– ¿Quieres hacernos daño?
– No, aunque no me importa si os hago daño o no. Simplemente constato una realidad. Si no hubierais venido, nada de eso habría pasado. Lo habéis trastocado todo.
– ¿Que hemos trastocado todo? -Intervino Matt-. Siempre hablas como si hubiese algún plan extraordinario o algo por el estilo.
Kellicut lo miro por primera vez.
– No habéis entendido nada.
– ¿Que es lo que no hemos entendido?
– El significado de todo, el alcance histórico, el extraordinario privilegio de estar aquí y presenciarlo. Era como trasladarse a treinta mil años atrás.
– Eso creo que lo entendemos -observó Susan.
– No, porque de haberlo entendido, no hubierais interferido. Eso era un ley fundamentaclass="underline" no hay que inmiscuirse, no hay que tomar partido. Pero vosotros os pusisteis de parte de los homínidos pacíficos. Ya se que era una tentación. Son unos seres maravillosos, inocentes y bondadosos de verdad, mas nobles que el mismo Rousseau, pero no están llamados a prevalecer. Si la naturaleza hubiese querido darles un lugar preeminente, les habría dotado de los instrumentos para alcanzar la cumbre.
– ¿Como puedes estar tan seguro? -Preguntó Matt-. ¿Quien eres tu para interpretar los designios de la naturaleza?
– No los interpreto, me limito a observar. Si abres los ojos y miras a tu alrededor, veras que la naturaleza ya ha escogido y, como siempre, ha elegido a los mas fuertes.
– Quizá los mas fuertes no siempre deberían sobrevivir.
– Que no deban no tiene nada que ver con ello. Son fuertes porque es su destino. Si los renegados se hacen con uno de ellos es porque están destinados a actuar así. Si los atacasen y los aniquilasen de una vez por todas seria porque lo tenían que hacer, según los designios de la naturaleza. ¿No lo entendéis? Habéis irrumpido en un mundo oculto que ha permanecido invariable durante miles de años en un momento critico, y ahora, en una fracción de segundo, esta a punto de transformarse. Una especie va a reinventarse, se despojara de su antigua personalidad como si se deshiciera de una piel gastada, y se convertirá en algo mas grande, mas avanzado, y vosotros lo vais a presenciar. Pero estáis aquí de mas. La regla básica es muy simple: manteneos alejados. Es un equilibrio muy precario, no hay que inmiscuirse. Pero vosotros lo habéis hecho.
Estaban los tres airados, sin decir ni una palabra.
– ¿Y que va a pasar ahora? -preguntó Matt tranquilamente.
Kellicut se encogió de hombros.
– Quien sabe. Si tuviera que apostarme algo, aseguraría que habéis provocado una guerra que va a traernos la destrucción y la muerte a todos nosotros. Habéis ido a su hogar y les habéis atacado; ahora os atacaran a vosotros y a vuestros aliados. Vosotros, por supuesto, intentareis defender a vuestros amigos y eso no hará mas que empeorar las cosas.
– Déjame que te haga una pregunta-dijo Matt-. ¿Y si nosotros formamos parte del plan? ¿Y si la naturaleza se vale de nosotros con la intención de restablecer el equilibrio?
Kellicut se puso de pie lívido de rabia.
– Nunca había oído nada tan absurdo y arrogante en mi vida. -Dio una vuelta alrededor de Matt como si fuera a agredirlo-. ¿Quien demonios crees que eres? -Se planto enfrente de el y bajo la vista-. ¿Recuerdas la primera conversación que mantuvimos en este mismo lugar el día que me encontrasteis? -Señalo hacia el exterior-. Os dije que habíais llegado al edén y que tuvierais cuidado con la serpiente. Me preguntasteis que era la serpiente. Ahora ya lo sabéis, y si queréis verla, os sugiero que al salir de aquí miréis el lago.
Dio medía vuelta, camino airosamente hasta la roca, trepo por ella y desapareció en dirección a la cascada.
