Ojo Oscuro estaba en su choza. Susan no supo si estaba enterado de que iba hacia allí pero la miro con su ojo sano cuando entro. Ella se sentó, saco del bolsillo el dibujo del enigma y lo desplegó en el suelo frente a el, bajo la luz que se colaba por la puerta abierta. Ojo Oscuro lo miro durante largo rato con expresión pétrea. Después se levantó lentamente, y cuando Susan hizo lo propio, le agarro el brazo con su mano parecida a una garra y la llevo fuera.
Tomaron un sendero que Susan no había visto hasta entonces a través de un follaje de olor acre y asfixiante. A partir del bosque era muy empinado, y a medida que se acercaban a la pared del valle, se multiplicaban las piedras y los cantos rodados, y también los surcos excavados por el agua de lluvia, por lo que la marcha era laboriosa. La agilidad de Ojo Oscuro la asombro; avanzaba a buen paso por delante de ella, hasta el punto de que Susan pronto estaba sin resuello. El anciano utilizaba su báculo como bastón de paseo, e incluso cuando ella le perdía de vista podía oírle golpear el suelo como si la estuviera llamando.
Al cabo de un rato llegaron a una ladera cubierta de matorrales y después superaron el nivel de las copas de los árboles. En la cima había una cueva, donde se detuvo a esperarla. Los picos de contornos irregulares se elevaban como torres aparentemente muy próximas. Un promontorio de roca blanca atrajo su atención; sobresalía de la roca circundante como un hueso y tenia una forma curva ondulada. Lo contempló largo rato; le parecía extrañamente familiar. A medida que la cortina de niebla que lo cubría se desplazo y le permitió destacar nítidamente contra el cielo azul, Susan pensó que nunca había visto nada que se pareciera tanto a un puno cerrado visto por detrás.
Ojo Oscuro entro primero en la minúscula cueva, cuya estrecha entrada hizo sentir claustrofobia a Susan. Olía a almizcle. Había dos grandes piedras para que se sentaran frente a frente. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, Susan vio en una esquina un montón de huesos amarillentos y agrietados, por su aspecto muy antiguos. En aquel rato, el anciano homínido que se sentaba ante ella en una piedra con la espalda apoyada en la pared parecía haberse encogido. Se descolgó su bolsa del cuello, la deposito cuidadosamente en el suelo y la abrió, poniendo al descubierto un puñado de hojas de enredadera. Las arranco como si pelara un plátano y utilizo una de ellas para apartar y recoger una brasa aun encendida. Cogió un puñado de hojas secas de un rincón, las dejo formando un montoncito y les acercó la brasa. Soplo sobre la diminuta llama hasta que prendió y empezó a chisporrotear. Inclinándose hacia delante desde su asiento de piedra, inhalo rápidamente el humo. Cuando Susan le imito, noto que su respiración se aceleraba y que la cabeza empezaba a darle vueltas.
Ojo Oscuro arrugo un trozo de hoja seca sobre la palma de su mano, saco una pipa de su bolsa, la cebo con la hoja, la encendió y aspiro tres o cuatro rápidas pipadas; después se la tendió a Susan. Noto en los labios el calor de la boquilla y el humo le abraso la garganta a su paso. Lo retuvo en sus pulmones todo el tiempo que pudo y luego lo exhalo lentamente. La cueva empezó a rodar y a encogerse aun mas. Susan dejo la pipa y se irguió en su asiento, pero no coordino bien sus movimientos y casi se cae de espaldas. El humo le irritaba los ojos, y mientras observaba las rendijas de las paredes de la cueva, sintió que Ojo Oscuro la miraba y que algo ardía en su interior. Sus entrañas se agitaron como si su cuerpo se estuviera volviendo del revés, y su cabeza se abrió de par en par, expandiéndose hasta abarcar el humo, la cueva y la marchita criatura que se sentaba frente a ella. Se dio cuenta de que el anciano estaba cantando; era un cántico agudo e inquietante.
Susan se sintió desfallecer. El piso de la caverna se abrió y la engullo. Su mente fue invadida por extrañas visiones: pensamientos lúgubres, alucinaciones. Descendía por un largo túnel del tiempo que giraba y se retorcía a medida que ella caía por su interior, siguiendo siempre al llameante ojo que la guiaba. Las paredes de la cueva se encogieron hasta que Susan noto que recubrían su piel como una membrana que se estrechaba a su alrededor y la empujaba hacia el túnel. Transcurrieron los eones. De pronto advirtió que su mente estaba suspendida ante la caverna, y al mirar hacia abajo vio la llanura, pero ahora sin árboles. Dos tribus se enfrentaban entre los peñascos. Olía intensamente a almizcle y humedad, y se oía el ajetreo de las sombras. Ahora las llamas danzaban sobre la pared cubierta con siluetas humanas esquemáticas pintadas con arcilla roja. La oscuridad era total a su alrededor, acompañada por gruñidos y pasos apresurados, el tacto del pelo mojado, el olor de la transpiración y el miedo.
