Выбрать главу

Van estaba tendido en el suelo, revolcándose como si estuviera herido. Pero a la luz de la luna no vieron sangre. Se cubrió las sienes con las maños y los miro con una expresión vacía y desesperada. Corrieron hacia el, se agacharon a su lado y le ayudaron a sentarse. Tenia el cuerpo debilitado y empapado de sudor.

– ¿Que te pasa? -Preguntó Matt-. Por el amor de Dios, ¿estas herido?

Van meneo la cabeza, pero era difícil interpretar aquel gesto. Respiraba con dificultad, como si deseara hablar; entonces, agarrándole el brazo a Matt con fuerza, dijo:

– Te dije que vendrían. Lo sabia. Me buscan.

– No digas tonterías. No tienes ni idea de lo que buscan.

Si quisieran encontrarte, ya lo habrían hecho.

– Ya me han encontrado.

Van hizo una mueca de dolor, se froto los ojos y se armo de valor. Se puso en pie, se paso los dedos por el pelo y se inclino para sacudirse los pantalones, un gesto que a Matt le recordó el primer día que le vio en la excavación, en Djibouti.

– Bueno -dijo con una calma inexplicable-, ha llegado la hora. Me esperan fuera.

Susan y Matt se dirigieron a la salida y miraron por entre las ramas entrelazadas. El claro estaba vació unos momentos antes; ahora estaba lleno a rebosar. Las criaturas se habían dispuesto en semicírculo delante de la entrada. Repentinamente, a escasos metros, empezaron a redoblar los tambores, cuyo eco se oyó por todo el valle. Quiuac estaba justo delante de la choza; con una mano sostenía la funda del revolver, con la otra, la porra. Estaba de pie en un tronco, cosa que le hacia parecer todavía mas alto de lo que era, y miraba la choza con expectación. Entre el ruido de los tambores, el humo y el fuego, tenia todo el aspecto de una fuerza demoníaca de la naturaleza.

– Las cosas no han ido como esperaba-dijo Van por fin.

Los miro a los dos a la cara y meneo la cabeza-. ¿Os acordáis de la nota que deje en el hotel? -preguntó-. ¿Cuando decía que algunos de nosotros no somos representantes dignos de nuestra especie? Cuando lo escribí, pensaba en mi mismo. Pero no es cierto, ¿sabéis?

Luego se cuadro de hombros y salio fuera.

En cuanto vieron a Van, las criaturas se quedaron petrificadas. Los que tocaban los tambores se pararon en seco, con los brazos suspendidos en el aire; no se oía ningún ruido, tan solo el lejano crepitar de las llamas, y el polvo y el humo flotaban en la brisa nocturna. Van estaba en medio del semicírculo, como un actor en medio del escenario. Mirando por entre el ramaje de la choza, Matt y Susan solamente le veían la cabeza, que tenia muy erguida, de espaldas. Les pareció que las criaturas estaban atónitas, a pesar de las líneas pintadas de color ocre que les cubrían el rostro y que daban la sensación de que llevaban mascaras de una crueldad infantil.

Van se planto enfrente de Quiuac, que estaba ahora de pie delante del tronco, y le miro a los ojos, no con expresión suplicante, como Rudy, sino con arrogancia. Le dio la espalda a aquella enorme criatura y empezó a dar una vuelta alrededor de el; Matt y Susan vieron entonces sus ojos, que le brillaban. Cuando termino de caminar en circulo, volvió a plantarse delante de Quiuac; inclino la cabeza hacia atrás y le escupió. El escupitajo aterrizo en la mejilla de Quiuac y le resbalo por el pechó pintado.

Los otros se prepararon para la acción, como si el gesto desafiante de Van hubiera roto el encantamiento; lo rodearon y desapareció bajo una maraña de brazos y porras. En un momento dado su cabeza sobresalió del tumulto; un puño le había agarrado de los pelos. Le tiraron al suelo, le pusieron las maños a la espalda y le ataron a un madero. Le doblaron las piernas hasta romperle las rodillas y Van lanzo un gritó de dolor; le ataron los pies por la parte posterior de los muslos; estaba tendido boca abajo, como un pollo antes de ser metido en el horno.

