– Quizá podamos utilizar esta confusión en nuestro provecho -dijo.
Matt se puso a gatas y atisbo desde la losa de roca. Había una pequeña abertura, una antecámara previa al corredor, que quedaba fuera de la línea de visión desde la caverna central. Miro en derredor buscando a los guardias de Van. Uno se había ido y el otro parecía tan despistado como el resto de las criaturas; empuñaba su porra, pero caminaba distraídamente cerca del borde del foso, a unos cuatro metros de distancia.
Matt se puso en pie de nuevo.
– Vamos -susurro.
Miro en todas direcciones y se dirigió furtiva y lentamente hacia la caverna, manteniéndose pegado a la pared rocosa. Como una sombra, se deslizo hasta que consiguió llegar a la antecámara. Le siguió Susan y después los tres homínidos que cruzaron la estancia sencillamente como si tuvieran todo el derecho de estar allí.
La oquedad estaba mas oscura que la caverna. Susan y Matt tenían preparadas las vendas de los ojos. Ahora llegaba la parte arriesgada. Matt miro desde la cámara la nuca del guardia y empujo a Lanzarote y a Levítico en dirección al foso. Mientras se acercaban, el hinco una rodilla en tierra, adoptando su posición de cazador. Intento concentrarse como lo había hecho con los animales, mirando fijamente la nuca del guardia y pensando en imágenes de porras y lanzas y sangre, intentando mandar el mensaje sin palabras: ataca, ataca, ataca.
Cuando los dos se acercaron, el guardia se volvió y en sus rasgos se dibujo un fugaz desconcierto mientras las porras descendían limpia y rápidamente, una contra el hueco de su hombro y la otra de través contra la parte superior de su cráneo. Cayo al instante y Lanzarote levantó una de sus piernas para hacerlo rodar hacia el interior del foso.
Matt salio de su escondite, corrió hacia el foso y se oculto agachado detrás de las piernas de sus dos compañeros de armas. No estaba totalmente oculto, pero tendría que bastar. Cuando se inclino hasta el borde del foso y miro hacia abajo, Van dio un salto atrás con la boca abierta y una mirada salvaje en sus ojos. Su rostro estaba negro de suciedad y sus ropas hechas jirones. Matt desenrollo precipitadamente la cuerda, la ato a una roca y se la arrojo.
– Vamos, Van, deprisa. Cógela, hombre, y salgamos de aquí -dijo en voz tan alta como se atrevió. Van le devolvió una mirada inexpresiva-. La cuerda, la cuerda. ¡Coge la cuerda!
Antes de que Matt supiera lo que ocurría, Susan estaba su lado. Matt se lanzo al foso, sacudió a Van, lo empujo hasta la cuerda y le ayudo a subir empujándolo desde abajo como un sonámbulo, Van trepo los primeros centímetros hasta que llego al alcance del brazo extendido de Susan.
Matt flexiono los músculos de su hombro y lo empujo a mayor altura. Lentamente, por reflejos mas que por intención, Van subió una rodilla hasta el borde mientras Susan tiraba de el. De pronto estuvo fuera y rodó desmadejadamente por el suelo. Ahora era el turno de Matt.
– Por el amor de Dios, date prisa -mascullo Susan mirando temerosa a su alrededor.
Hasta ahora ninguna de las criaturas los había visto. Matt subió velozmente por la cuerda, utilizando los nudos para impulsarse. Se asió del borde con ambas maños planas sobre la tierra y Susan tiro del cuello de su camisa. Salio. Reprimiendo el impulso de salir corriendo, retrocedieron lentamente hasta el corredor uno a cada lado de Van, prácticamente arrastrándolo.
Los homínidos los siguieron con tanta presteza que Matt temió que llamasen la atención.
En el interior del corredor se detuvieron y miraron hacia atrás. La caverna seguía sumida en el caos. Matt vio cuatro criaturas que salían corriendo de la cámara sagrada. Rodilla Herida ya se había puesto en marcha, alejándose por el túnel como un ciervo en desbandada y los demás lo seguían de cerca.
