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– No tiene que ser perfecto -dijo Sergei.

– No, pero debe realizar su función.

Volvió a intentarlo, esta vez empezando desde la base.

Bosquejo una plataforma irregular apoyada sobre dos de los troncos, que actuarían a modo de rodillos. Los otros dos troncos podían colocarse delante, de modo que todo el artefacto avanzaría rodando. A continuación dibujo cuatro pilares verticales que arrancaban de la plataforma, las columnas de una plataforma mas pequeña construida a tres metros de altura. Sobre esta ultima dibujo una cámara y después, partiendo de uno de sus lados y subiendo todavía mas, un cilindro que representaba el cuello. Después le llego el turno al cráneo: una enorme, aterradora e inconfundible cabeza de oso. Finalmente, en la parte inferior de la barriga de la cámara, añadió una pequeña trampilla. El conjunto tenia una apariencia impecable, una reproducción perfecta del ídolo de los renegados. Un caballo de Troya perfecto.

Matt estaba tan absorto examinando su obra que no se percato de la llegada de Kellicut hasta que el anciano se acercó a el y miro por encima de su hombro. Después aparto la vista, olfateo el aire y le habló por primera vez.

– Habéis asado carne.

No era una pregunta, sino la constatación de un hecho, y se presentaba como una acusación. Sergei asintió y dio otra distraída chupada a su cigarro.

Kellicut contempló el fuego un largo rato, y era evidente que estaba considerando realizar una declaración importante.

– Como bien sabes -dijo finalmente, volviéndose hacia Matt y arrastrando las palabras para que su impacto fuera mayor-, no tienes derecho a hacer lo que pretendes. Esta sucia jugarreta es una violación de todo aquello en lo que creemos. Va en contra de todo aquello a lo que he dedicado mi vida.

Escruto intensamente los ojos de Matt.

– Tu colaborabas con el instituto -replico Matt-. Fuiste el primero en venir aquí. Tu has abierto la caja de Pandora.

Kellicut no respondió de inmediato.

– Si, eso es verdad -dijo al fin-. Siempre sospeche del instituto, pero no tanto como debería haber sospechado. -Se interrumpió brevemente-. Los necesitaba. Sin ellos jamás habría podido llegar hasta aquí.

– Te estaban utilizando.

– Ya lo sabia, pero yo también los utilizaba a ellos. Estaba al corriente desde el principio. Los científicos no eran figuras internacionales, sus estudios eran recientes en todos los casos, tenían demasiado dinero que derrochar. Pero, francamente, no me importaba, no al principio. Me dijeron que disponían de vagos informes sobre avistamientos en los montes del Pamir. Querían que yo investigase. Cogí la oportunidad al vuelo. ¿Quien no habría hecho lo mismo?

Una tribu de homínidos prehistóricos… la mente se pierde ante las implicaciones de esta idea. Aunque solo hubiera una posibilidad entre un millón, merecería la pena intentarlo.

– ¿Sabias que ellos estuvieron aquí antes que tu?

– Si. Me entere por el padre de Sharafidin. Eso me hizo sospechar aun mas, pero también me intrigo; se comportaban como si realmente creyeran en esas cosas. Yo también empecé a creer. -Se quedó mirando el fuego-. Cuando llegue aquí, encontré a estos seres increíbles. Descubrí que tenían este extraordinario poder. Y de repente todas mis sospechas tomaron cuerpo y comprendí cual era su juego.

Sabia que el poder podría utilizarse con fines mas siniestros… a eso se dedicaba el instituto. Así que decidí desaparecer. Pero les envié el cráneo.

– En efecto. Un ultimo mensaje para desanimarlos. No funciono.

– ¿Por que enterró el diario?

– Eso lo hice por vosotros. Pensé que el instituto os enviaría a buscarme. Sabia que solo vosotros podríais encontrarlo. En aquel momento aun me importaban cosas como la reputación. Quería que supierais lo que había descubierto. Pero no conté con que mandarían a alguien mas con vosotros. Empecé a sospechar que tu también te habías unido a ellos. Entonces no me preocupaba compartir mi hallazgo.

