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– ¿Que esta pasando? -Gritó Sheriden-. Siento algo extraño.

Se arranco el vendaje que cubría sus ojos, dejando al descubierto dos ranuras cubiertas de sangre seca.

Kane lo percibió antes de verlo; algo se cernía sobre el, la presencia de una densa sombra oscura. Despacio, con el corazón en un puno, levantó la cabeza. Allí, al otro lado de la ventana escarchada, mirándole a la cara, había una cara desmesuradamente ancha, una boca prolongada y fea como una cicatriz, una nariz chata, unos ojos asesinos. Su expresión se veía borrosa, como si estuviera empotrado en el hielo, pero era perversa, arrogante y rebosaba un odio implacable. Se miraron mutuamente a los ojos. Kane creyó oír un eco en su mente: ¿Vosotros nos haríais lo mismo, verdad?››.

Entonces oyó a otros moverse en el exterior. ¿Cuantos serian?

– ¿Que pasa? -gritó histéricamente Sheriden.

Kane no respondió. Estaba demasiado aterrorizado. Oyó los ruidos que hacían mientras tomaban posiciones alrededor del helicóptero, los gruñidos, el roce del metal contra la roca bajo sus pies. Sintió que se elevaba, después varias sacudidas y mas roces.

– ¿Que esta pasando? Mierda, ¿por que no me contesta?

La cabina se inclino como un árbol azotado por la tormenta, se balanceo unos segundos y se dio la vuelta lentamente, describiendo un amplio arco. El momento pareció eternizarse. La radio cobro vida y la voz de Sodder dijo: ‹‹Hola, hola, ¿me reciben?››. Sheriden gritó. Se produjo un fuerte crujido cuando el helicóptero choco una vez mas contra el saliente y finalmente volcó y se precipito al vacío sin un ruido. Kane flotaba, caía, demasiado asustado para gritar, esperando que todo terminara con su cuerpo y su cerebro desparramados en mil pedazos. Mientras flotaba cabeza abajo, pensó vagamente en que se estaba meando en los pantalones.

Poco después de que en el barranco estallo una bola de fuego, el helicóptero de Sodder se poso no muy lejos. La rotación de las aspas había borrado todas las huellas de pisadas en la nieve. Los demás hombres, que oyeron el estrépito pero no vieron la caída, llegaron corriendo cuesta abajo. Todos coincidieron en que debió tratarse de una intempestiva ráfaga de viento surgida de la nada.

Matt se despertó temprano aquella mañana y se dirigió al poblado. Primero busco a Dienteslargos y lo encontró profundamente dormido en una choza. No muy lejos de su cabeza sobre una piedra lisa, había restos de carne cruda.

Dienteslargos no había dejado de alimentarse de la caza e incluso arrastraba a dos jóvenes en sus expediciones. Matt lo despertó sacudiéndolo suavemente por el hombro, y juntos salieron y se sentaron cerca de la hoguera. Dienteslargos se froto los ojos, se desperezo y miro en derredor. Era una límpida y radiante mañana y las matas de enebro aun estaban cubiertas de rocío. Unas nubes de algodón habían sustituido al cielo gris acerado que había volcado toneladas de nieve en la ladera opuesta de la montaña.

Matt saco una libreta y un lápiz y trato de dibujar a Susan, confiando en que Dienteslargos comprendería que le estaba pidiendo que se comunicara con ella. Pero resulto inúticlass="underline" Dienteslargos no lo entendió, y Matt se rindió enseguida.

Entonces le encargo una tarea, la mas peligrosa de su corta existencia como cazador. Dibujo el animal que quería que Dienteslargos cazara, y se esmero en representarlo de una manera inconfundible: su volumen, el lustre del pelaje, las poderosas garras, la cabeza plana de largos dientes y minúsculos ojos vidriosos. Era una reproducción aceptable de un oso de las cavernas. Después dibujo a Dienteslargos cazando al animal. El homínido le observaba con atención, contemplando fascinado el movimiento del lápiz sobre el papel. Matt dibujo a Dienteslargos empuñando su lanza al lado de un oso muerto y luego le tendió la libreta para que lo viera. El homínido captó el mensaje. Parecía excitado; se metió en su choza y volvió a salir con su lanza. Matt le deseo suerte de todo corazón, pues el éxito de Dienteslargos era vital para su plan.

