Todos esos dibujos que empiezan mostrando primate inferior y terminan con el Homo sapiens denotan absoluta confianza en si mismo y responden a un error de interpretación. No existen los llamados ‹‹animales superiores››. Todos somos iguales, todos estamos en el mis fango. En un milenio unos ocupan el lugar predominante, en el siguiente son otros los que llevan la delantera; todos nos esforzamos y cambiamos, no hay ninguno intrínsecamente superior. No existe ningún plan grandioso
Eagleton se dio cuenta de que aquello a Kane no le interesaba lo mas mínimo y, a decir verdad, tampoco a el le interesaba mucho. Pero era su táctica habitual.
– Kane -dijo dando por terminada la conversación-, hace cinco semanas que perdimos todo contacto. Quiero que mañana al romper el alba usted y sus hombres estén la montaña.
Justamente por lo mismo que Eagleton hablaba y hablaba excitado, al sentir que estaba a punto de iniciar una aventura de desenlace imprevisible, Kane estaba tranquilo, con un gran dominio de si.
– Si, señor-respondió fríamente.
El ataque se produjo por la noche. A Matt y a Susan les pillo desprevenidos. En la negrura aterciopelada las estrellas brillaban cual cristales salvo en el oeste, donde la luna, casi llena, estaba suspendida sobre el valle. No hacia viento. Hacia unas cuantas horas que había cesado el ruido de los tambores pero Matt apenas lo había advertido. La mayoría de los homínidos estaban en sus chozas. Habían reaccionado con gran indiferencia cuando una noche, días atrás, había empezado el fragor de los tambores; parecía que estuvieran resignados a la catástrofe, aunque era imposible saber si la resignación se debía al presagio o a la conmoción que les había ocasionado el terremoto.
Primero se oyeron gritos. Eran tan estridentes y salvajes que les traspasaron el corazón cual flechas; era un gritó universal de las cuerdas vocales que ni Matt ni Susan habían oído nunca; eran extraños porque, aunque de tono grave, eran sin embargo fuertes. Al punto vieron que se trataba de gritos de guerreros a la carga; les siguieron chillidos de miedo y dolor, y después una mezcla de alaridos cuando los cuerpos se desplomaban por los golpes de las porras.
Susan corría al lado de Matt con los pelos tapándole el rostro; el terror se reflejaba en sus ojos y en su tez pálida. Al cabo de nada se detuvieron debajo de un árbol que había en lo alto de una colina y, al mirar hacia el emparrado que habían dejado atrás, entre tinieblas, les pareció ver ramas y hojas cayendo y el movimiento de unos cuerpos rechonchos corriendo a grandes zancadas entre los desechos. Esperaron un momento para recobrar el aliento y siguieron su marcha por un sendero por el que se llegaba al poblado por la parte de atrás.
Parecía que hubiese pasado un huracán. Había ramas y rocas por todas partes y las chozas estaban en llamas, despidiendo altísimas columnas de humo hacia el cielo nocturno. A pesar del humo, vieron unas figuras que corrían de un lado a otro gritando. No era difícil identificarlas. El grupo de los que habían emprendido el ataque llevaban pieles, y la cara y la parte superior del torso pintadas de rojo, azul y negro. Llevaban también antorchas y porras, que de vez en cuando alzaban para derribar los soportes de las chozas que luego incendiaban. Las victimas, sangrando, corrían presas del pánico buscando frenéticamente como escapar por todas direcciones.
En medio del caos, con la funda del revolver atada al cuello, estaba Quiuac, con sus ojos oscuros bajo las sobrecejas prominentes y el cuerpo resplandeciente. Alzo una mano el señal de triunfo, sosteniendo una porra por la empuñadura la agitaba apuntando hacia el cielo nocturno y dio un feroz alarido de victoria. En aquel momento, Matt y Susan vieron como una figura surgía de la oscuridad; muy despacio s acercó a el, con una lanza en la mano.
– Es Lanzarote -susurro Susan, que le cogió la mano Matt.
