– Sí -dijo él, con cierto cinismo-, y lo mejor es que viene del mundo de mi madre. Tiene dinero, clase, distinción social, generaciones de ilustres antepasados… Nada a lo que se puedan oponer los Cobham.
– Ahora entiendo lo que sientes por Colette -susurró ella, pensando que nunca lo había visto derrotado, como estaba en aquellos instantes-. Sin embargo, después de lo que tu madre te ha dicho, debes haberte dado cuenta de que Colette no tiene responsabilidad alguna en lo que le ocurrió a tu padre.
Inesperadamente, Marcus golpeó con fuerza la mesa, haciendo que los platos saltaran sobre la misma. Sylvie se sobresaltó e, inconscientemente, se echó hacia atrás.
– Pareces un maldito disco rayado -afirmó, con la voz llena de odio y furia-. En lo único que piensas es en esa preciosa empresa. No lo entiendo. No es tuya. Ni siquiera eres una de las ejecutivas. Sin embargo, si te despidieran mañana, tu vida se quedaría vacía.
– Gracias por tu opinión -susurró ella, atónita por aquellas palabras, antes de ponerse de pie. Entonces, agarró el bolso y salió del comedor.
– ¡Sylvie! ¡Regresa aquí!
– Ni hablar -musitó ella. Al llegar al vestíbulo, se dio cuenta de que su abrigo estaba en el ropero y de que Marcus tenía el resguardo. Tendría frío sin el abrigo, pero sobreviviría. No tenía intención de volver a hablar a Marcus Grey.
Salió rápidamente por la puerta para detenerse al borde de la acera, donde sabía que podría encontrar un taxi. Hacía mucho frío y soplaba un fuerte viento que provenía del lago. A pesar de todo, no estaba dispuesta a volver al interior.
– ¡Sylvie, espera! -exclamó Marcus, tras salir también a la calle-. Ni siquiera tienes tu abrigo. Siento lo que te he dicho…
– Aléjate de mí -le espetó ella-. No te necesito en mi vida.
Entonces, empezó a andar a toda prisa antes de que él pudiera detenerla. De repente, el mundo pareció desaparecerle bajo los pies cuando los altos tacones de sus zapatos pisaron un poco de hielo. Sabía que se caía, pero, antes de que pudiera detener su caída con las manos, la cabeza le golpeó contra el suelo. Sintió un fuerte dolor y luego… Nada.
Seis
– ¡Sylvie!
Marcus sintió más pánico de lo que había experimentado a lo largo de toda su vida. Fue corriendo al lugar donde Sylvie había caído sobre la resbaladiza acera. Al ver que ella estaba completamente inmóvil, sintió que el terror se apoderaba de él.
– ¡Llamen a una ambulancia! -gritó, mirando a un grupo de peatones que se habían vuelto cuando él había pasado corriendo a su lado.
Se arrodilló al lado de Sylvie y, tras quitarse la chaqueta, la cubrió con ella. Un fuerte sentimiento de culpa se apoderó de él. ¿Por qué había tenido que hablarle de aquella manera? Siempre se enorgullecía de no perder nunca el control. Sus empleados y rivales le habían apodado «nervios de acero», porque nunca mostraba ira ni frustración, aun cuando le salían las cosas mal.
Le tomó el pulso y notó que palpitaba. Su alivio duró poco. Cuando vio que un líquido oscuro manaba del lado que tenía sobre el suelo, sintió que le daba un vuelco el corazón. Al tocarlo, cálido y viscoso, supo que era la sangre de Sylvie.
Tuvo que contener el impulso de tomarla en brazos y llevarla a un lugar más cálido. Era mejor no moverla.
Le pareció que pasaban horas antes de que la ambulancia apareciera. Se puso de pie de un salto y movió los brazos para indicarles dónde estaban.
– ¡Está aquí! -gritó.
Cuando los enfermeros llegaron a su lado, les explicó cómo se había caído, que no la había movido y que ella no había recuperado la consciencia.
Mientras colocaban su cuerpo sobre una camilla, Marcus se dio cuenta de que le temblaban las manos. Alguien le volvió a colocar la chaqueta sobre los hombros. Entonces, un médico le preguntó:
– ¿Es usted su marido?
– No, pero…
«¿Qué soy yo? ¿El hombre que ha hecho que se caiga? ¿El que sabe que nunca será el mismo si le ocurre algo?»
