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Matt se reprendió a si mismo: no era momento de convertirse en un filosofo medio escéptico.

La caverna se abría verticalmente en el risco, una gigantesca brecha en la fachada de rocas de unos seis metros de altura.

Se acercaron a ella desde un lado, Matt encabezando la marcha y Susan cerrándola detrás de los homínidos, por si mostraban signos de sobresalto. En tal caso no tenia ni idea de que haría para detenerlos, pero le parecía prudente no perderlos de vista. Sabia que estaban muy ansiosos; Levítico la leía a menudo y con gran intensidad.

Matt se acercó a rastras cautelosamente hasta la boca de la caverna. Negrura total. Miro hacia abajo y vio pequeños montones de rocas esparcidas junto a la entrada; tal vez era una buena señal porque seguramente estos guijarros habrían sido apartados si hubiera movimientos importantes.

No era mas que la puerta de la cocina, pensó, que utilizaban cada vez que una criatura quería realizar una incursión sobre la tribu en busca de una esposa o un esclavo. Sintió como el miedo se arrastraba hacia el por detrás; detestaba la oscuridad y sentía claustrofobia ante la perspectiva de internarse bajo tierra, una fobia que había sido bien alimentada por el terror de su escapatoria por los pelos solo unas semanas atrás. Inspiro profundamente, dio un paso y entro.

Los demás lo siguieron uno por uno, casi como si penetraran siguiendo a un taladro. Un buen principio, pensó Matt mientras notaba como la oscuridad se espesaba ante sus ojos. Se entretuvieron junto a la entrada unos instantes para orientarse. En la penumbra, Matt escruto a Rodilla Herida; su rostro estaba inexpresivo -si no era eso, Matt no supo descifrar cual era su expresión-, pero parecía mantener el control. El impulso de escapar del peligro debía de ser universal, imagino Matt. En tal caso, Rodilla Herida parecía tener mucha sangre fría. Pero Matt adivino también que los homínidos estarían empleando su facultad para explorar el corredor ante ellos. ¿Como reaccionarían si descubrían algún peligro?

Cuando sus pupilas estuvieron dilatadas, Matt y Susan vieron con alivio que no estaban completamente a oscuras, después de todo. Al principio la caverna parecía negra como la boca del lobo, pero unos diez metros mas adelante formaba una curva hacia la izquierda; ahora podían ver que en la pared opuesta se reflejaba una luz vacilante, presumiblemente debido a unas antorchas situadas mas allá de la curva. El túnel era enorme, como si un ciclópeo taladro hubiera perforado directamente las entrañas de la montaña. Se aseguraron de que Rodilla Herida fuera delante, confiando en que adoptaría naturalmente el papel de guía.

– Hasta ahora todo va bien -susurro Matt.

– Si, hasta ahora -respondió Susan con voz temblorosa.

Cuando llegaron a la curva, Rodilla Herida la tomo sin vacilar. Conducía a una gran cámara iluminada con antorchas y orlada de depósitos de carbonato calcico relucientes, en forma de carámbano, acumulados a lo largo de milenios.

La zona central estaba despejada bajo un techó que se elevaba por el centro como si fuera la carpa de un circo. Sobre las rocas del techó se agitaban seres peludos: murciélagos, que anidaban en las rendijas y aleteaban frenéticamente pegados a la roca y que se lanzaban en picado sobre los intrusos como bombarderos que no llegaban a soltar su carga.

Matt y Susan empezaron a temblar de frío y fueron capaces de ver como el aliento se condensaba ante su boca. El calor antinatural del cráter, protegido por las corrientes de aire geotérmicas, quedaba a sus espaldas, y una vez mas su cuerpo era presa del frío de la altitud. Encendieron las antorchas que llevaban con las que había en la caverna.