A continuación, Matt fue a buscar a Sergei. Lo encontró lavándose en el arroyó y le explico el plan, advirtiendo que el ruso fruncía el entrecejo cada vez mas a medida que se hacia a la idea. Estaba claro que Sergei dudaba de su eficacia, pero era demasiado bondadoso para manifestarlo. El secuestro de Susan le había perturbado sobremanera, y seguro que haría cualquier cosa por intentar rescatarla.

– Es muy imaginativo -dijo finalmente, ofreciéndole su mano para que se la estrechase como si cerrara un trato.

– Pongámonos en marcha -dijo Matt-. Cuanto menos tiempo perdamos, mejor.

A lo lejos oyó un sonido mecánico imposible, amortiguado pero constante. Su estomago se tenso. Sonaba como un helicóptero. Las fuerzas del instituto se aproximaban.

Primero necesitaban madera. Estaba por encima de sus posibilidades talar grandes árboles y cortarlos en tablas, pero disponían de trozos de madera apropiados que se utilizaban en el tejado de las chozas. Derribaron tres viviendas. Para encontrar las piezas mayores recorrieron el bosque hasta encontrar varios árboles caídos.

Matt talló un gran martillo de piedra y le ato un mango, hablando en voz alta mientras los homínidos estudiaban todos sus movimientos.

– Así se fija la empuñadura. Vosotros nunca aprendisteis a hacerlo, según los libros de texto.

Después moldeo largos trozos de pedernal en forma de cuna, sosteniendo cuidadosamente los pedazos de roca con una mano y desconchando una serie de minúsculas esquirlas a golpes de piedra con la otra mano.

– Lo llamamos la técnica Levallois -dijo, soportando sus miradas de incomprensión-. Debe su nombre a las afueras de Paris. A vuestros antepasados se les daba muy bien durante el Paleolítico medio. Naturalmente, eso fue antes de que renunciarais a Francia por este lugar.

Matt inserto las cunas en los troncos previamente debilitados por la descomposición a golpes de hacha y los árboles se rajaron por la mitad. Era un trabajo agotador en el que se turnaban Sergei y el. Al cabo de dos horas habían reunido una alta pila de maderos utilizables, que Ojos Azules, Rodilla Herida y otros cinco les ayudaron a transportar hasta el poblado.

Reclutaron a mas miembros y Matt les ayudo a fabricar hachas de piedra. Años atrás había pasado un verano en compañía de estudiantes de arqueología de postgrado que reproducían el modo de vida de los protohomínidos en los bosques de Massachusetts… y pronto el grupo estaba produciendo herramientas, un diminuto taller prehistórico. El ruido que provocaba su labor podía oírse a varios kilómetros a la redonda. Cuando tuvieron medía docena de hachas, Matt y Sergei llevaron a un grupo de nuevo al bosque, en busca de pinos recios con el tronco perfectamente cilíndrico y sin defectos. Talaron cuatro de ellos, los cortaron en troncos de unos dos metros de longitud y utilizaron las hachas de piedra para dejar los extremos rectos.

Cuando regresaron al poblado, reunieron todas las pieles de animales que les quedaban de cacerías anteriores. Las amontonaron cerca de los troncos y tablas. Al caer la noche, cuando casi todo estuvo preparado, el centro del poblado había sido invadido por su nuevo equipo.

Matt estaba demasiado preocupado por Susan como para comer adecuadamente. Había desperdiciado un día entero con los preparativos pero no había otro remedio. Provisto de una libreta y un lápiz, se sentó junto a la hoguera, cerca de Sergei. Poco antes, el ruso y Dienteslargos habían asado una pata de antílope; ahora el homínido había ido a repartir la carne entre su camarilla de cazadores. Sergei había triturado hojas de frambueso, había calentado la mezcla en agua para preparar un sucedáneo de te y acompañado el refrigerio con un basto cigarrillo liado con trocitos de hoja de jazmín envueltos en una hoja de enredadera. Aspiro una larga pipada, tosió y le ofreció el cigarro a Matt, que lo rechazo con un gesto de negación y empezó a dibujar. Insatisfecho con su primer intento, arrugo el papel y lo arrojo al fuego.