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– Atención. X-Veintisiete. ¿Me escucha? -Volvió a poner en su sitio el micrófono y dijo, aunque no hubiera ninguna necesidad de ello-No puedo contactar con ellos.

– ¿Y que sugiere?

El piloto volvió a encogerse de hombros. Kane sintió la rabia en las sienes, cosa que, como sabia muy bien, no era lo mejor para tomar decisiones. En los momentos cruciales siempre había peligros y encrucijadas y era fácil equivocarse de camino. Pero era imposible echarse atrás sin humillarse.

– Muy bien, aterrice.

– No va a ser fácil. Antes deberíamos desembarazarnos de parte de la carga. Incluso usted deberá tirarse.

Kane asintió demasiado enérgicamente.

El helicóptero bajo sin visibilidad. El piloto estaba concentrado en el panel de control con la mano en la palanca.

Las sacudidas eran continuas.

– ¡Abrid la puerta! -gritó el piloto, haciendo un ademán con la cabeza a los que tenia detrás de el-. Dígales que arrojen todo lo que puedan.

Kane dio la orden. La puerta se abrió haciendo ruido y al instante la cabina se lleno de un viento helado que se arremolinaba y de nieve. Lanzaron pertrechos al aire, que al instante desaparecieron en la blancura.

– Voy a ir todo lo despacio que pueda, pero no podré aterrizar-gritó el piloto.

No estaba tan altivo como antes. Volvió la cabeza y miro hacia abajo. A Kane no le gusto; ¿no le bastaban los instrumentos? También el miro hacia abajo. No se veía nada, excepto la blancura. Se sentía como si estuviera en la proa de un barco mirando si veía escollos. Una vez lo había hecho.

¿Donde?

De pronto vio unas rocas; una superficie negra horrible que sobresalía de la nieve. El piloto soltó una maldición. El helicóptero se inclinó. Kane vio que las aspas se decantaban y giraban con torpeza. A continuación se oyó un ruido terrible; los hierros se deformaban y se rompían; sintió un escalofrío en la columna vertebral cuando el helicóptero se estrelló contra las rocas.

Antes de ponerse en marcha rumbo al lago, Susan había preparado un hatillo con algunas de sus pertenencias: el espejo de bolsillo, un peine, jabón y una afilada esquirla de pedernal. Se había puesto los últimos pantalones que le quedaban, unos vaqueros viejos y descoloridos, y una camisa de franela que había encogido. Siguiendo el sendero del bosque, al llegar a un punto donde las sombras de los árboles formaban en el suelo manchas de luz solar, Susan seguía preocupada repasando sus temores una y otra vez para examinarlos desde todas las perspectivas posibles.

La noche anterior, Matt le había hablado de su conversación con Van. Susan se quedó horrorizada al enterarse de la falsificación de la nota en el hotel, y no tuvo que preguntar por el significado de que el transmisor llevara varias semanas radiando su posición.

– Nos han utilizado -le había dicho Matt-. Somos la cuna en una operación de gran envergadura que va a hacer pedazos esta montaña como un hacha, a menos que se nos ocurra alguna manera de evitarlo.

– La única manera de evitarlo es largándonos de aquí y reuniéndonos con ellos -dijo Susan-. Así podremos despistarlos con alguna otra cosa.

– No tenemos mucho tiempo-replico el-. Como máximo unos días.

– Necesito quedarme un día mas. Quiero ir a ver a Ojo Oscuro. Es una corazonada, pero creo que podría ayudarme a resolver un acertijo… algo que vi en la caverna.

Le describió con detalle a Matt el enigma de Khodzant, especialmente los paneles que faltaban. Se lo dibujo como mejor pudo de memoria, destacando el retrato del solitario neandertal enfurecido del final. Sabia que el propio enigma era una llave que les abriría la puerta de un misterio aun mayor.

– ¿Como lo sabes? -le preguntó Matt.

– Lo se y basta -replico ella-. Puede que tenga percepción extrasensorial.

– Vamos, Susan. Ya tenemos bastantes problemas. No me vengas ahora con poderes síquicos.

Susan había cogido el dibujo, y ahora lo llevaba consigo; lo saco y lo contempló una vez mas. Era una reproducción aceptable. Se encrespo al recordar el comentario de Matt.

