tendría un valor añadido que contribuiría a que, presumiblemente, siguiera funcionando. El proceso de desviación genética se vería reforzado por la selección darwiniana, que tendería a acentuar este rasgo, a solidificarlo, por así decirlo. Pero ¿en que esta pensando?

– En nada, en nada. Estamos manteniendo una discusión puramente teórica. Me interesa lo que ha dicho sobre los diferentes grupos de neandertales. ¿Como se produce una cosa así?

– Por descontado eso si es teoría pura. Ocurrió algún hecho, probablemente las glaciaciones, que dividió a la población en subgrupos. Sabemos que los que vivían en Europa occidental se convirtieron en el hombre de Neandertal clásico y que con el tiempo se extinguieron. Para decirlo con pocas palabras, su manantial se agoto. Los que habitaban en otras partes alcanzaron un nivel de desarrollo que los acercaba a nosotros. A eso se llama sapientización. O tal vez sobrevivieron aislados en un reducido lugar apartado y desarrollaron unos rasgos especiales a través de la desviación genética. Hay pistas muy débiles en esa parte del mundo denominada ‹‹Asia occidental››

– ¿Asia occidental? ¿Donde esta?

– Es un termino extraño que se emplea hoy día en los trabajos sobre el hombre de Neandertal. Abarca una vasta región que comprende el mar Negro, ciertas zonas de la Unión Soviética, Uzbekistán y Tadzhikistan. Gran parte del territorio esta por explorar.

De repente Eagleton, sin darle las gracias siquiera, despidió a Schwartzbaum. Ya no le necesitaba. Había tomado la decisión que buscaba. Hacia tres semanas que no recibían noticias de Van. Había llegado el momento de enviar a Susan y ojo Oscuro fueron hasta la orilla del río; el la llevaba agarrada del brazo; su mano era tan huesuda que parecía un halcón sobre su presa. Susan sintió que de el emanaba un extraño poder que la electrizaba, como si el homínido generara una especie de voltaje psíquico. Le era imposible decir quien guiaba a quien.

Caralarga fue a su encuentro y anduvo hacia atrás, delante de ellos, con la cabeza gacha. Cuando entraron en la choza, Susan vio que Matt también se encontraba allí, junto con tres o cuatro homínidos. Kellicut estaba en un rincón trabajando; a su alrededor había desplegados varios utensilios: una navaja, la cantimplora y el botiquín, que tenia la tapa azul y blanca abierta. Al verlos, coloco con cuidado algo sobre una prenda de vestir y se levantó.

– Me alegro de que ya estéis aquí. No tiene buen aspecto y no disponemos de mucho tiempo.

– ¿Que piensas hacer?

– Tiene una contusión en la frente y la rodilla fracturada, pero también esta herido en el costado. No estoy seguro pero diría que le hirieron hace varios días y que ha estado andando, de modo que el problema principal es la perdida de sangre. Haremos una transfusión.

– ¿Y como vas a hacerla?

– Mal, me temo. Tendremos suerte si podemos transfundirle una cantidad suficiente de sangre, aunque con los gérmenes que hay por aquí será un milagro si sobrevive. Pero es la única esperanza.

– ¿Y quien será el donante?

Kellicut miro a Caralarga, que seguía meciéndose despacio.

– ¿Y el? ¿Para que querías que viniera?

Susan señalo con la cabeza a Ojo Oscuro, que todavía no le había soltado la mano. No se atrevía a retirarla, como si fuera una especie de sanguijuela de la que tuviese que desprenderse con sumo cuidado.

– Espero poder explicarle lo que vamos a hacer para que pueda comunicárselo a los demás. El es el único capaz de comprenderlo. Por otra parte -dijo Kellicut, quien volvió de nuevo a su trabajo-, su presencia aquí puede sernos útil en el caso de que todo salga mal.