El discurso de Kellicut le dio que pensar a Susan, aunque no precisamente lo que el hubiera deseado que pensara. Se detuvo, eso si, a contemplar su reflejo en la superficie del lago; su rostro parecía alterado por las acusaciones de el, porque en cierto modo era innegable que tenia razón. Eran unos intrusos y habían roto el equilibrio de aquel mundo primitivo; las repercusiones de su comportamiento eran difíciles de prever, pero su existencia era tan cierta como las ondas que rizarían las aguas del lago si lanzaba en ella una piedra. ¿Pero tenían acaso otra alternativa? ¿Deberían haber dejado morir a Van en nombre de un principio científico abstracto? Y ahora que estaban comprometidos hasta el cuello, ¿podían huir y dejar a los homínidos a merced de los renegados?
Susan se arrodillo sobre una pierna y paso la mano por la arena que había a orillas del lago. Es la moralidad lo que nos separa de las bestias de la jungla, se dijo para sus adentros; eso y el hecho de que tenemos conciencia de nuestra propia muerte. Moralidad y mortalidad, los dos pilares de la civilización. ¿No esta todo ahí, el lenguaje, el aprendizaje, la inventiva, los descubrimientos científicos, la medicina, Ptolomeo, Galileo, Newton, Pasteur, Einstein? Pensó en la rueda, el invento que marco el primer progreso de la humanidad, y bajo la mirada; que extraño era ver arena en aquel lugar. Los egipcios, recordó, fueron quienes descubrieron que el cristal se hace mezclando arena y ceniza. Una mezcla insospechada. Las vidrieras de colores de Chartres. Si se pinta la parte de atrás de plata, se consigue hacer un espejo. Narcisismo. Y ahora estamos mirando nuestro interior mas recóndito: el ADN, nuestros genes. Recordó que en su mochila tenia un espejito. Con o sin serpiente, pensó, el árbol del conocimiento debe tener algún valor.
La choza en la que habían dejado a Van estaba vacía, pero lo encontraron cerca de allí, a orillas del río. Tenia la cabeza medio sumergida en el agua y bebía. Al verlos acercarse se asustó como un animal y volvió a bajar la cabeza igual que un perro apaleado. En lugar de estar agradecido de que lo hubieran rescatado, parecía resentido, como si fuera culpa de ellos que lo hubieran capturado.
– Huyeron de mi, ¿verdad? -preguntó sin mirarles a cara.
– ¿Como que huimos de ti? Dios mío, pues claro que no -respondió Matt-. Tuvimos la gran suerte de poder escapar; Fue casi un milagro.
– En eso tiene razón. Tuvieron mucha mas suerte que yo.
– Creíamos que habías muerto.
– ¿Ah si? Si creyeron que había muerto, ¿como es que finalmente se decidieron a ir allí a rescatarme?
– Nos enteramos de que no habías muerto.
– Vaya, vaya.
Molesta por la truculencia de Van, Susan se marcho. Matt se lo llevo a pasear por el bosque. Van cojeaba y su forma de caminar recordaba la de las criaturas. Mientras andaban por un sendero, Matt advirtió que Van no le había preguntado nada sobre los homínidos, ni sobre Kellicut, ni tampoco sobre el valle. Estaba tan obsesionado por su cautiverio que no pensaba en otra cosa.
Llegaron a una arboleda en la que había un árbol caído.
Matt se sentó en el, se quedó mirándolo fijamente y le preguntó algo que deseaba saber hacia tiempo.
– Dime una cosa, antes de que se produjera el desprendimiento, cuando corríamos por el túnel, ¿recuerdas que nos dijiste, cuando estábamos escondidos, que cerráramos los ojos? -Van asintió-. ¿Por que lo dijiste?
Van se echó a reír.
– Hay tantas cosas que no saben.
– Tutéame, por favor -interrumpió Matt.
– No tenéis ni idea de lo que ocurre, ¿verdad? Os creéis muy listos y no sabéis nada de nada.
Matt se contuvo. Necesitaba respuestas; criticar con dureza a aquel hombre patético le serviría para fortalecer su ego, pero había cosas mas perentorias.
– ¿Por que no me instruyes entonces?
– ¿Por que no haces un esfuerzo tu solito?
– Porque ya lo he hecho.
– ¿Y a que conclusión has llegado?
– Que es evidente que nos has mentido desde el primer día y que nos has utilizado. Sabias que los neandertales existían. Tu y Eagleton jugasteis con nosotros; nos enseñasteis el cráneo pero no lo necesitabais para que os confirmara su existencia porque disponíais de pruebas. Dios. Seguramente hasta habíais hecho experimentos con ellos.