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– ¿Y me vas a responder? -preguntó Sylvie, tras una pausa.

– ¿Si te voy a responder a qué?

Se sintió furiosa. Si estaba tratando de ponerla de mal humor, lo estaba consiguiendo. Justo cuando abría la boca para replicar, una voz femenina dijo:

– ¡Marcus! No sabía que ibas a cenar aquí esta noche.

Sylvie levantó la mirada. Una mujer muy menuda, de cabellos grises, se había acercado a su mesa acompañada de un hombre alto e impecablemente vestido. Marcus se puso de pie y se acercó a la mujer para besarla en la mejilla.

– Madre, yo tampoco te esperaba -dijo. Entonces, extendió la mano hacia el hombre-. Me alegro de verte, Drew -añadió. Se volvió hacia Sylvie-. Madre, te presento a la señorita Sylvie Bennett. Sylvie, esta es mi madre, Isadora Cobham Grey. Este es su acompañante, Drew Rice.

Completamente atónita, Sylvie extendió la mano y saludó a ambos. ¡La madre de Marcus!

– Hola, Sylvie -comentó Drew-. Es un placer conocerte.

– Gracias. Lo mismo digo. Y, por supuesto, a usted también, señora Grey -comentó ella, encontrando por fin la voz.

– Llámame Izzie, querida -sugirió la mujer-. Nunca me han gustado demasiado las formalidades, ¿verdad, Marcus?

– No -replicó él, con una sonrisa.

Entonces, sin saber por qué, la envidia se apoderó de Sylvie. El amor que había entre ellos era evidente, tanto como el hecho de que eran familia. Marcus tenía los ojos verdes de su madre, así como la forma de la cara. De niña, siempre se había preguntado si habría alguien al que ella se pareciera. Algunas veces, se quedaba mirando fijamente la cara de las desconocidas, pensando si alguna de ellas podría ser la mujer que la había abandonado de niña.

– ¿Eres de Youngsville, Sylvie? -quiso saber Izzie.

– Sí, señora. He vivido aquí toda mi vida.

– Creo que no conozco a nadie que tenga el apellido Bennett -comentó la mujer, sin mala intención.

– Soy huérfana. Me pasé los primeros años de mi vida en el hogar de St. Catherine. Luego fui a la Universidad de Michigan y, después de terminar mis estudios, regresé aquí. Trabajo en Colette, la empresa que su hijo está tratando de comprar y liquidar.

– Sylvie… -dijo Marcus, en tono de advertencia.

– ¿Cómo? -exclamó Izzie, tan turbada que Sylvie se arrepintió de haber mencionado su empresa-. Marcus, ¿por qué quieres Colette?

– Solo es una decisión empresarial, madre -respondió él, a la defensiva-. No tiene nada que ver… con nada.

– Acabamos de regresar ayer después de pasar seis meses en Europa -le dijo Drew a Sylvie-. Esta mañana, mientras leía los periódicos, me enteré de lo que Marcus estaba planeando.

– ¿Y no me lo has dicho?-le espetó Isadora.

Drew se encogió de hombros y la estrechó cariñosamente contra sí.

– Se me olvidó.

– Ese fiasco de las esmeraldas le costó a Frank su empresa -comentó acaloradamente la madre de Marcus-. ¿Cómo se te ha podido olvidar decirme cualquiera cosa que tenga que ver con Colette?

– ¿El fiasco de las esmeraldas? -preguntó Marcus-. ¿De qué estás hablando?

– Nunca te lo dijo, ¿verdad? -susurró la mujer, después de contemplar el rostro de su hijo durante unos segundos.

– ¿Decirme qué?

A excepción de Sylvie, los tres estaban de pie. Entonces, Drew acercó una silla e hizo que se sentara Isadora. Luego hizo lo propio él mismo. De mala gana, Marcus tuvo que sentarse.

– Colette contrató al equipo de diseño de papá -añadió-, y poco después, Van Arl fue a la quiebra. Nunca he oído nada de unas esmeraldas.