Solo me importaba el poder, aprenderlo, adquirirlo, un camino hacia una verdad superior.

– Nunca hemos formado parte del instituto, Jerry. Eso tenias que saberlo-dijo Matt.

– Es posible. Pero todavía seguís formando parte del problema.

Matt guardo su bloc de notas, pero estaba seguro de que Kellicut había visto su borrador. Pensó en decirle que Van había mandado mensajes por vía satélite y que había motivos para creer que los sicarios del instituto ya estaban en camino, pero decidió no hacerlo.

Kellicut señalo la libreta con un gesto.

– Ahora quizá veas por que es moralmente objetable tu planteamiento. Es una trasgresión. Ya viste lo que ocurrió cuando rescatasteis a Van. No podéis traer conceptos del mundo exterior aquí. Hacerlo es malvado. Me temo que no puedo permitir que ocurra -en ese momento bajo la voz, lo que la hizo sonar amenazadora-, aunque eso signifique permitir que Susan muera.

Matt le miro estupefacto.

– No puedes estar hablando en serio.

Kellicut no se amilano.

– Muy en serio. -Hizo una pausa y volvió a contemplar el fuego, de modo que las llamas iluminaban el contorno de su rostro y sus ojos se convirtieron en dos agujeros negros.

Suspiró como si aceptara una carga a regañadientes y dijo-: No puedo permitir que ocurra, no lo permitiré. Si decides seguir adelante con el plan, morirás igual que Susan.

Kellicut se puso en pie y a los pocos segundos había desaparecido entre la espesura, bajo la luna llena.

Susan supo que Quiuac se acercaba antes de oírle porque detecto un rumor de excitación en la caverna, mas allá del foso, y además, de una manera que no podía definir, era capaz de intuir su proximidad.

Tenia una sed tan abrasadora que notaba la boca reseca y apergaminada. Pensó en fingir que dormía, pero sabia que el truco no funcionaria; lo único que podía hacer era esperarlo.

Primero llego la guardia pretoriana, dos criaturas con pieles pintadas a franjas amarillas echadas sobre los hombros como capas. La examinaron desde arriba despectivamente y Susan sintió que ambos sondeaban su mente unos instantes, dos nubes que cruzaron su conciencia, y desaparecieron.

Para ellos no tenia ningún interés y se alejaron del borde del foso.

Susan bajo la vista hasta el suelo de tierra y vio como una voluminosa sombra se superponía a la suya como una gárgola. Levantó la vista y vio a Quiuac al borde del foso; su estatura quedaba acentuada porque estaba en una posición mas alta, como una grotesca estatua sobre un pedestal. Tenia pintura roja alrededor de la boca, lo que le daba el aspecto de una herida abierta, y sus ojos realzados en negro parecían hundidos como los de una hiena; alrededor de su frente llevaba la raída piel de mono blanca y negra.

De algún modo supo que Susan tenia sed y le tendió medio cráneo lleno de nauseabunda agua sucia, pero ella tenia las maños atadas a la espalda y no pudo llevársela a los labios. El no hizo ademán de ayudarla. De todos modos el agua era demasiado fétida para bebérsela. Quiuac salto al foso por detrás de Susan y agarro el dogal, estrechándolo aun mas. Su olor, a almizcle y sangre, provocó nauseas en Susan. La cogió por el pelo y de un tirón la obligo a arrodillarse mientras el permanecía de pie a su espalda. Susan noto el roce de la pistolera contra su espalda. Después sintió lo que tanto temía: Quiuac empezó a penetrar en su mente despacio, como un derrame. Después comenzó el dolor, sordo al principio, que se fue haciendo cada vez mas agudo hasta que quiso gritar. El homínido estaba justo detrás de ella, pero era como si se hallara en su interior, mirando a través de su cornea y percibiendo lo que ella veía con su propia retina. Pero además se estaba infiltrando en su centro de dolor.

Susan consiguió arrastrarse hasta la pared del foso. Centímetro a centímetro fue avanzando sin hacer caso del dolor que atenazaba a sus hombros y del tormento que se multiplicaba en su interior hasta que vio el objeto que buscaba.