– Entonces, regresaste aquí… y conociste a Sylvie.
– Sí. Desde el principio, me pareció una niña muy especial. Tan alegre, tan viva, tan inteligente… y esforzándose todo lo que podía para ocultar aquellas cualidades bajo un mal comportamiento.
– Tuvo mucha suerte de encontrarse contigo.
– Y yo también. Sylvie nunca hace nada a medias. Una vez que le abre a alguien las puertas de su corazón, esa persona se queda allí para siempre. Ha hecho buenos amigos entre sus compañeros de trabajo.
– Sylvie es muy especial…
Con aquellas palabras, Marcus volvió junto a la joven. Sé había vuelto a quedar dormida. La arropó bien. Al ver la fragilidad de su rostro, sintió una ternura que no había experimentado nunca antes. Recordó las palabras de Rose. «Una vez que le abre a alguien las puertas de su corazón, esa persona se queda allí para siempre». ¿Le habría dejado Sylvie que entrara en su corazón? Pensó que, seguramente, así había sido y, entonces, sintió un placer tan fuerte como las ganas de salir huyendo tan rápidamente como pudiera.
Lentamente, salió del dormitorio y se sentó en el salón. Aquello no era bueno. Estaba llegándole al corazón de un modo en que no lo había hecho ninguna otra mujer. Le había ido bien hasta entonces, sin sentir las emociones que habían separado a sus padres. Después del desastre de las esmeraldas falsas, Frank Grey había caído en una profunda depresión y había llegado a la conclusión de que no era lo suficientemente bueno para Isadora. Todavía podría escuchar las súplicas de su madre, pidiéndole que se quedara, pero la autoestima de su padre le había impedido quedarse. Años después, había muerto y, con él, se había llevado la esperanza que su madre había guardado durante años de que pudieran volver a estar juntos algún día.
Estaría mucho mejor sin aquella clase de emociones en su vida. No tenía intención de convertirse en el felpudo de nadie ni de amar a una mujer que tendría el poder de destruirle si se marchaba. Su madre había tardado más de diez años en recuperarse de la destrucción de su matrimonio.
Se puso de pie. No necesitaba a Sylvie en su vida, por mucho que le gustara su compañía. Sí, efectivamente, la deseaba con todo su corazón y había sentido el deseo de protegerla tras el accidente, lo que le hubiera ocurrido por cualquier mujer en circunstancias similares. Eso era todo. Para que ella no se hiciera una idea equivocada, era mejor que tuviera cuidado sobre el tiempo que pasaba a su lado en el futuro. No sería bueno que creyera que podría haber algo duradero entre ellos. Podrían tener una apasionada aventura que le sacara de aquella obsesión que sentía por ella. Luego, volvería a su vida normal.
Sin embargo, evitó con mucho cuidado mirarse en el pequeño espejo del recibidor antes de cerrar la puerta para marcharse.
Siete
Tres días más tarde, el timbre del apartamento de Sylvie sonó. Él llegó justo a tiempo. Sylvie se colocó el lápiz tras de la oreja y se apartó de la mesa del comedor, que estaba cubierta de papeles. Después de respirar profundamente para tranquilizarse, comprobó su aspecto en el espejo del recibidor y abrió la puerta.
– Hola, Marcus -dijo, con voz agradable. Ni demasiado ansiosa ni demasiado antipática.
Si no fuera tan guapo… A pesar de que tenía un cierto aire de aprensión, le quitó el aliento, como siempre que la miraba con la intensidad de sus ojos verdes.
– ¿Quieres entrar?
Si aquel era el modo en que él lo quería, así sería. No tendría que volver a verlo después de aquel día, aunque el pensamiento le produjera un fuerte dolor en el corazón, que se negó a mostrar abiertamente.
Aquella era la primera vez que iba a visitarla desde que la había llevado allí después del accidente.
Aquella mañana, cuando se despertó, Marcus ya se había marchado. Afortunadamente. Aunque los dos habían hecho todo lo posible por mantener una actitud cortés y agradable, las horas que había pasado con él después de salir del hospital habían resultado algo incómodas y tensas. Las palabras que le había dicho en el restaurante habían seguido resonándole en los oídos.