– Antes de que los empleados empezaran a marcharse -empezó su madre-, hubo un… problema. Carl Colette acusó a tu padre de venderle esmeraldas falsas. Por supuesto, tu padre nunca hubiera hecho nada similar, así que, en silencio, preparó un plan para desenmascarar al verdadero culpable. Por fin, sorprendió a su principal comprador tratando de realizar una transacción similar, pero, para entonces, la reputación de Van Arl se había visto muy afectada. Tuvo que dejar que los empleados se marcharan. Fue entonces cuando el equipo se diseño se marchó a Colette.

Se produjo un gran silencio en la mesa. Finalmente, fue Marcus el primero que habló.

– Bien, gracias por decírmelo, pero eso no va a cambiar en absoluto mis planes. Yo compro empresas y esta es simplemente otra oportunidad que puede reportarme beneficios.

Drew intervino antes de que Isadora pudiera ponerse a discutir con Marcus, aunque resultó evidente que ella no estaba nada contenta mientras se despedían y la pareja se marchaba a su mesa.

Enseguida, vino el camarero con lo que habían pedido para cenar. Marcus estuvo completamente en silencio mientras comían. Sylvie ni siquiera se podía imaginar en qué estaba pensando. ¿Por qué no le habría contado nunca su padre la historia completa? Marcus había crecido pensado que la empresa de Carl Colette había sido la única responsable del fracaso de su padre.

– Tu madre no parece culpar a Carl Colette del fracaso de la empresa de su marido -dijo ella, por fin.

Durante un momento, Marcus se comportó como si no la hubiera escuchado. Después, tras tomar un sorbo de vino, la miró abiertamente a los ojos.

– Tú no lo entiendes -replicó Marcus. La mano que tenía sobre la mesa se había transformado en un puño.

– Entonces, explícamelo. Ayúdame a verlo como lo ves tú -sugirió Sylvie, colocando su mano sobre la de él.

Los ojos de Marcus la miraron fijamente. Bajo su mano, los fuertes músculos se contrajeron. Finalmente, habló.

– ¿Qué sabes de mis padres?

– Bueno, sé que tu madre es una de las Cobham de Chicago, una antigua y prestigiosa familia relacionada con la navegación en los Grandes Lagos. Tu bisabuelo era amigo de Teddy Roosevelt. Se rumorea que tu abuelo desempeñó un importante papel en tapar el romance que Kennedy tuvo con Marilyn Monroe por su amistad con la familia Bouvier. Y tu padre era el dueño de Van Arl. No creo que sepa nada más sobre él.

– Me sorprendería mucho que así fuera. Mi padre era el hijo de un marinero que murió durante una tormenta en el lago Michigan dos meses antes de que él naciera. Mi abuela era demasiado pobre para mantener a cinco hijos, así que terminó por entregarlos a todos en adopción -explicó él. Sylvie parpadeó. Nunca había creído que aquella historia le fuera a resultar tan familiar-. Mi padre fue un buen estudiante y se graduó en el instituto, aunque consiguió su diploma con dos años de retraso porque tuvo que dejar la escuela en varias ocasiones para ponerse a trabajar. Logró una beca para ir a la universidad y allí conoció a mi madre. La familia de mi madre se opuso a su matrimonio, pero mis padres estaban muy enamorados y no hubo manera de hacerlos cambiar de opinión. Después de la boda, mi padre arriesgó todo lo que tenía para comprar Van Arl. Yo nací un año después. El resto de la historia ya la conoces, pero lo que no sabes es lo que eso supuso para mi padre. Necesitaba tener éxito en el mundo de mi madre. El fracaso de Van Arl lo destrozó. Mi padre creyó que había fracasado a los ojos de mi madre, y la familia de ella no le puso las cosas fáciles. Se sintió completamente humillado. Le cambió completamente. Se alejó de ella, de todos. Cuando yo tenía siete años, mis padres se divorciaron. Mi madre estuvo enamorada de él hasta el día en que murió, pero mi padre nunca lo aceptó. Hace unos años, ella renovó su amistad de siempre con Drew, aunque jura que no volverá a casarse.

– Drew me ha parecido un hombre muy agradable -murmuró Sylvie, sin saber qué decir.

Aquella triste historia le hizo comprender a Marcus mucho mejor. No era de extrañar que estuviera tan decidido a construir su propio imperio. No iba a permitir que nadie le quitara nada, no solo algo tan tangible como la fortuna, sino sentimientos como el amor y la seguridad. Si se aseguraba de no tenerlos, no sufriría si le faltaban.