En el túnel del tiempo, las dos tribus de guerreros son muy distintas. Una tribu es robusta, musculosa, con la cabeza prominente y unas protuberancias óseas encima de la frente aplanada. Proceden de las montañas del norte y hablan en silencio. La otra tribu es ágil y esbelta, diseñada para correr, de huesos delgados y frente lisa. Hablan con sonidos y proceden del bosque del sur. Ambas tribus han aprendido a distinguir que antílope esta débil o herido y que tigre con dientes de sable esta a punto de atacar. La naturaleza ha sido una buena maestra en su jardín de infancia. La supervivencia consiste en reconocer diferencias y elegir bandos, y por eso las dos tribus están en guerra, una lucha primordial entre especies.
Flotando mentalmente como un ave, Susan mira hacia abajo desde las alturas y contempla a las tribus en combate.
Se pavonean y fanfarronean con sus porras y lanzas. Avanzan a la carrera y retroceden, puntos cambiantes sobre la llanura rocosa. Un bando ataca y el otro huye; después intercambian los papeles. El penetrante olor a almizcle y hojas húmedas, orina y humo no desaparece.
Susan ve que el ojo sano la perfora; tiene la sensación de que se esta contemplando a si misma, viendo la roca que hay detrás de su cabeza y después flotando de nuevo por el túnel. Una vez mas, las tribus se enfrentan. Blandiendo las porras, chocan como dos olas que se estrellan una contra otra.
Las armas aplastan cráneos y columnas vertebrales. Algunos caen de rodillas. La sangre salpica las rocas. Una cabeza se raja de un golpe y los sesos se desparraman. Los bandos se separan con grandes aullidos y mas baladronadas.
Los muertos son enterrados en árboles tras sacarles los ojos.
Después, con nuevos gritos y amagos, el combate vuelve a empezar. Se abalanzan unos contra otros y chocan, dos oleadas que se estrellan con el sonido de las porras al machacar la carne y los huesos. Desde lejos, cerca del monte en forma de puno, las acometidas parecen extrañamente irreales y el sonido llega amortiguado. Las dos tribus se reúnen en la llanura y se separan por tercera vez, dejando atrás cadáveres tendidos en el suelo, como olas que lamen la orilla haciendo rodar los guijarros y de pronto abandonándolos inmóviles en la playa.
El tiempo pasa, se impone la paz. Ahora las dos tribus se aproximan cautelosamente, pero no en pie de guerra. Avanzan lentamente hacia la otra desde extremos opuestos de la llanura rocosa con las armas bajas. Se miran nerviosamente a medida que se acercan. Se detienen a unos diez metros de distancia y dejan caer sus armas. Despacio, se incorporan sin despegar la vista de los otros y muestran sus maños vacías con las palmas hacia arriba. Caminan entre las porras y siguen avanzando lentamente con gestos de nerviosismo. De repente se produce una brusca agitación que levanta una gran polvareda. La tierra se abre y se traga a todo un bando; desaparecen por docenas en fosas que aparecen bajo sus pies.
Aullando de alegría, los mas ágiles atacan, dejando caer una lluvia de piedras y tierra sobre el enemigo con la intención de enterrarlo. Apresados en las trampas, los de la frente prominente chillan de terror, pero la tierra les llueve encima hasta que ahoga sus gritos y los envuelve como un alud. Los cubre a todos por completo, lenta e inexorablemente, hasta que solo queda una zanja, y en ella se revuelve enloquecido el líder, que aporrea las paredes con los puños echando la cabeza hacia atrás. A pesar de la tierra que cae pesadamente sobre el, se mantiene erguido y alza la barbilla. Muestra los dientes, abre la boca y prorrumpe en un largo alarido gutural de rabia, impotencia y angustia por la traición que ha cometido con el y con su tribu el nefasto enemigo de cráneo estrechó. Su aullido se eleva por la montaña y se prolonga retumbando como un eco en el valle y a través del bosque hasta mucho después de que la tumba este cubierta hasta el borde.