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Al llegar a la mitad del cementerio, Matt miro hacia atrás y vio que las criaturas salían de la cueva blandiendo sus armas. Incluso a aquella distancia era visible su furia. La rabia era una buena señaclass="underline" significaba que no violarían el tabú ni cruzarían el terreno sagrado. Procedente de algún lugar entre los árboles secos oyeron una respiración firme, pero no supieron si era de los cuidadores de las tumbas o de algún ammal.

En la penumbra creciente, el poblado estaba extrañamente silencioso. Al principio parecía desierto, pero pronto se dieron cuenta de que la mayoría de los homínidos estaban en sus chozas. No salio nadie a recibirlos y no se veía a Kellicut por ninguna parte. Van se comportaba de una forma extraña; cuando hablaba a menudo decía incoherencias. Le encontraron un lugar donde dormir y se sumió rápidamente en una especie de estupor. A medida que espesaba la oscuridad, Rodilla Herida y Lanzarote enfermaron. Se desplomaron dentro de sus emparrados, al principio inmóviles y después delirando de fiebre. Matt pensó que estaban reaccionando de alguna manera a su trasgresión por violar los limites del cementerio, pero no podía estar seguro. Otros miembros de la tribu también parecían abatidos.

Mas tarde, aquella noche, mientras el y Susan yacían juntos, hablaron de Levítico. Ella estaba inconsolable.

– Lo siento mucho -dijo Matt-. Se lo que sentías por el.

Lo que hizo fue heroico. Tiene que hacernos cuestionar nuestras ideas sobre cuan primitivos son estos homínidos.

– En la escala de la evolución, esa clase de heroísmo tiene que ostentar una posición superior a la de matar animales y curtir pieles.

– Tal vez. O tal vez el altruismo es mas básico de lo que creemos. ¿Recuerdas los estudios sobre los lobos cuando cazan caribú? El jefe de la manada de lobos se comunica de alguna manera con el caribú mas débil, le manda realmente un mensaje para que se deje caer y acepte su destino, sacrificándose por el bien del rebano.

– Es posible. Pero eso no invalida el heroísmo individual. Hace a la especie entera mas heroica. Quizá nosotros todavía tenemos parte de eso, incluso sin poderes telepáticos.

Oyeron el ruido de tambores procedentes de la cima de la montaña. Era la primera vez que lo oían. Mientras escuchaban, imaginaron a las feroces criaturas martilleando con huesos sobre pieles tensadas. El sonido se hizo palpitante y resonó en las paredes, lo que significaba que estaban tocando los tambores en el interior de los túneles. Entonces, procedente de otro lado, a gran profundidad en las entrañas de la tierra, captaron otro rumor y después un temblor. Al instante comprendieron que era un terremoto.

Eagleton sabia que le necesitaban. Era una de esas raras situaciones en las que se requería su presencia en el escenario; era hora de tomar el mando. Sencillamente, había mucho en juego, y ya era demasiado lo que había ido mal. Primero desapareció Van, después se interrumpió el contacto con el transmisor del portátil, luego la maldita criatura murió en cautiverio y se cargo a aquel trabajador, como se llamase…

Scanlon. Tardo varios días en recuperarse. ¿Quien podía suponer que tuviera semejante poder? Esa visión remota era mas de lo que se percibía a simple vista, reflexiono Eagleton, satisfecho con su juego de palabras.

El análisis de ADN había llegado; la criatura tenia veintitrés pares de cromosomas, igual que un ser humano. El noventa y ocho por ciento de su ADN era idéntico al nuestro. Naturalmente, eso también es cierto en los chimpancés, pensó; es el dos por ciento restante lo que cuenta. El informe llego con una nota garabateada por el técnico del laboratorio: ‹‹Me rindo. ¿Que diablos es?››.

De modo que Eagleton decidió personarse en el campamento base que Kane había levantado al pie de la montaña.