No le habían tapado la boca e hizo uso de esa libertad que aun le quedaba: empezó a gritar obscenidades, entre histérico y airado. Volviendo la cabeza hacia Quiuac, le chillo:

– ¡Hijo de puta! ¡Te cogeremos! ¡Y antes de lo que crees!

Cuatro de las criaturas se quedaron paradas; le cogieron casi con delicadeza y le depositaron encima del tronco, balanceándolo de tal modo que la cabeza y el cuello le colgaban. Entonces lo desataron, le colocaron las maños alrededor del tronco, volvieron a atarlo y trajeron una piedra delgada y larga como una losa, que le pusieron debajo de la barbilla. El extremo era tan afilado como una guillotina; solo al tragar saliva Van se corto el cuello y sangro; la sangre le resbalo por su piel blanca hasta pegársele en la pelambrera.

Van recito el padrenuestro. No sabia por que le vino a la cabeza aquella oración, que no había repetido desde la infancia; ni siquiera era consciente de que recordaba las palabras. A continuación recito unos versos que le salieron sin ningún orden ni concierto; era una mezcla de nanas, de versos de Yeats y un pareado de Shakespeare. Cantó The StarSpangles Banner, desafinando las notas agudas.

Las criaturas afilaron los palos y los apoyaron junto al tronco para que no se moviera, mientras Van seguía hablando y cantando. Canturreo unos trozos de Onqard, Christian Soldiers, mientras los otros ponían tierra contra el tronco para que se aguantara mejor. Levantaron una nube de polvo que le envolvió la cara, pero el siguió con sus canciones. Cuando los que tocaban los tambores volvieron a la carga, Van canto el Batlle Hymn of the Republic como contrapunto: ‹‹Mine eyes have seen the glory of the coming o, the Lord…››.

De la negrura surgió una criatura que llevaba otra piedra pesada en forma de disco. Cuando el ruido de los tambores aumento, se acercó al centro del claro y se detuvo delante d Van. Levantó lentamente la piedra por encima de su cabeza como si fuera una barra con pesas, moviendo un poco los pies para mantener el equilibrio. Susan aparto la mirada pero Matt creyó que debía aguantar y presenciarlo. ‹‹His truth is marching on…››

La piedra cayo con tanta fuerza que lo único que se alcanzo a ver fue una masa borrosa en movimiento. Le corto la espina dorsal y cayo sobre la piedra que había abajo, donde se aguanto precariamente un momento antes de caer al suelo. Cuando Susan alzo la vista, el cuerpo de Van estaba atado al tronco, decapitado.

Los redobles de los tambores empezaron a cambiar de ritmo o, mejor, prescindieron del ritmo. Quiuac estaba inmóvil; el tronco que tenia a sus pies echó a rodar y se paro cuando el cuerpo choco contra el suelo. La sangre salía a chorros de la yugular de Van como el vino del cuello de una botella rota. El verdugo se agacho, cogió la cabeza de Van por el pelo, la coloco en un cuenco de terracota muy grande que dejo a los pies de Quiuac y se echó hacia atrás cuando este dio un alarido largo y profundo de guerrero victorioso.

Matt estaba demasiado traumatizado por lo que había visto para pensar en moverse de allí, pero ahora estaba claro que no había otra salida que escapar. Cuando volvió la cabeza y miro el interior de la choza, se le partió el alma; la única salida era la puerta por la que había pasado Van; era imposible salir por ahí sin ser vistos por la multitud. Seria muy difícil acceder al exterior por las ramas entrelazadas que había en la parte trasera sin hacer ruido. Susan miraba al suelo, haciendo un esfuerzo por sobreponerse. Había oído todos los ruidos que se habían producido fuera y estaba tan acongojada como si hubiese presenciado la ejecución. Matt se preguntó si seria muy arriesgado quedarse donde estaban; tenia la esperanza de que el jaleo seguiría distrayendo a las criaturas. Quizá Van tenia razón al decir que habían ido a por el, y solo a por el.

Pero, en cuanto lo pensó mejor, se dio cuenta de que no era cierto. Quiuac tenia aspecto de estar nervioso, como si estuviera a punto de otear el horizonte tras haber permanecido distraído unos instantes. Levantó su protuberante cabeza, miro en derredor y luego, como un sabueso que husmea a su presa, clavo la mirada en la choza. A Matt le temblaron las piernas y se quedó sin sangre en las venas.