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– Y yo también -replicó Marcus, tomándola repentinamente entre sus brazos.

– ¡Marc…!

Él le impidió que siguiera hablando con un beso. La abrazó con pasión, atrapándola contra su cuerpo, devorándole la boca como un hombre hambriento y pidiéndole una respuesta. Él ardía y la quemaba a ella con la fuerza de su pasión.

Sylvie trataba de apartarlo de sí, sin conseguirlo, cuando él, de repente, levantó la cabeza.

– Estate quieta.

Ella obedeció. No hubiera podido explicárselo a nadie. No era mujer que aceptara órdenes de buen grado, pero la fuerza que había en la voz de Marcus hizo que dejara de rechazarlo y se quedara inmóvil, entre sus brazos. En un breve instante de claridad, supo lo que deseaba.

Lo deseaba a él. ¿Por qué se estaba engañando? Quería hacer el amor con Marcus al menos una vez antes de que aquella atracción imposible se rompiera en pedazos, como Sylvie sabía que ocurriría. Quería darle todo su amor de la única manera en que sabía que él lo aceptaría. Nunca había conocido a un hombre que le hiciera sentir de aquel modo y supo, con una irremediable claridad, que nunca volvería a encontrar otro.

Aquellos ojos verdes la miraron, ardiendo de promesas sexuales. Abrió la boca para romper el silencio, pero ella le impidió hablar colocándole un dedo sobre los labios.

– Shh -susurró. Al mismo tiempo, se abrazó a él con fuerza, pegándose todo lo que pudo a su cuerpo-. Bésame…

Para su sorpresa, Marcus dudó. A pesar de la tensión sexual que había entre ellos, no se movió.

– Esto no terminará con un beso -le advirtió-. Si no es eso lo que quieres, dímelo ahora.

Sylvie se abrazó más aún a él y le besó suavemente los labios.

– Es lo que quiero -confirmó.

Marcus le entrelazó los dedos entre el cabello y le agarró la cabeza, sujetándosela mientras le devolvía el beso con uno mucho más apasionado, que hizo que ella gimiera de placer. Entonces, él la tomó en brazos.

Sin detenerse, la llevó hasta el dormitorio. Recordó que él había dormido allí una vez y pensó que, aquella vez, sería ella la que permanecería sola. Únicamente le quedarían los recuerdos de aquella tarde. No serian suficientes, pero tendría que conformarse.

Aquel pensamiento hizo que Sylvie lo besara con urgencia, mientras él la deslizaba poco a poco hasta quedar de pie al lado de la cama. La desnudó con manos competentes y seguras, acariciándola posesivamente antes de tumbarla en la cama y de despojarse él mismo de sus ropas. Se alegró de que él tuviera un preservativo, porque nunca se le había pasado por la cabeza que debía tomar precauciones.

Fue muy tierno con ella. Sylvie le estuvo agradecida por creerla cuando le dijo que no tenía mucha experiencia. La trató como si de verdad hubiera sido virgen, besándola constantemente, dándole tanto placer que ella terminó aferrándose a él, pidiéndole más. Cuando la penetró, no hubo dolor, solo una ligera presión que avivó aún más las llamas de su deseo. Lo rodeó con las piernas, agarrándose á él, gimiendo de placer a medida que su recio cuerpo la llevaba poco a poco hasta la cima del placer. Cuando, minutos más tarde, se tumbó de lado y la tomó entre sus brazos, Sylvie sintió que el corazón le estallaba con una mezcla de amor y felicidad… y también una profunda desolación al darse cuenta de lo efímeros que habían sido aquellos momentos.

Hasta la mañana siguiente, no se dio cuenta de que algo iba mal. Sylvie se había despertado entre sus brazos. La había llevado a la ducha y había vuelto a hacerle el amor, mientras la sujetaba contra la pared y el agua le caía a raudales por la espalda. Le había acariciado los pechos y ella le había rodeado con las piernas. Marcus recordó lo mucho que la había deseado desde el primer día, cuando vio cómo se contoneaban aquellas caderas. Cuanto más la había conocido, más interés había sentido por ella.

