Выбрать главу

Parecía imposible. Quizás estaba demasiado aterrorizada para concentrarse. Respiro hondamente cinco veces y se repitió que debía relajarse. Intento dejar la mente en blanco, como si borrase una pizarra. Primero se imagino a Matt, evocando una imagen de hacia muchos años. Después pensó en como era ahora, tal como lo vio en el instituto: las sienes plateadas, las arrugas alrededor de los ojos, las novedades con las que empezaba a familiarizarse. Recordó cuando hicieron el amor. Entonces intento evocarlo intentando utilizar regiones del cerebro que nunca antes había empleado. Repitió su nombre una y otra vez, mientras se imaginaba su rostro. Cuando creyó que lo tenia bien interiorizado, como si atesorara un diamante en un joyero, le habló en silencio. Repetía constantemente la misma idea, intentaba proyectarla como si transmitiera una señal de radio. Simplifica, se dijo. Una sola palabra, nada mas, repítela una y otra vez como un mantra: engaño, engaño, engaño. Lo llamaba por su nombre en silencio y cuando le parecía que llegaba hasta el volvía a repetir: engaño, engaño, engaño. Y así una vez, y otra, y otra, durante horas.

Matt cogió el dibujo del enigma y lo miro. Dejo que se le escurriera de entre los dedos, se llevo las maños a la nuca y contempló el cielo. Entonces tuvo la inspiración. Había dejado volar la imaginación, que era la manera de discurrir las mejores ideas. Repaso mentalmente toda la aventura, reviviéndola, pero esta vez redistribuyo las piezas en orden cronológico, no tal como le venían a la mente. Era como rehacer el enigma Khodzant para que tuviera sentido, reflexiono.

Al principio desaparece gente del Pamir. El gobierno de Estados Unidos se entera. Capturan a un humanoide. El instituto se ocupa de el, legitimado como centro de investigación. Realizan experimentos con el homínido, clasificados al máximo nivel, y bautizan el asunto con el nombre de operación Aquiles. Descubren que la criatura tiene unos poderes especiales. El instituto envía a Kellicut para que localice a la tribu. Este les manda pruebas y desaparece. Después envían a Matt y a Susan en busca de Kellicut, y Van los acompaña como guardián y para que avise a Eagleton cuando se produzca el contacto. Todo lo demás encaja.

De todos modos, Aquiles es un nombre muy raro para una operación, pensó Matt. El mítico guerrero griego. Rebusco en su memoria. La madre de Aquiles, Tetis, era una ninfa. Los hados habían predicho que su hijo moriría joven y que su desaparición estaba marcada por el destino, como los hombres de Neandertal. Cuando era pequeño, Tetis lo sumergió en el río Aqueronte, confiando en que sus mágicas aguas lo protegerían de todo mal. Pero lo sujeto por el talón y el agua no toco esa parte de su cuerpo. ¿Acaso era, eso una pista? ¿Acaso el gobierno buscaba el punto débil del hombre de Neandertal a fin de controlarlo? ¿O era el talón el punto débil que los condujo a la extinción? Cuando estallo la guerra de Troya, Aquiles fue un destacado guerrero, hasta que discutió con el rey Agamenon y se negó a acudir al combate. Presto su armadura a su amigo Patroclo, que murió a manos de Héctor. Aquiles mato a Héctor, pero la flecha envenenada que le tiro Paris encontró su punto débil, el talón.

Matt se puso en pie de un brinco. ¡Pues claro! Esa era la estratagema. Estaba allí desde el principio, esperando que la desvelasen: la historia de la batalla mas famosa, la historia de la derrota mas famosa.

El viento amaino durante la noche y por la mañana, la luz era radiante y la tormenta había cesado. Al amanecer, el aire era tan limpio y claro que los hombres podían ver a gran distancia. Cuando salio el sol, el azul del cielo se hizo mas intenso y aporto un matiz dorado al hielo que se había formado sobre la ventanilla del helicóptero que retenía a Kane atrapado desde el accidente.

Se sentía aliviado; habían logrado establecer contacto por radio con Sodder, que había regresado al campamento base en el otro helicóptero, y ahora que la tormenta había amainado, irían a rescatarlos. Cuando se desvaneció el miedo enfermizo que había sentido hasta ese momento pudo darse cuenta de que había sido tan atroz que le había calado hasta los huesos.