«En lo único que piensas es en tu preciosa empresa. Tu vida estaría vacía si te despidieran mañana». Se equivocaba. Si perdiera su trabajo, todavía seguiría teniendo lo más precioso que había adquirido a lo largo de aquellos años: sus amigos. Sin embargo, Marcus no podía entenderlo. Nunca lucharía a muerte por un amigo ni comprendería por qué otro estaría dispuesto a hacerlo.
Había sido una estúpida al creer que podría tener una… relación permanente con un hombre tan rico como Marcus, que podrían encontrar puntos de vista comunes y, sobre todo, que un broche le hubiera ayudado a encontrar al hombre perfecto.
No había llamado en tres días. Sylvie se había hecho creer que se alegraba de que aquello hubiera llegado a su fin. Sería mejor para los dos. Además, ella conseguiría olvidarlo todo.
Eso era mentira y lo sabía. Nunca conseguiría superar el vacío en el estómago que sentía al pensar en un futuro sin él. Era una mujer independiente y autosuficiente, pero había bajado la guardia y estaba pagando las consecuencias. Tardaría mucho en olvidarlo, pero lo conseguiría.
Cuando había empezado a conseguirlo, había recibido una llamada de Marcus, aquella misma tarde, para preguntarle si le apetecía salir a cenar con él aquella noche. Solo oír su voz bastó para ponerle los nervios a flor de piel. A pesar de todo, declinó la oferta, con la excusa del trabajo que estaba realizando en casa. Sin embargo, cuando él había prometido pasar a verla, no había encontrado una buena razón que se lo impidiera.
Marcus entró en el apartamento y le entregó un ramo de rosas rosas, amarillas y color salmón.
– Toma. Pensé que te gustarían.
Rosas amarillas. Significaban amistad, como todo el mundo sabía. Bueno, aquello le dejaba muy clara su situación.
– Gracias -susurró, casi sin mirarlo. Entonces, dejó el ramo sobre la mesa del recibidor y sonrió-. ¿Qué puedo hacer por ti?
– Quería verte -respondió Marcus, mirándola con cautela-. Te he echado de menos.
Una vez más, Sylvie se recordó que una relación entre ellos no funcionaría. Eran demasiado diferentes. Él solo quería una aventura sexual que no requiriera demasiado esfuerzo ni que le comprometiera para el resto de su vida. Sin embargo, ella quería mucho más que eso. Demasiado.
– Bueno, he estado muy ocupada y estoy segura de que a ti te ha pasado lo mismo.
Marcus asintió. Entonces, los dos quedaron en silencio. Fue él quien lo rompió.
– ¿Cómo tienes la cabeza?
– Bien.
– Estupendo. Estaba preocupado.
«Entonces, ¿por qué no has llamado?», pensó ella, furiosa.
– Siento que no puedas salir a cenar. ¿Hay alguna otra noche que te venga bien?
– No.
– ¿Por qué no? A mí me gusta tu compañía y creía que a ti te gustaba la mía.
– Tu compañía está destruyendo a la que a mí me da trabajo. Por eso no voy a cenar contigo.
– Eso es ridículo.
– Es igualmente ridículo calificar la relación que hemos tenido como algo agradable. ¡Para mí ha sido mucho más que eso! Tú y yo… buscamos cosas muy diferentes en la vida. Tú no eres el tipo de hombre que yo estoy buscando y sé que no soy la mujer que tú consideras adecuada para ti.
– Eso no es cierto. De hecho, creo que nos complementamos perfectamente.
– En otra ocasión me podrías haber engañado -le espetó ella, llena de amargura-. Ahora, recoge tus rosas amarillas y márchate.
– Hay un vínculo muy fuerte entre nosotros. Tú dijiste que querías hacer el amor conmigo…
– Ya no.
– ¿De verdad? -gruñó él. Demasiado tarde, Sylvie se dio cuenta de que un hombre como Marcus se tomaría aquello como un desafío.
– Ya he terminado de hablar contigo -le dijo ella, señalándole la puerta-. Adiós.