Cuando la figura se le acercó, Quiuac corto en seco su grito y se volvió lentamente hacia el. Todo pareció detenerse los renegados se quedaron petrificados, mirando. Quiuac se irguió; la piel blanca y negra que llevaba en la cabeza fulguraba a la luz del fuego; las plumas que llevaba en las muñecas se erizaron. Se quedó inmóvil; solo bajo la porra con el brazo derecho y se la puso a la espalda, tal como había hecho cuando mato a Rudy. Lanzarote levantó la lanza y se acercó mas a el. Matt dibujo una trayectoria imaginaria en el aire hasta alcanzar a aquel ser salvaje y burlón. Le miraba fijamente el corazón. ¡EI corazón, pensó, apuntale al corazón!
Hizo un esfuerzo por imaginar a Quiuac desplomándose con cara de sorpresa y la caja torácica abierta, chorreando sangre.
De repente, casi imperceptiblemente, Quiuac se quedó con el cuerpo petrificado; giro ligeramente la cabeza hacia un lado y luego hacia otro; era un movimiento extraño que recordaba el de los lagartos; parecía que estuviese buscando algo. Tenia una expresión de desconcierto en el rostro.
En aquel momento Lanzarote arrojo la lanza, que atravesó el aire rauda y poderosa. Se arqueo gracilmente, avanzando cada vez mas rápido, pero en una fracción de segundo, justo antes de alcanzar su objetivo, Quiuac, con un movimiento increíblemente veloz, levantó la porra y desvió la trayectoria de la flecha. Hizo una mueca, que dejo al descubierto sus dientes amarillos, y camino en dirección a Lanzarote, que no se había movido. Cuando alzo la porra para descargarla sobre Lanzarote, este se protegió con el brazo, pero fue un golpe fuerte que le rompió los huesos. El brazo le cayo al costado y Quiuac se quedó de pie a su lado; después volvió a coger la porra y le asesto un golpe mortal en el cráneo. Lanzarote cayo boca abajo; alrededor de la cabeza se formo pronto un charco de sangre que era casi un circulo perfecto, como un aura roja.
Matt noto como Susan le apretaba mas fuerte la mano. Sabia que era imprudente quedarse tan cerca de allí, pero pensaba que tenían que huir despacio y utilizando la cabeza.
Probablemente la excitación producida por el ataque sorpresa y el entusiasmo provocado por el enfrentamiento entre Quiuac y Lanzarote les había impedido detectarlos.
Incluso en aquel momento, Quiuac, de pie sobre el cuerpo sin vida de Lanzarote, parecía a ratos algo distraído, como si inconscientemente supiese que estaban ahí; de vez en cuando erguía la cabeza de una manera que dejaba a Matt sin respiración, porque daba la impresión de que estuviera oliendo corrientes invisibles.
Matt vio que Susan estaba luchando por contener el pánico; también el pugno por calmarse, aunque fue mas bien por miedo -de hecho, era una superstición-a que el pánico atrajese la atención de las criaturas, como una bandera roja ondeando al viento. Retrocedieron lentamente y se dirigieron hacia la maleza, cerrando de vez en cuando los ojos, y con mucho tiento para no mover ninguna rama.
Pronto llegaron al sendero. Era oscuro ahora, porque el humo de las chozas cubría la luz de la luna; solo podían ver a una distancia de escasos metros y tenían que avanzar sigilosamente. Los gritos y el caos habían disminuido; rodearon el poblado y luego se acercaron a el por otra dirección. En aquel lugar parecía desierto. Susan se tambaleo y miro al suelo; había pisado un cadáver. Dio un respingo horrorizada y se llevo las maños a la cabeza.
– Matt, me parece que no voy a ser capaz de hacerlo. No aguanto mas.
– Ya lo se. A mi me pasa igual.
– Es lo mas horrible que he visto en mi vida. Es el mal. Esta criatura es el mal.
– Y pensar que Kellicut cree que es un espécimen superior
– ¿Donde esta Kellicut?
– No tengo ni idea.
– ¿Y si lo han cogido?
Como si hubiesen llegado a un acuerdo tácito, los dos se volvieron y se encaminaron sigilosamente hacia el poblado, por detrás de las chozas en ruinas. El humo era denso y bajo, como una bruma acre. Se detuvieron para descansar detrás de una choza y se agacharon; oyeron un débil gemido que procedía de una de las chozas. Lentamente se acercaron a la entrada.