– La llevamos a Mercy. ¿Tiene medios para llegar allí?
Marcus asintió. Fue a recoger su abrigo y sintió que el cerebro empezaba de nuevo a funcionarle. Cuando le llevaron su coche, sintió que una mano le tocaba el codo. Se volvió y comprobó que era su madre. Drew estaba tras ella.
– Sylvie se ha caído por el hielo -dijo-. Tengo que irme…
– Ya nos hemos enterado. ¿Quieres que vayamos contigo, hijo?
– No, pero te llamaré en cuanto sepa algo sobre su estado.
– Rezaré por ella.
– Gracias.
Tras darle una propina al aparcacoches, se metió en su vehículo y se marchó rápidamente. Mercy era el hospital más cercano. Era privado, bien equipado y con una buena reputación.
Al llegar a Urgencias, preguntó a la recepcionista por Sylvie.
– Le están haciendo unas radiografías. Siéntese.
Un médico saldrá para hablar con usted en cuando le sea posible.
– Gracias.
Tomó asiento en una incómoda silla de plástico y revivió una y otra vez el terrible momento en el que había visto cómo Sylvie se caía al suelo sin que él hubiera podido hacer nada para impedirlo. Pensó en lo quieta y callada que se había quedado. Había mostrado un aspecto tan desvalido y pequeño sobre aquella camilla. En realidad, era muy menuda, aunque tenía una personalidad tan vibrante que solía olvidar lo frágil que era. Al recordarlo, sintió que se le hacía un nudo en la garganta y hundió la cabeza entre las manos.
Casi una hora más tarde, un hombre con un uniforme azul y una mascarilla colgándole del cuello salió por la puerta. Marcus se puso inmediatamente de pie.
– ¿Cómo está Sylvie?
– Soy el doctor Calter. ¿Es usted el pariente más cercano a la señorita Bennett?.
– No tiene familia, pero yo soy todo lo cercano a ella que se puede ser. ¿Cómo está?
– Recobró la consciencia en la ambulancia y parece hablar coherentemente. Le hemos tenido que dar siete puntos a lo largo de la línea del pelo, pero no hay daño interno ni fractura de cráneo. Por supuesto, tendremos que vigilarla muy estrechamente. Si se produce algún cambio, tráigala inmediatamente. ¿Alguna pregunta?
– ¿Eso es todo? ¿No tiene más lesiones?
– No que podamos ver -respondió el hombre, con una sonrisa en los labios.
– ¿Puedo ir a verla?
– Todavía la están atendiendo, pero deberían terminar en breve. Haré que la enfermera venga a buscarlo cuando esté lista para marcharse.
Entonces, Marcus recordó lo que le había pedido su madre y la llamó para decirle que estaba bien. Cuando colgó el teléfono, recordó la amistad de Sylvie con Rose Carson. Sylvie no querría que Rose se preocupara porque no regresaba a casa, así que decidió llamar a la mujer. Justo cuando volvía a colgar el teléfono, oyó la voz de la enfermera.
– ¿Algún familiar de Sylvie Bennett?
Rápidamente siguió a la enfermera a través de los pasillos de urgencias. Cuando llegó a la sala en la que se encontraba Sylvie, se detuvo y respiró profundamente. ¿Qué le iba a decir? Una disculpa no era adecuada. Lentamente, soltó el aire y abrió la puerta. Aunque ella lo odiara, tenía que verla y saber que estaba bien.
Al ver lo oscura que estaba la habitación, se dio cuenta de que casi era medianoche. Una pequeña luz iluminaba débilmente el cabecero de la cama.
– ¿Sylvie? -preguntó Marcus, al llegar a su lado.
Ella tenía los ojos cerrados. Con mucho esfuerzo, logró abrir los párpados. Cuando lo miró, Marcus sintió un rechazo total. Como para enfatizar aquella sensación, Sylvie giró la cabeza hacia la pared.
– Vete.
– No puedo -susurró-. Siento mucho lo que he dicho. Estaba furioso y lo pagué contigo -añadió. Sylvie no respondió-. No tienes que perdonarme. Probablemente no me lo merezco, pero tienes que saber que ninguna otra mujer me ha hecho sentir del modo en que lo haces tú. Ninguna otra mujer me ha hecho mirarme a mí mismo y tratar de corregir mis faltas. ¿Hay alguien a quien quieras que llame?