Susan se acercó a Matt, que estaba junto al fuego, y observó como Kellicut les hacia gestos, emitiendo también sonidos, a Caralarga y a Ojo Oscuro. En un momento dado, abrió los ojos del chico; después se hizo un corte con la navaja en el brazo y empezó a brotarle un chorro de sangre.

No quedó nada claro que lo entendieran. Mientras, el agua hervía en la cantimplora. Susan y Matt la emplearon para esterilizar un largo tubo de goma que tenían en el botiquín y unos cuantos trapos; cuando acabaron, llevaron todo junto al chico.

Kellicut había conseguido, no se sabia como, que Caralarga se tendiera en un lecho de ramas cerca de su hijo. Cogió la jeringa hipodérmica, la limpio con el agua esterilizada y presionó el embolo hacia abajo. Con la navaja hizo un pequeño agujero en el extremo superior de la jeringa, abriéndolo poco a poco hasta que quedó redondo. Metió en el un extremo del tubo de goma, lo levantó, orgulloso de su obra, y le dio el otro extremo a Susan.

– Y aguanta esto también -le ordenó entregándole la cantimplora.

Después Kellicut se arrodillo junto a Caralarga, le paso un trapo humedecido con alcohol por el brazo y le clavo la jeringa en una vena, tirando lentamente del embolo hasta que la cámara se lleno del liquido rojo oscuro. ‹‹Si me pinchan no sangro››, pensó Susan.

– ¡Aja! -exclamo Kellicut al pasar el embolo por el agujero que había abierto; la sangre de Caralarga empezó a fluir por el tubo como un río desviado de una presa-. ¡Funciona! -Gritó, tan entusiasmado que Susan no pudo evitar pensar que no había estado nada seguro de que lo fuera a conseguir-. Aguanta el otro extremo en la cantimplora -advirtió- y mantenlo hacia abajo. Tenemos que conseguir que vaya fluyendo.

Susan vio como el tubo se oscurecía lentamente a medida que se iba llenando. Lo mantuvo en la cantimplora, que sostenía por debajo con la otra mano.

Kellicut ordeno a Matt y a Susan que se colocaran junto al chico.

– Esto va a ser lo mas difícil -dijo-. Sostén la sangre lo mas alto que puedas. -Le levantó el brazo a Susan-. Y no lo muevas. -Saco el tubo de goma, cogió un trocito de plástico, que utilizo de embudo para verter la sangre, y se lo dio a Matt, que también levantó el brazo-. Cuando os lo diga, verted la sangre -los informo-. Si se forma una burbuja de aire en el tubo, estamos perdidos.

Alzo la jeringa, tiro del embolo hacia atrás todo lo que pudo y pincho en una vena del brazo del chico. Después empujo el embolo hacia delante un par de centímetros, con mucho cuidado, para que no sobresaliera del agujero. Dio resultado. Lentamente la sangre empezó a fluir por el tubo.

– Tenia que haberme dedicado a la medicina -dijo Kellicut lleno de orgullo-. Te hace sentir como un dios.

Después vendaron la rodilla y la frente del chico, volvieron a cubrirle con las ropas y lo dejaron dormir junto a su padre.

Los otros homínidos se quedaron en el exterior de la choza, indecisos. Miraban a Ojo Oscuro en busca de consejos.

Aquella noche, sentados alrededor del fuego, Kellicut parecía tan satisfecho de si mismo que Susan aprovechó la ocasión para tirarle de la lengua.

– Cuéntanos quienes son los otros -le imploro-. ¿Como les llamaste?

– Los renegados.

– Eso.

– No hay mucho que contar. Al poco de llegar aquí me entere de su existencia. Naturalmente no los he visto; creo que si me hubiera encontrado con ellos no estaría aquí para poder contároslo. Pero he recogido algunos datos, no muchos, aunque suficientes para elaborar unas cuantas teorías.

Como podéis suponer, son muy temidos.

– ¿De donde proceden? -preguntó Matt.