La retirada debía ser rápida. Tenían a Rodilla Herida par indicarles el camino, los túneles descendían en pendiente el pánico ponía alas a sus pies. Pero Van les retrasaba. Y no porque estuviera paralizado de terror hasta el punto de no poder huir-el terror era lo único que entendía-, pero no estaba en condiciones de correr. Sus piernas se movían, pero no le sostenían y se combaban inservibles como neumáticos hundiéndose en el barro. Necesitaba un homínido a cada lado para que lo mantuvieran erguido y lo arrastraran. Susan se volvió para mirarle a la cara. Siempre había sido difícil interpretar las emociones de Van, pero ahora no mostraba ninguna. Esta totalmente vacío, pensó Susan. Le ha ocurrido algo y se le han fundido los plomos.
Llegaron a un gran túnel que parecía familiar. Su aspecto era el de un gran pasadizo central iluminado por antorchas insertadas en hornacinas, el mismo que habían recorrido varias semanas atrás. Al cabo de cinco minutos, justo cuando confiaban en detenerse, los homínidos apretaron el paso bruscamente como si hubieran cambiado de repente a una marcha mas larga. Con una sensación de nausea en el estomago, Matt comprendió por que.
– Nos persiguen -dijo sin aliento a Susan, señalando con la cabeza a Rodilla Herida y los demás-. Acaban de captarlo. Los renegados nos persiguen y saben donde estamos.
Recordó las cuatro criaturas que habían visto salir corriendo de la caverna sagrada, seguro de que ellos eran sus perseguidores.
En aquel momento, Rodilla Herida giro para internarse en un túnel lateral mas pequeño que al cabo de unos cien metros se dividía en dos pasadizos muy parecidos. Se detuvieron un instante y siguieron por el de la izquierda, todos menos Levítico, que se detuvo. Les plantaba cara deliberadamente.
– ¿Que hace? -jadeo Susan.
– No lo se, pero no podemos detenernos -respondió Matt-. Sigue corriendo.
Todos corrían. Rodilla Herida había ocupado el lugar de Levítico a un lado de Van y junto con Lanzarote le arrastraba como si fuera un pesado maniquí. Susan iba delante y notaba una renovada fuerza en las piernas. Las glándulas adrenales echan toda la carne en el asador, pensó, hasta que cayo en la cuenta de que era una situación completamente distinta, de nuevo aquella inundación familiar y supo de donde procedía: Levítico. El es el senuelo, pensó. Se sacrifica por nosotros. Mientras corría noto como si un fuerte viento subterráneo la empujara desde atrás, una corriente de energía calida que se extendía desde el centro de su cerebro, por sus músculos y sus huesos. Ya no huía corriendo por un túnel, volaba sobre un prado. Sus pies apenas tocaban el suelo; se sentía ligera como una semilla de mirto elevándose con las corrientes de aire.
Luego, bruscamente, la sensación desapareció y Susan noto un vacío justo en el momento en que veían una pared de luz reverberante frente a ellos y corrían a trompicones hacia ella para salir finalmente a la luz del día. El sol los cegó. En la entrada de la caverna, y viendo el valle desplegarse a sus pies, Matt aspiro grandes bocanadas de aire. Van se había desmayado y Rodilla Herida y Lanzarote parecían aturdidos.
– ¿Donde esta Levítico? -preguntó Matt.
– Ha muerto -dijo Susan, sorprendiéndose a si misma por el tono monocorde de su voz. Se sentía apabullada, hueca.
– Pronto moriremos todos -dijo Van, que habló por primera vez-. No tenemos ninguna posibilidad.
Susan se revolvió y le lanzo una mirada que le hizo callar.
La luz era engañosa. El día estaba muy avanzado y el sol empezaba a ocultarse tras los picos de las montañas. Parecía mas frío que cuando entraron en la cueva y el silencio era sepulcral. Sus perseguidores seguían acercándose por los túneles.
Esta vez los homínidos no tenían otra elección que cruzar el cementerio prohibido. Cuando traspasaron una línea invisible, su miedo podía leerse en cada uno de sus reacios pasos. Por encima de sus cabezas, los buitres volaban en círculos. No había a la vista ningún sepulturero, pero su ausencia era tan ominosa como fuera antes su presencia. A pesar del fresco de la tarde, los homínidos sudaban y mantenían la vista apartada de los fardos atados entre los árboles y los huesos esparcidos por el suelo. Van miraba con ojos desorbitados; era imposible saber cuanto estaba captando.