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Por no hablar de que no existía ningún destino para aquel túnel, aparte de que sus carceleros se percatarían al instante de sus intenciones.

Por una ironía del destino, se hallaba en el foso de Van Lo examinó. La zanja había sido excavada a mayor profundidad desde la ultima vez, de modo que no merecía la pena ni intentar salir. Susan tampoco podía ver nada de la caverna aunque se pusiera de puntillas en un extremo. Realizaba todos estos experimentos para olvidarse del peligro.

Después de caer en la trampa le ataron los brazos a la espalda con un dogal tan apretado que casi gritó de dolor Creyó que la desmembraban por las articulaciones de sus hombros. La llevaron brutalmente, colgada cabeza abajo de cara al suelo. Solo veía las piernas de sus secuestradores sus gruesos tobillos y el dedo gordo desplazado que se hundían en el fango. Girando la cabeza consiguió vislumbrar la parte inferior de la pared de roca, y por los movimientos de los homínidos supo que corrían cuesta abajo.

La oscuridad le indico que entraban en la cueva. La pared rocosa se iluminaba a su altura de trecho en trecho con la luz de las antorchas. En tres ocasiones se raspo el hombro las rodillas cuando tomaban una curva cerrada. Dieron tantas vueltas en su recorrido que le resulto imposible memorizarlo. La sangre se agolpaba en su cabeza, pero no perdió el conocimiento.

Se puso en pie dentro del foso y examino su cuerpo. No le habían atado los pies, pero todavía tenia las maños sujetas a la espalda con el dogal. Le dolían los hombros y, cuando se agachaba, el dolor atravesaba sus articulaciones, pero no tenia nada dislocado. La camisa se le había desabrochado durante la emboscada y tenia un corte en la parte superior del torso. Además, tenia una contusión en la frente, de cuando la arrojaron al foso. Miro a su alrededor. Había numerosos huesos esparcidos por el suelo y Susan se agacho para estudiarlos con mirada experta. Eran de animales y las pequeñas muescas de los lados eran obra de colmillos humanos, por lo que supuso que se trataba de restos de comida, no de victimas humanas. Era un consuelo.

Se preguntó si Matt tendría la mas remota idea de que le había sucedido. ¿Y si nadie había presenciado la emboscada? ¿Y si Ojo Oscuro estaba demasiado adelantado? Había hablado con Matt sobre los secuestros que perpetraban los renegados entre los miembros de la tribu, por lo que tal vez, al ver que no regresaba, llegaría a la conclusión de que la habían raptado. Pero ¿cuanto tardaría en imaginárselo? ¿Y después que haría? Susan sabia que Matt intentaría rescatarla, que nunca la abandonaría, pero ¿existía algún plan capaz de garantizar siquiera una remota posibilidad de éxito?

Repaso mentalmente los objetos que conservaba. No era gran cosa, pero tenia el espejo en el bolsillo delantero. Flexiono el torso para comprobar si todavía estaba entero. No noto el crujido de cristales rotos. Torció la cintura como pudo y trato de llevar las maños atadas a la parte delantera de los pantalones, pero ni siquiera logro introducir un dedo en la orilla del bolsillo.

Oyó un ruido por encima de su cabeza. Miro hacia arriba y vio a una criatura que la miraba burlonamente, apoyada en una lanza. Sintió una oleada de repugnancia. Era tan espantoso que su presencia podía adivinarse solo por el hedor que desprendía. En sus ojos brillaba una chispa de inteligencia, pero era el reflejo de la astucia, no el nítido resplandor de un ser noble.

¿Quien te has creído que eres, quiso espetarle Susan, para mirarme de ese modo, como si yo fuese un animal enjaulado en un zoo? Permaneció inmóvil, erguida; quería proclamar con la frente bien alta: ¿como osáis tratarme así, a mi, a una Homo sapiens? Entonces notó que se le llenaba el cerebro, que una presencia extraña se revolvía en su cortex como un enorme coagulo de sangre negra.

La sensación duro unos minutos; después, la criatura empuño la lanza y se alejo sin mirar atrás. Susan se estremeció.