Y ya estaba… Eran amantes…

Sin embargo, algo no iba bien. Tenía una nube cerniéndosele encima de la cabeza, que conseguía apagar un poco su felicidad. Sylvie parecía estar contenta, como había esperado, pero, en un par de ocasiones la había sorprendido mirándolo de un modo extraño. Cerraba los ojos brevemente y los volvía a abrir, casi como si estuviera tratando de memorizar sus rasgos.

Había llamado a su mayordomo y le había pedido que le llevara ropa limpia. Entonces, había empezado a preparar el desayuno mientras ella se secaba el cabello. Como tenía huevos y beicon, había dado por sentado que aquello era lo que desayunaba y eso era lo que le había preparado.

Ella entró en la cocina en el momento en que echaba los huevos a la sartén.

– ¡Qué a tiempo!

– Nunca antes había cocinado un hombre para mí -comentó Sylvie, mientras se sentaba a la mesa.

– Bien. Entonces, nunca olvidarás esta ocasión -afirmó Marcus, con satisfacción, mientras se sentaba frente a ella.

– No. Nunca te olvidaré.

Marcus se quedó inmóvil, con el tenedor en la mano. Aquello había sonado demasiado definitivo. Él había hecho el comentario a la ligera, sin darle importancia.

– Sylvie…

En aquel momento, sonó el timbre. Marcus soltó una maldición, con tanto sentimiento que hizo que Sylvie levantara la cabeza, atónita.

– Debe de ser mi mayordomo -comentó él, antes de salir de la cocina.

Bajó a la entrada principal, dado que la puerta estaba todavía cerrada con llave. Cuando regresó, Sylvie estaba enjuagando su plato y colocando cosas en el lavavajillas.

– Siento meterte prisa, pero tengo mucho trabajo esperándome -dijo ella-. Desayuna tranquilamente y quédate el tiempo que quieras, pero cierra la puerta antes de marcharte.

– ¿Qué clase de trabajo?

– Estamos planeando una nueva campaña. Estaré trabajando en ello toda la semana. ¿Por qué?

Marcus no sabía por qué. Sin embargo, por alguna extraña razón, quiso imaginársela trabajando en su despacho.

– Me gustaría verlo -comentó Marcus-. No para hacer cambios -añadió rápidamente, al ver que la alarma se reflejaba en sus ojos-, sino solo para ver lo que haces.

Una sonrisa floreció en los labios de Sylvie. Entonces, como si alguien le hubiera susurrado algo desagradable al oído, esta se le heló en los labios. Se acercó a él y, tras ponerse de puntillas, le dio un beso.

– Eso sería estupendo. Ven cuando quieras.

A Marcus le hubiera gustado acudir aquel mismo día, pero, cuando llegó a su despacho, tenía un montón de mensajes urgentes que lo tuvieron ocupado todo el lunes. Además, aquella noche tenía una cena de trabajo. Cerca de las cinco, llamó a Sylvie.

– Esta noche tengo una cena de negocios -le dijo-. Como seguramente terminará tarde, no creo que pueda ir a verte -añadió. Ella no respondió, pero Marcus sintió un interrogante en el aire-. Pensé que… deberías saberlo.

– Gracias -replicó ella, tras una pausa, con una nota de sorpresa en la voz, como si no hubiera esperado que Marcus pensara en ella-. Ha sido muy considerado por tu parte.

Aquello lo molestó, aunque había sido él el que había insistido en que solo se iba a implicar con ella a nivel físico. «Me lo merezco».

– Mañana tengo que irme de viaje. Volveré el jueves. ¿Te gustaría que quedáramos para cenar el jueves por la noche?

– Bueno… supongo que sí -musitó ella, haciéndole sudar.

– No pareces estar muy segura.

Todos sus instintos le decía que se olvidara del trabajo y que fuera con ella, que le dejara una huella que no pudiera olvidar y que le hiciera comprender que le pertenecía completamente a él.

– Sí. Me gustaría mucho -replicó ella, con voz algo más afectuosa-. ¿Te gustaría venir a cenar a casa? Creo que me toca a mí cocinar.

– Eso sería estupendo. Cuídate mucho, cielo. Te veré dentro de dos días.

– De acuerdo.

– ¿Me echarás de menos?

Oyó que Sylvie contenía el aliento, pero no pudo decidir si era por la emoción del momento o por lo mucho que estaba interrumpiendo su día. Entonces, ella dijo: