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– Anoche estuvo rezando por ti. Supongo que era en eso principalmente en lo que estuvo pensando.

– No… Tu madre es una dama tan refinada… La buena cuna le rezuma por los poros de la piel. Seguramente no aprueba que me haya enfrentado a ti de esa manera.

– Deja de preocuparte -le ordenó él, entre risas-. No creo que ella conozca nuestro… desacuerdo. Solo sabe que te caíste.

– Menos mal.

– Además, le causaste muy buena impresión. Me dijo que no parecías el tipo de mujer que me iba a permitir salirme siempre con la mía.

– Pero si casi no hablamos. ¿Cómo pudo ella llegar a esa conclusión?

– Probablemente no fue por tu mansa y dulce actitud.

– Ten cuidado, Marcus -replicó Sylvie, entornando los ojos. Entonces, ambos sonrieron-. Mira, te agradezco mucho lo que has hecho por mí, pero no puedo quedarme aquí. Rose se preocupa mucho si llego tarde. Probablemente está muy nerviosa si se ha dado cuenta de que no regresé anoche.

– Yo la llamé.

– ¿Que la llamaste?

– Sí, bueno, pensé que se preocuparía por ti. Iba a llamar a una tal Meredith -respondió él, sonrojándose vivamente. Entonces, de repente, se puso de pie y se dirigió a la puerta.

– Marcus… Ha sido muy amable de tu parte. Gracias.

– De nada -respondió él.

Sin embargo, la atención de Sylvie se vio distraída cuando la puerta se abrió lentamente a espaldas de Marcus. Parecía que una mano invisible la estaba guiando. Él debió notar la alarma que había en sus ojos porque se dio la vuelta rápidamente. Entonces, se echó a reír.

– De acuerdo, cotilla. Ven a conocer a la señorita.

¿Con quién estaba hablando? En aquel momento, Sylvie contempló, atónita, como un enorme gato blanco entraba en la sala, agitando la cola como si fuera una enorme pluma, y se frotaba contra las piernas de Marcus… Ella nunca había tenido mascotas. Solo había tenido contacto con el gato de la hermana de Jayne, pero la experiencia no había sido muy satisfactoria.

Nunca se le hubiera ocurrido que a Marcus le gustaran los gatos. ¿No se suponía que los hombres preferían a los perros? Al ver cómo él, tan masculino, tomaba al felino suavemente entre sus brazos, como si fuera un bebé, se dio cuenta de que aquella era una nueva faceta de la personalidad del hombre que ella había etiquetado como tiburón de los negocios.

Entonces, recordó cómo había tomado en brazos a la hija de Jim. Aquel día, casi se había deshecho al verlo. «No», se dijo. Estaba empezando a imaginárselo cómo sería como padre…

Era casi mediodía cuando llegaron delante del número 20 de Amber Court. Antes de salir, la había dejado descansando, con el gato ronroneando a su lado como un motor, mientras iba a llamar por teléfono a una boutique cercana y encargaba un pijama y una bata que ella se pudiera poner para ir a casa. Tras hacerle prometer que no se movería de la cama, había ido él mismo a buscarlos.

Cuando detuvo el coche, Marcus se bajó del mismo y le abrió la puerta. Entonces, se inclinó sobre ella para tomarla en brazos.

– De verdad, Marcus, puedo andar.

Había dicho lo mismo cuando él la había transportado desde la cama hasta él vehículo y la respuesta que le había dado había sido la misma.

– Tal vez, pero no vas a hacerlo.

En cuanto entraron en el edificio, Rose Carson se asomó inmediatamente.

– ¡Sylvie! ¿Cómo te encuentras? ¡Llevo muy preocupada desde que Marcus me llamó anoche!

– Sylvie está bien, señora Carson. Bueno, casi bien, pero yo la voy a cuidar.

– Sí, y la pequeña Sylvie puede hablar por sí misma -protestó la joven. Entonces, reforzó su enojo dándole un tirón de pelo.

– Esa es mi Sylvie -comentó Rose, con una sonrisa en los labios-. Supongo que eso significa que no tuviste una caída demasiado mala. Bueno, tomemos el ascensor -añadió, señalando una discreta puerta-. Bueno, cuéntame cómo ocurrió.

– Salimos a cenar -dijo Sylvie, mientras entraban en el ascensor-. Entonces, cuando salíamos del restaurante, pisé un poco de hielo y me golpeé la cabeza.

Marcus la miró. Comprendía que no hubiera querido decir toda la verdad. Seguramente no querría que todo el mundo supiera que se habían estado peleando.

– Menos mal que no fue peor. Os aseguro que, todos los años, alguien de mi club de bridge se cae y se rompe un brazo o una cadera. El hielo es muy traicionero.

Tras salir del ascensor, entraron en el apartamento de Sylvie. Rose abrió la puerta del dormitorio y apartó la colcha de la cama, para que Marcus pudiera acostarla.

– Bueno, dejaré que Marcus te instale -le dijo Rose-, pero, si necesitas algo, solo tienes que llamarme. Les diré a Jayne, Lila y Meredith que estás en casa. Estoy segura de que querrán venir a verte.

Sylvie extendió una mano y agarró a Rose con fuerza.

– Gracias… -susurró, abrazándose a ella-. Te agradezco mucho… Gracias por… Siento mucho que estuvieras preocupada.

Marcus se sorprendió al ver que tenía lágrimas en los ojos. Al ver cómo la abrazaba la mujer, se dio cuenta de que eran mucho más que vecinas. Sospechó que, teniendo en cuenta el tiempo que hacía que Sylvie conocía a Rose, ésta casi era una madre adoptiva para ella, pero se preguntó si Sylvie comprendía lo mucho que Rose se preocupaba por ella.

Cuando Rose salió del dormitorio, Marcus la siguió.

– ¿Puedo hablar un momento contigo, Rose?

Tras cerrar la puerta, la mujer lo siguió hasta el recibidor.

– Sylvie no sabe que tú tienes acciones de Colette, ¿verdad?

– No.

– ¿Cuántas tienes?

– El cuarenta y ocho por ciento que tú no pudiste comprar.

– ¡Vaya! -exclamó él. Había creído que solo tenía unas cuantas acciones-. Creía que los miembros de la familia Colette eran los dueños de esas acciones. ¿Cómo las conseguiste?

– Prométeme que lo que voy a decirte será un secreto entre tú y yo. No quiero decírselo a nadie más.

– De acuerdo.

– Carl Colette era mi padre. Mi nombre completo es Teresa Rose Colette Carson. No hay más miembros de la familia.

– Ah…

– Marcus, sé lo que debes de sentir sobre Colette después de que tu padre perdiera su negocio de ese modo, pero, por favor, si haces esto por venganza, castígame a mí. Cambia el nombre de la empresa si quieres, pero no hagas que todos esos leales empleados paguen por un triste malentendido que ocurrió hace más de veinticinco años.

– Rose, te aseguro que no quiero hacer que los empleados paguen por nada -le aseguró Marcus, muy triste al ver que otra persona había hecho caso de los rumores. Entonces, algo le llamó la atención-. ¿No te importaría si cambio el nombre de la empresa? Después de todo, lleva el apellido de tu familia.

– Mi padre estaba tan obsesionado con ese nombre, con controlar todos los diseños, todos los productos que llevaban el nombre de Colette que fue destruyendo poco a poco mi familia. Yo me marché de Youngsville hace más de treinta años con el hombre que amaba, un hombre al que mis padres no aprobaban. Mi padre no me volvió a hablar nunca. No. Créeme si te digo que el nombre de Colette no ocupa ningún lugar especial en mi corazón.

– Lo siento. Por cierto, si tu padre te desheredó, ¿cómo es que tienes todas las acciones en tu poder?

– Antes de morir, mi padre vendió parte de las acciones, ya que daba por sentado que no habría heredero. Cuando murió, mi madre me suplicó que regresara y me hiciera cargo de todo. Como si yo hubiera querido hacerlo… Sin embargo, no me pude negar del todo, así que le dije que conservaría las acciones. Cuando tú llegaste y compraste todas la demás, yo seguía teniendo las suficientes para que no hubiera peligro alguno de que nadie del consejo pudiera tomar ninguna decisión.