El problema era que llevaba muchos años sin salir del campus. De hecho, con su pequeño apartamento comunicado por un corredor subterráneo y un ascensor para su silla de ruedas, nunca había salido del edificio, por lo que fueron necesarios todo tipo de arreglos para realizar el viaje reduciendo al mínimo la tensión sicológica: una furgoneta con cristales ahumados y un elevador hidráulico para su silla, un jet privado del que habían retirado los asientos y provisto de correas para mantener sujeta su silla de ruedas, autorización diplomática para que el avión pudiese aterrizar para repostar y después proseguir su vuelo. Eagleton nunca había estado en Tadzhikistan y tuvo que reconocer que no le gustaba lo que había oído sobre el lugar. Demasiados extranjeros, demasiadas moscas, demasiados gérmenes.

Los temblores duraron toda la noche hasta la mañana siguiente; finalmente al mediodía fueron disminuyendo. Soplaba un viento frío por todo el valle, que hacia temblar las hojas y las giraba, como si se avecinara una tormenta. Matt y Susan pasearon por el poblado para examinar el alcance de los destrozos. Se habían derrumbado cuatro o cinco chozas; las ramas que hacían de vigas se habían hundido, convertidas en un montón de fibras amarillas, y los caminos estaban cubiertos de piedras y de desechos. Pero el poblado estaba prácticamente intacto. Solo unos cuantos homínidos se habían atrevido a salir; aquí y allá se veían niños llenando calabazas de agua del río o corriendo de una choza a otra.

Un terremoto era algo mucho mas terrible en las regiones desiertas y altas de las montañas. Era como una primitiva turbulencia que se producía entre las cumbres y las estrellas; los árboles se balanceaban, las rocas se desplazaban y a uno le embargaba la sensación vertiginosa de que no existía nada fuera de uno y la tierra, y de que la tierra podría abrirse en cualquier momento, tragarlo a uno y hacerlo desaparecer en un abismo ardiente. No es de extrañar que los humanos hayan inventado a los dioses, pensó Matt.

Fueron a buscar a Rodilla Herida y a Lanzarote. Los cuidaban otros homínidos, que les llevaban manzanas, nueces y agua. Estaban mejor que la noche anterior; al parecer, les había bajado la fiebre, aunque seguían tendidos, visiblemente débiles y cansados. Susan no sabia que les había ocurrido para quedarse postrados de aquel modo: ¿fue el ataque al guardián de Van, el hecho de abandonar a Levítico a una muerte atroz, el haber atravesado el cementerio, o bien una combinación de todo ello? Busco en los homínidos alguna señal que indicara que los consideraban, a ella y a Matt, distintos, aunque culpables en cierta medida, pero no fue capaz de hallar ninguna.

Kellicut era un caso aparte. No estaba en el poblado, de modo que fueron a buscarlo por el sendero que conducía al lago sulfuroso y al geiser. Bajaron los escalones mojados por los que se iba al lago y se encontraron en un amplio saliente que se metía en la pared de la roca. En el centro, sentado con las piernas cruzadas, estaba Kellicut.

– Tenemos que hablar-dijo Susan.

– Es un poco tarde para eso.

Se acercó a el y se sentó a su lado. Matt hizo lo mismo.

Permanecieron un rato en silencio, que les hizo sentirse incómodos. Ninguno de nosotros tiene ya secretos, pensó Matt.

Susan fue la primera en hablar.

– Hemos rescatado a Van.

– ¿Y ahora que?

– No lo se.

Kellicut suspiro, fatigado.

– Este es el problema. No sabéis que hacer, ¿verdad?

Cuando se volvió para mirarla, su rostro reflejaba mas aflicción que cólera. De pronto parecía muy viejo.

– No podíamos hacer otra cosa, era lo correcto -dijo Susan-. No íbamos a dejarlo allí.

– Supongo que tienes razón, teniendo en cuenta que consideráis que era vuestro deber. Lamento que vinierais al valle.

– No digas eso.

– ¿Por que no? Es la verdad.