Si Marcus no le volvía a pedir una cita, sí le dolería. Él le hacía sentir cosas que no había experimentado en toda su vida, y no solo eran sensaciones físicas. Pensó en el broche de Rose, e inclinó la cabeza para verlo de nuevo sobre su vestido. Tal vez aquello había sido lo que les había unido…
«Tonta», se dijo. «Es solo una estúpida superstición». Sin embargo, le parecía que Marcus era para ella, de un modo en que nunca había sentido antes. Efectivamente, Marcus era un buen hombre y estaba segura de que, al final, cambiaría de opinión sobre Colette.
Cuando terminó la obra, Marcus la ayudó a ponerse el abrigo y la ayudó a bajar las escaleras.
– ¿Te apetece tomar algo? -le dijo él, al oído.
Sylvie se echó a temblar al sentir su aliento contra la oreja.
– Sí.
Él la agarró de la mano y salieron del teatro. Entonces, se dirigieron a un agradable bar, donde se sentaron en una apartada mesa. Marcus pidió vino para los dos mientras ella se dirigía al tocador.
Cuando regresó, había un hombre muy alto, con un llamativo cabello gris, de pie al lado de la mesa, hablando con Marcus. Él se levantó al ver que Sylvie se acercaba.
– Sylvie, te presento a Kenneth Vance. Kenneth es el director del teatro. Ken, esta es Sylvie Bennett.
– Encantado de conocerla, señorita Bennett.
– ¡Oh! -exclamó ella-. El placer es todo mío, señor Vanee. Hemos visto la obra de su teatro. Fue maravillosa.
– Gracias -respondió Vance, con una sonrisa-, pero puede darle también las gracias a Marcus. Sin sus cuantiosas contribuciones, sería extremadamente difícil ofrecer la calidad teatral que tenemos.
Para sorpresa de Sylvie, Marcus pareció algo incómodo.
– Si no te callas, Ken -dijo -, no te volveré a dar un centavo.
– Entonces, mis labios están sellados -replicó el hombre, con una sonrisa.
Unos pocos minutos más tarde, los dos se montaron en un enorme todoterreno que Marcus conducía en aquella ocasión por la nieve.
– Hmm -comentó Sylvie, mientras se acomodaba en el asiento-. Filantropía. ¿Qué otras causas apoyas?
– Oh, bueno, ya sabes cómo es esto… Se da un poco aquí, otro poco allí…
– Sí, claro. Supongo que tu idea sobre lo que es poco difiere mucho de la mía.
– Me imagino que no son tan diferentes -susurró él, entrelazando los dedos con los de ella-. Tú tienes un corazón muy grande.
– ¿Y has llegado a esa conclusión porque…?
– Hace falta un corazón muy grande para estar tan preocupada por todas las personas con las que trabajas. Admiró esa cualidad tuya.
Aquel hubiera sido el momento adecuado para volver a preguntarle sobre Colette. Sin embargo, Sylvie decidió morderse la lengua.
– El señor Vanee es encantador. ¿Hace mucho que lo conoces?
– Desde hace una década. Está entregado a su teatro. Creo que Ken haría casi cualquier cosa para mantenerlo a flote -comentó Marcus. Entonces, se dio cuenta de que aquello era lo mismo que le ocurría a Sylvie con Colette.
– Parece estar muy comprometido.
– Lo está. En realidad es mi madre la que hizo que me implicara en todo esto. Estuvo en el consejo de dirección durante muchos años, pero ahora prefiere viajar y me sugirió que ocupara su lugar.
Sylvie se sintió inmediatamente muy intrigada. Resultaba difícil imaginarse a Marcus con una madre, imaginárselo de niño. Era tan… masculino. Su personalidad era tan firme y decidida.
– No sabía que tu madre vivía aquí.
– ¿No pudiste sacar esa información del ordenador el otro día, cuando fuiste a mirar?
Sylvie hizo un gesto de burla. Sabía que su madre pertenecía a los Cobham, una importante familia de Chicago. Nada más.