Cambio de posición y noto un dolor en la rabadilla.

Compartía la cabina con Sheriden, que se había hecho un corte sobre los ojos con el cristal de la ventana y llevaba una venda enrollada en la cabeza. Se había pasado la noche roncando mientras Kane se helaba. Los demás hombres habían montado el campamento fuera, abriendo un pasillo en la nieve para dormir dentro de una pequeña tienda.

Ahora oyó que los hombres se movían a su alrededor, y enseguida un largo silbido de incredulidad.

– Eh, deberíais ver esto. Chicos, estáis justo al borde del barranco. Tenéis una suerte del demonio, no os habéis caído.

Una mano despejo de nieve un circulo sobre el cristal y después arañó el hielo. Cuando Kane se incorporo dolorido apoyándose en los codos y miro por la ventana vio una cabeza borrosa a través de la fina capa de hielo. Estirando el cuello y mirando hacia abajo apenas consiguió ver la cresta de un ventisquero a poca distancia, y mas allá solamente la nada. Si el viento hubiera soplado con mas fuerza, habría empujado el helicóptero por el borde del barranco. Le domino una sensación de vértigo, la exaltación del peligro superado. Gracias a Dios, no sabían lo precario que era su refugio.

Al otro lado del helicóptero, los hombres encendieron un fogón de campana y prepararon café. Le ofrecieron una taza a Kane, y el la rodeó con ambas maños notando hasta el codo el calor que irradiaba. Le preocupaban sus pies; podía moverlos, pero no tenían sensibilidad. Únicamente sabia que flexionaba los dedos de los pies cuando se miraba las botas. Congelación, seguro. Bueno, al menos seria su pasaporte para salir de estas montañas. Estaba harto de la misión; había leído la carta que la doctora Arnot le dejó a Kellicut en el campamento, asegurándose de que nadie mas la veía. Mencionaba una especie de diario; era evidente que el profesor había encontrado a las criaturas. Quizá no estuvieran muy lejos en aquel mismo momento.

Le trajeron un almuerzo precocinado. Era casi incomestible, y Kane empleo los restos del café para hacerlo bajar.

Uno de los hombres ayudo a Sheriden a cortar grandes porciones y embutírselas por la boca abierta de par en par, como si fuera un polluelo.

Sodder llamo por radio y dijo que se disponían a partir y que estaban cargando algunos suministros de ultima hora en el helicóptero de rescate.

– Comandante -dijo el piloto, asomando la cabeza por la puerta de la cabina. El tono de su voz era despreocupado-. En vista de que tenemos tiempo hasta que nos saquen de aquí, hemos pensado que deberíamos averiguar donde esta ese transmisor. No puede estar lejos.

Me esta informando, no pidiendo permiso, pensó Kane.

¿Por que no?

– De acuerdo, pero daos prisa. Hay que llevar a Sheriden al hospital. No podemos entretenernos.

– De todos modos, tendrán que evacuarnos por turnos. No pueden sobrecargar nuestro ultimo aparato a esta altitud.

Kane dejo escapar un gruñido. Todavía estaba resentido por el accidente, que había sido culpa del piloto. Ya había redactado mentalmente la queja que pensaba presentar.

Oyó los nítidos crujidos de la nieve hollada por los hombres al alejarse. Le pareció que se marchaban todos; no se le había ocurrido. Pronto reino el silencio, excepto por el rumor de una suave brisa.

– ¿Hola? -Dijo en voz no muy alta-. ¿Hay alguien ahí?

No contesto nadie.

– ¿Que ocurre? -preguntó Sheriden con una nota de pánico en la voz.

– Nada.

– ¿Por que ha gritado?

– Yo no he gritado. Solo me aseguraba de que no hay nadie ahí fuera.

Kane alargó el brazo y comprobó que la radio seguía encendida. Llamo al helicóptero de Sodder, a falta de algo mejor que hacer, pero no recibió respuesta. Supongo que todavía no han despegado, pensó.

Pronto empezó a notar algo raro, como si la cabina se fuera inundando lentamente. Pero no entraba agua en el interior de la cabina; ocurría en su cabeza, una extraña y aterradora invasión de su cráneo. Le resultaba familiar y recordó donde la había percibido antes. El corazón le dio un vuelco. ¡Era imposible!