No cabía duda de que estaba asustado, y Susan tenia que reconocer que ella también. Habían salido mal demasiadas cosas. Le preocupaba que los hombres de Van diezmaran la tribu. Y dudaba de que la incursión de los renegados en el poblado fuera la ultima vez que tuvieran noticias suyas. Con el tiempo olvidarían la conmoción del ataque de Sergei, y lo que los había convertido en depredadores, fuera lo que fuese, se había sublevado; tenían ganas de pelea.

Necesitaba pensar. Ya en el lago eligió un lugar retirado -curiosamente, el pudor no la había abandonado por completo-, se desabrocho la blusa y la colgó de una rama. Se desabrocho también los vaqueros, se los quito al mismo tiempo que los pantis, metió los pies en el agua y tanteo el fondo buscando una plataforma segura antes de zambullirse. Aunque el agua estaba caliente, noto que sus pezones se endurecían con el cosquilleo de las burbujas ascendentes. Cuando empezó a cansarse, salio a la orilla, se enjabono todo el cuerpo y volvió a sumergirse en el lago.

A pesar de su ostensible miedo, Susan sabia que estaba a punto de dejar atrás una satisfacción que nunca antes había conocido. Era difícil aislar las hebras que la componían. Sin duda, estaba la vertiente profesional, el hecho de que toda una vida de curiosidad científica se hubiera visto recompensada por los descubrimientos que había realizado aquí. Después estaba la confianza nacida de sobrevivir en un terreno agreste gracias a su propio intelecto. Pero a un nivel mas profundo había experimentado una serenidad completamente nueva para ella, como si todos sus demonios, la horrible ansiedad que solía caer sobre ella como una nube surgida de la nada, hubieran sido exorcizados por fin.

Una razón era aquel increíble valle, que abría las puertas a un universo mas amplio. Susan se sentía conectada a la vida y a la muerte de una manera nueva, no como una insignificante motita de carne y hueso que pasaba por la vida en un abrir y cerrar de ojos, sino como parte de una evolución eternamente en marcha. La vida tenia un significado, después de todo. Era como escalar una montaña para alcanzar una cima desde la que pueden verse todos los promontorios y laderas que has dejado atrás; en cuanto les echas la vista encima te das cuenta de que tu pasado no se ha perdido, sino que se extiende ante ti, inmovilizado en el tiempo y repleto de significado.

Su relación con Matt se había hecho mas profunda. Estaba segura de ello. Lo sabia por como se sentía cuando le miraba y porque sabia como se sentía el cuando la miraba a ella. El amor entra por los ojos, escribió Yates.

Se sentó en un tronco y se corto el pelo con el pedernal, escalándoselo como podía y comprobando a menudo los resultados con el espejo de bolsillo. Se miro y vio un mechón de pelo mojado que colgaba ante su mejilla y un ojo verde, oscuro y rasgado, alrededor de una pupila negra. Con el duro tacto del pedernal en la otra mano, un placentero estremecimiento recorrió su espina dorsal; se sintió primitiva, terrenal en su desnudez, fuerte y sensual. Dejo el espejo apoyado en el suelo y se fue moviendo para ver el reflejo de su cuerpo, los muslos, el vientre, los pechos. ¿Donde había hecho lo mismo antes? En aquella habitación del hotel de Khodzant, hacia ya tanto tiempo, cuando era una persona distinta.

De pronto, Susan percibió que no estaba sola. Se volvió; allí, sobre un promontorio rocoso que tenia detrás, estaba Kellicut. No la saludo con la mano o con un gesto de la cabeza; simplemente se la quedó mirando. Susan recogió su ropa, molesta. Aun así, aunque no lo esperaba con muchas ganas, necesitaba hablar con eclass="underline" no le había visto desde antes de la incursión. Pero cuando le busco con la mirada, había desaparecido con la rapidez de la sombra de una nube cruzando el suelo del valle.

Se vistió lenta y meticulosamente, sumida en sus pensamientos. De pronto supo lo que tenia que hacer. Guardo el espejo en el bolsillo delantero de sus vaqueros y tomo el sendero que conducía al poblado.