– Yo nací en Youngsville -dijo él-. Mi madre es de Chicago. Conoció a mi padre en una exposición de arte de la ciudad. Cuando se casaron, se instalaron en Youngsville.
– Y empezó Van Arl.
– Efectivamente.
– ¿Tienes hermanos o hermanas?
– No. Soy hijo único.
– ¿Tienes más familia en la zona?
– ¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? ¿Y cuándo me toca a mí?
– Tú ya me has interrogado. Sabes mucho más de mí que yo sobre ti.
– Es cierto. Bueno, pues esta es la versión abreviada. Mis abuelos ya han muerto. Mi padre murió cuando yo tenía dieciocho años. Mi madre vive a unas pocas manzanas de distancia de mí casa, en un apartamento. ¿Qué más quieres saber?
– No sé… ¿Cuál es tu color favorito?
– El azul -respondió él, riendo-. ¿Y el tuyo?
– El rojo. ¿Cuál es tu tipo de música favorito?
– La clásica. ¿Y la tuya?
– Me gusta toda la música.
– Bien. Otra pregunta. ¿Tienes algún pasatiempo?
– Creo que no. Supongo que soy adicta al trabajo, pero me gusta leer cuando tengo tiempo libre.
– ¿Y qué actividades te gustan?
– Me gusta bailar, pero eso ya lo sabes. Esquiar es divertido y me gusta también nadar. Juego al tenis tres veces por semana después de trabajar, pero eso es más por mantenerme en forma que porque me guste.
– ¿El tenis? Tendremos que jugar en alguna ocasión.
– No. Yo solo juego para divertirme. Tú, por otro lado, eres seguramente una de esas personas a las que no les gusta perder.
– No me gusta que se me lea tan fácilmente.
– Lo siento, pero es que va con el tipo de personalidad típica de los tiburones de las finanzas.
– ¿Es así como me ves? ¿Como un tiburón de las finanzas?
– Bueno, no creo que hayas hecho tu fortuna trabajando por nada o cavando zanjas. Por otro lado, dedicas parte de tu dinero a causas benéficas, así que no careces de buenas cualidades.
– Es un alivio. Sylvie…
– ¿Sí?
– ¿Qué hemos conseguido con esto? Es decir, aparte de conseguir un poco de información trivial sobre el otro.
– ¡No es trivial! Yo creo firmemente en conocer bien a alguien antes… bueno antes de…
Había comenzado la frase antes de pensar en cómo acabarla. Sin embargo, había decidido que no había manera adecuada de hacerlo.
– … antes de conocer a otra persona mejor… -concluyó.
– ¡Menuda elocuencia! -exclamó Marcus.
Ya habían llegado a Amber Court. Marcus salió rápidamente del vehículo para ayudarla a bajar del todoterreno. Sin embargo, cuando ella se deslizó del asiento, él no se apartó. Sylvie se quedó atrapada entre el coche y el cuerpo de Marcus.
– Creo que ya sabes a lo que me refiero.
Se produjo un momento de silencio. Sylvie sintió una innegable atracción entre ellos. Marcus le colocó las manos en la cintura y la miró fijamente.
– A pesar de lo que puedas pensar, también creo en que se puede llegar a conocer a alguien con el que quiero desarrollar una relación más profunda.
– ¿Una relación más profunda? -preguntó ella, con un hilo de voz.
Lentamente, él le levantó los brazos y se los colocó alrededor del cuello.
– Mucho más profunda.
A pesar de los abrigos, una erótica sensación los recorrió a ambos. Marcus moldeó la boca de Sylvie con la suya. Luego le acarició el cabello, y empezó a besarle dulcemente la mandíbula para terminar mordisqueándole suavemente el lóbulo de la oreja. Ella se echó a temblar, pero Marcus la estrechó aún más entre sus brazos Entonces, ella consiguió cubrirle la boca con una mano.
– Espera.
– He estado esperando. Si hubiera seguido mis instintos, ya estaríamos en una cálida cama.