Cruzaron el terreno despejado y llegaron a una pared con tres túneles. El laberinto empezaba enseguida, y solo podían confiar en que Rodilla Herida consiguiese orientarse y les condujera hasta la guarida del Minotauro. El homínido eligió el túnel central. Pronto se estrechó y después ascendió sin previo aviso, lo cual tenia sentido, ya que el santuario mas secreto al que pretendían llegar estaba situado a gran altura en el interior de la montaña. Pero la pendiente dificultaba la marcha; se habían acumulado piedras en el suelo y a veces era como trepar por una veta de carbón. Lo que a Matt le preocupo mas fue que la altura del corredor empezaba a reducirse hasta el punto en que se vio obligado a encorvarse. Sintió que la claustrofobia aferraba su corazón vengativamente y necesito una gran fuerza de voluntad para seguir caminando. Finalmente, el corredor se nivelo y pudieron caminar erguidos de nuevo. Sus antorchas seguían ardiendo, pero con poca llama. El oxigeno era escaso.

De pronto, quince minutos después, los homínidos se quedaron petrificados. Miraban hacia delante vacilantes.

Después se volvieron para mirarlos y esta vez Matt no tuvo problemas para interpretar la emoción que reflejaban sus anchos rostros: miedo. Sin duda algo se aproximaba, pero por mucho que se esforzaban por escuchar solo oían el lejano silbido del viento.

– Hemos pasado junto a una abertura hace un rato -susurro Matt-. Será mejor que retrocedamos y nos escondamos allí.

– ¿Y nuestros acompañantes?

– Será mejor que nos separemos. Si permanecemos todos juntos los renegados detectaran mas fácilmente nuestra presencia. A ellos les protegen sus disfraces.

– De acuerdo.

Emprendieron la retirada hasta encontrar la minúscula rendija. Un poco mas allá había una cámara apartada donde dejaron a los tres homínidos con las antorchas, rezando para que su aspecto fuera lo bastante discreto como para no levantar ninguna sospecha. Matt y Susan se taparon los ojos con las vendas y aguardaron apretujados en la estrecha abertura. No tuvieron que esperar mucho; pronto oyeron el característico rumor acompasado de las criaturas al andar.

Susan cerró los ojos bajo la venda y trato de dejar la mente en blanco. Matt la rodeó con los brazos y la apretó con fuerza a medida que los sonidos se hacían mas fuertes, hasta que las criaturas solo estaban a medio metro de distancia, al otro lado de la pared de roca. Susan pudo oír el rasposo sonido de su respiración y el pesado golpeteo de sus pisadas en el suelo de la caverna. Oprimió a Matt con mas fuerza. Finalmente, los sonidos remitieron cuando las criaturas pasaron de largo ante ellos avanzando en dirección a los homínidos.

Susan se quito la venda. El olor de los seres invadió sus fosas nasales. Estaban tan cerca que podía haber extendido la mano y tocarlos, pensó. Otra sensación se introdujo en su mente. La familiar sensación de rellenarse; supo que Levítico estaba estableciendo contacto en el momento que mas terror sentía, como había hecho Matt. Mantuvo los ojos abiertos y lo recibió plenamente, permaneciendo inmóvil durante largos segundos mientras Matt la sujetaba hasta que finalmente se relajo.

– Esta bien -dijo-. Están a salvo.

Matt la miro larga e inquisitivamente.

Una vez reunido, el grupo continuo por el corredor, con Rodilla Herida aun en cabeza. Siguieron ascendiendo durante medía hora, dejando atrás pequeñas cámaras y corredores que conducían a otras que contenían fogones y pieles desplegadas para dormir, pero por fortuna no se tropezaron con otras criaturas. Por fin, el suave gemido de la brisa dejo paso a la siniestra barahúnda que habían oído semanas atrás, como el zumbido de un millar de alas resonando en el interior de una colmena.

Rodilla Herida se detuvo por un momento, petrificado en su sitio mientras se concentraba. Después se agacho y se introdujo en un túnel tan pequeño que tuvo que ponerse a gatas. Para Matt era una tumba. Se curvaba hacia arriba como una chimenea, por lo que ascendieron utilizando los pies y las maños para agarrarse, hasta que finalmente salieron sobre una cornisa desde donde dominaban la caverna central mas grande. A sus pies se extendía la colmena.