La experiencia que acababa de sufrir no era calida e intima como con Levítico, sino dura, fría y amenazadora. Fue consciente de que había algo que la asustaba por encima de todo lo demás: el momento en que Quiuac concentrase su siniestra energía en su mente.

Matt estaba sentado en el emparrado con la cabeza entre las maños, meditando profundamente. Saco de la mochila el fragmento de cráneo de neandertal que le había regalado Kellicut y dejo que la cadena de plata resbalase entre sus dedos como si fuera arena. Fue en una vida anterior, en aquella excavación en el sur de Francia, hacia ya muchos años.

Hizo inventario de lo que habían traído del mundo exterior. Estaba la navaja, la grabadora, las bengalas de Van, el botiquín, dos sacos de dormir, unos metros de sedal de pesca, unas latas de comida, un plato de aluminio que también servía de cacerola y otros artículos. En la mochila de Susan había mas comida, tabletas de chocolate, cuadernos de notas, varias herramientas de arqueólogo y un cojín inflable.

Al verlo sonrió; era su única concesión al lujo y aun no lo había utilizado.

La imagen de Susan sola y asustada le estaba volviendo loco. No sabia adonde la habían llevado, y se imaginaba lo peor. Quizá pudiera intentar que lo secuestrasen también a el; por lo menos estarían juntos. Pero ¿y si no los encerraban juntos? Tal vez debía enviar a Sergei al exterior en busca de refuerzos, que no podían estar muy lejos. Pero ¿y si la expedición nunca había existido? Sergei y el quizá pudieran fabricar otro arco y mas flechas e intentar colarse en la caverna. No, no llegarían demasiado lejos.

Tenia que idear una estrategia. Susan y el habían conseguido rescatar a Van, pero entonces contaban con el factor sorpresa. Ahora no disponían de esa ventaja porque los renegados posiblemente esperaban el contraataque. ¿Y quien podía ayudarles, aparte de Sergei y uno o dos homínidos?

La tribu había sido diezmada durante la incursión y algunos de los mejores guerreros-cazadores, como Levítico y Lanzarote, habían muerto. Esta vez seria imposible escabullirse furtivamente por los túneles secundarios. Seguro que los renegados habrían apostado centinelas, no eran tan ingenuos ni incapaces de cazar planes como los humanoides del valle, y en tanto que buenos cazadores, eran expertos en distintas técnicas ofensivas y defensivas. Además, si apostaban centinelas, su poder los haría virtualmente infalibles.

Mientras reflexionaba, Matt recorrió con la mirada las sombras del bosque, las copas de los árboles, la penumbra del ocaso. Vio la luna hacia el oeste, un disco pálido casi completamente redondo. De repente se sobresalto, al recordar la teoría de Van sobre la luna llena.

Susan apoyó la cadera contra un saliente de la roca y consiguió enganchar la orilla del bolsillo. Lo desgarro con un brusco tirón y el espejo cayo al suelo, aunque en el ultimo momento consiguió amortiguar su caída con un pie. Se puso de rodillas y, cogiendolo por detrás, busco una rendija en la pared donde ocultarlo. Cuando se convenció de que el espejo estaba a buen recaudo, giro sobre si misma. Lo había dejado exactamente donde le convenía.

Después empezó a pascarse -como Van, pensó con un escalofrío-, y dejo vagar sus pensamientos. Si hubiera visto a Matt cuando bajaba de la montaña, si le hubiera podido contar lo que había averiguado en la cueva de Ojo Oscuro… Con toda seguridad, la lección del retablo era la clave de todo; era la piedra de Rosetta que iluminaba de pronto el periodo mas oscuro de la prehistoria. Pensó en las batallas entre ambas especies, Homo sapiens sapiens contra Homo sapiens neanderthalensis, y recordó la patética figura del neandertal del ultimo panel y la rabia que expresaba, tan perceptible como si la mismísima roca resplandeciera.

Matt había visto el boceto, pero ¿había entendido el mensaje? Si tuviera alguna forma de comunicarse con el… Se sentó, recostó la espalda contra la pared, cerró los ojos y se concentro.